CANTA EL SILENCIO
Texto
y Fotos: Ricardo Luis Acebal
En Cerro Colorado cantan
las piedras en su Río de los tártagos,
cantan centenares de pájaros de todo plumaje, cantan con tonada "cerrocoloradense"
los sapos y ranas cuando crecen los arroyos a consecuencia de las lluvias,
cantan los árboles del monte nativo, que en esta zona del norte provincial (a
pocos kilómetros de la línea demarcatoria que separa a las provincias de
Córdoba y Santiago del Estero) resisten a la epidemia sojera protegidos como
"parque"...
Todo canta en Cerro
Colorado, hasta el silencio.
El mismo río cantor, ahora visto y escuchado desde las alturas del paraje "El silencio", lugar hacia el que solía dirigirse don Ata cuando sentía que un nuevo poema de alabanza para nuestra tierra querida estaba dando vueltas en su pecho precisando una música...
Otra vista de "El silencio". "Dios me entiende, y yo lo entiendo,/ nos hablamos... sin hablar." (Atahualpa Yupanqui).
Tres cuartetas de Don Ata en "El silencio"
LOS RECUERDOS DE DON ARGAÑARAZ
Don Sixto Roberto
Argañaraz se instaló en lo que todavía no era el pueblo de Cerro Colorado,
convirtiéndose casi en su fundador al levantar en lo alto de una loma y en un
claro del monte su almacén de ramos generales.
Fue el padre de Hugo Argañaraz, que en diciembre de
2018 cumplió sus primeros ochenta años y continuó hasta hace un par de ellos
atendiendo el almacén heredado a don Sixto. Aún hoy, con Iglesia, escuela, autoridades
comunales y destacamento de policía, las calles de este pago que comenzara a
hacer famoso don Yupanqui con su "Chacarera de las piedras" no tienen nombre y
sus casas por consiguiente tampoco tienen numeración.
"Cuando mis hermanos y yo
por ahí le cuestionábamos a mi tata que viviéramos en un lugar tan alejado, él
nos contestaba: `si los antiguos indios de aquí, que eran muy
inteligentes, eligieron este lugar para vivir y pintaron en las cuevas del
Colorado y otros cerros, es porque sabían que este era el mejor lugar para
habitar`. Cuando se cavaron las zanjas para hacer los cimientos del almacén
encontraron los restos de dos comechingones que habían sido enterrados aquí. Mi
tata guardó esos huesos mucho tiempo pero a pesar de que en la Ciudad de
Córdoba supieron de ese hallazgo nunca nadie se interesó por valorarlos como lo
que representaban y no sé que fue de ellos. Ahora (estamos en los últimos días
de enero de 2019) en la calle que corre frente al almacén, al excavar el mes
pasado para hacer una obra pública encontraron 25 esqueletos indios. Evidentemente
este lugar era lo que llamaríamos un cementerio comechingón. Pusieron los
restos en bolsas de nailon y ahí siguen estando, en alguna casa de aquí, quizá
en la municipalidad".
Hugo Argañaraz ya no atiende el almacén de ramos generales. Ahora trabaja en el "Complejo Argañaraz" y de vez en cuando toma la guitarra y entona con excelencia las canciones de Don Ata.
La que vendría a ser la calle principal de Cerro Colorado, debajo de la cual estaban los restos de 25 comechingones. A la derecha el frente del almacén de Argañaraz.
"Don Atahualpa (sigue
recordando Hugo Argañaraz) vino a vivir por aquí cuando estaba prohibido por el
gobierno de Perón. Mi tata le hizo lugar en una piecita que estaba pegada al
almacén. A mis nueve o diez años por ahí me invitaba a acompañarlo en sus
caminatas por el monte. ¡Vamos Huguito! me decía y algunas veces llegábamos
hasta un sitio al que él llamaba El silencio. Llevaba su guitarra y en algún
momento nos sentábamos a la sombra de algún algarrobo y entonaba sus canciones
mirándome de reojo a ver qué cara ponía. Ahora pienso que yo estaba siendo
testigo privilegiado del estreno de zambas, gatos y chacareras que acababa de
componer y quizá después fueron famosas en todo el mundo.
Yupanqui estuvo afiliado al Partido Comunista de Argentina entre 1945 y 1953 (Foto del libro "...Yupanqui, afiliado comunista" de Flores Vassella y García Martínez.
