Siento la
misma emoción que el autor de estas palabras, que recibí por gentileza del
compañero Carlos Semorile. El título es mio, no del compañero Boot y se debe a
que no puedo con mi genio de periodista. Seguramente merecía uno mejor, pero
qué le vamos a hacer, ése es el que salió. Espero que lo más importante, que es
lo que le ocurrió al compañero cuando preparaba su pollo saltado, le pase
también a cada lector de este rincón de Identidad Cultural.
Y ¡no se preocupen
amigos del diario La Nación! En cuanto se modifiquen los datos electrónicos de
los cajeros automáticos van a poder recibir los billetes de cien con absoluta
normalidad. Aunque a lo mejor, digo, ustedes prefieran mirar para otro lado y
guardarlos sin ver la imagen de "esa mujer" que reemplaza a la
de Roca.
Ricardo
Luis Acebal.
El General se consolaba con un
"Estas lágrimas que produce la emoción demuestran que no las provoca el
miedo", y otras bravuconadas por el estilo. Macanas: una cosa no tiene que
ver con la otra. Pero suena lindo.
Me consuelo de la misma manera cuando,
insólitamente, me echo a lagrimear en los momentos más absurdos. Supongo que se
trata en esos casos de algún detalle que dispara una seguidilla de misteriosas
e instransferibles asociaciones de ideas.
Hoy seguí, con mucho interés y disfrute, el
discurso de Cristina en la presentación del billete de 100 pesos con la imagen
de Evita, reproducción casi exacta del legendario billete de cinco pesos
confeccionado en 1952, jamás emitido ni puesto en circulación, más bien censurado,
por el gobierno peronista y preservado asombrosa, milagrosamente, por un
empleado de la Casa de la Moneda, quien luego de 1955 lo escondió detrás de un
mueble. "En un embute", se le escapó a Cristina, que trascartón
sanateó unos segundos supongo que tratando de diluir la acepción, para algunos
jovatos, precisa de la palabra.
La historia del billete, encontrado hace unos
pocos años durante una remodelación de la Casa de la Moneda, es más propia de
una novela de Marechal que de la vida real. Milagro popular, la llamaría,
porque es uno de esos sucesos de maravilla, de magia o de ficción que suelen
producir los pueblos. Y digo de Marechal y no de García Márquez, primero porque
es nuestro, muy argentino, sencillo y nada fantástico. O fantástico, pero sin adjetivos.
Pampeano, magro, como el estilo del General o de Atahualpa, que cada vez se
fueron pareciendo más entre sí, tan diferente de la exhuberancia caribeña de
Chávez o de Fidel. Y, fundamentalmente, de un perseguido. Porque es el milagro
de un perseguido, y eso es muy argentino.
Pero me voy al diablo. Decía que seguí con
interés y sumo placer las palabras de Cristina, que consiguió construir un
estilo propio y muy peculiar, de monologuista femenina, coloquial y a veces un
poco zafado. Y mientras lo seguía me maravillaba del modo en que Cristina
consiguió mandar a la banquina una polémica estúpida, originada en las
veleidades de un buen tipo, pero originario de Frankfurt, acerca de la justicia
o injusticia de que un billete lleve la imagen de Roca. Nadie, ni esos
originarios, se cuestiona, al mismo tiempo que otros billetes lleven la imagen
de Mitre, lo que habilita a sospechar cuánto de porteñismo antinacional puede
llegar a haber en esa campaña antiroquista.
Uno, que tiende a entrar como un gil en esas
polémicas, se maravilla del modo en que Cristina pasó de Roca (comparando con
otros, un poco injustamente) y pasó de las opciones ofrecidas, para proponer o
más bien recuperar otro paradigma, el de la justicia social, que en el caso de
Evita supone además la reivindicación femenina.
La cosa venía bien. Postergaba la ducha,
indispensable con tanto frío para sacarse el chucho, escuchando el soliloquio,
el monólogo costumbrista, por momentos humorístico, de Cristina, mientras iba
echando leña a la estufa de fierro, en paquete, "salamandra", sobre
la que, en una olla, también de fierro pero enlozada, herencia de mi tío
Ernesto, se iban salteando los pedazos de pollo, a los que mucho después
agregué el arroz. Dos pocillos y medio de arroz, que me acabo de manducar junto
a un muslo de pollo. Quedó poco para Lorenzo, que a lengüetazo limpio me ayudó
a lavar la olla, y que no se entere Mirta. Después le paso un poco de
detergente, y listo.
Todo venía bien, tranqui, hasta que en el tramo
final, como quien diría en los últimos cincuenta metros, Cristina hizo una
nueva evocación de Evita y, sorprendentemente, de Perón, y sin que me diera
cuenta cómo, me hizo llorar. Todos aplaudían ahí, mientras yo lloraba en la
cocina, como un pavote.
¿Qué centenar de asociaciones habré hecho en
esos pocos segundos en que Cristina aludió al encuentro de Evita con un hombre
y un pueblo?
Capaz que fue que las palabras me sonaron tan
pero tan de Evita...
Este gobierno podrá no reunir todos los
requisitos que uno, atrevidamente, exige. Uno, que presenció, convivió y
protagonizó, de una u otra manera, la pulverización de esa "Argentina
grande con la que San Martín soñó". Podrá no reunir todos los requisitos,
pero que nadie me diga que este gobierno no es peronista.
No sé si eso es bueno o malo, pero con los más y
los menos, las broncas y los resentimientos, no imagino nada más peronista que
este gobierno. En la realidad efectiva, que es lo que importa,claro, pero
últimamente también en las palabras.
Debe ser malo, pero a mí me gusta.
Y adjunto el billete
Teodoro Boot