Foto del libro citado de Flores Vassella y García Martínez.
En ese tiempo estaba en el
Partido Comunista y al no tener trabajo como artista solía andar escaso de
plata. Mi tata le fiaba alimentos y `vicios` y también le tiraba a veces unos
pesos. Anotaba en hojas como de contabilidad las deudas. Fíjese, que aquí tengo
algunas de esas anotaciones: 1943 A.C. Yupanqui: 0,70 cigarros y 0,10 fósforos,
total $0,80; 2 naranjines 0,60; $2,50 de truco..." Aquí don Hugo se
detiene y explica: "Lo que pasa es que don Ata era bastante perdedor en las
truqueadas que hacía con otros paisanos con los que se trenzaba en el almacén.
Mi tata entonces le tiraba un salvavidas y anotaba en la hoja de las deudas.
Fíjese, que después de otras anotaciones como uvas $ 1,20 o lavandina $ 0,50
aparece dinero $ 5.- Y es por otro
préstamo por la misma razón de truco no ganado."
Luego de las consabidas
risas compartidas al ver este "documento histórico", que alguna vez también fue
visto y celebrado del mismo modo por don Ata, don Hugo me permitió
fotografiarlo.
Aquí la prueba de los trucos perdidos. Es dable imaginar que también debe haber habido algunos ganados, aunque de esos no se conocen registros.
"Otra de las cosas que
recuerdo es el poema que don Ata escribió cuando en 1957 el interventor en
Córdoba, un comodoro de la Fuerza Aérea, presidió en Cerro Colorado un acto del
que participaron cerca de cuatro mil personas, una enormidad para ese entonces".
Y a continuación recitó de
memoria por lo menos la mitad del extenso poema, que por lo que conozco, es
inédito y prácticamente desconocido por lo que su publicación total aquí
seguramente será novedoso para los miles (¿millones?) de admiradores de
Yupanqui en todo el mundo:
15 de Marzo de 1957
Estaba
el Cerro tranquilo
cada
cual en su trabajo
cuando
llegaron de abajo
tres
demócratas eternos
emisarios
del gobierno
la
lengua como badajo.
Reunir
a la paisanada
traían
como misión
para
hacer una función
de
asados y de empanadas
y
así tomar posesión
de
toda gruta pintada.
Se
buscó primeramente
la
sombra de Argañaraz
pero
dada la humedad
y
del mucho genterío
en
los talas junto al río
se vido
más ampliedad.
Para
sacar el yuyal
con
hachas, palas y picos
trajeron
muchos milicos
de
los tres departamentos
y
a los pobres, al momento
les
humeaban los hocicos.
Lo
que antes fue matorral
quedó mesmo
que un salón
regadito
y parejón
y
medio atrás del ramaje
un
baño pal mujeraje
con
forma de corazón.
Cuatro
vacas regalaron
también
varias cabrillonas
en
mesas, tablas y lonas
se
fueron acomodando
la
carne que iban cortando
para
la gran comilona.
Todo
el mundo sin dormir
las
mujeres en la masa
otras,
cortando la grasa,
los
hombres en la cueriada
porque
así son las gauchadas
del
que tiene suerte escasa.
Se
mejoraron los vados
leña
seca se acarreaba
otros,
los postes pintaban
con
colores argentinos
que
al verlos desde el camino
la
sangre nos relinchaba.
Atahualpa Yupanqui en 1957.
Que
no despacharan vino
se
pidió a los alcoholeros
porque
es muy triste aparcero
para
el criollo de estos laos
que
quede tan mal parao
delante
de forasteros.
Cada
cual desde su casa
arrimó
lo que tuviera
una
chata, una escalera,
una
piedra pal arroyo
y
hasta Layo dio los pollos
que
había pillao campo afuera.
Justo
Allende mandó plata
y
atajándose el resuello
cien
pesos de don Argüello
dentraron
para la fiesta
en
una ocasión como ésta
sólo
caben actos bellos.
Llegó
el sábado del 15
con
un sol primaveral
la
brigada policial
con
pantalones planchados
y
al tope del Colorado
la
Bandera Nacional.
Por
ahí dijo el changuerío
ahí
viene el Gobernador
un
señor y otro señor
se
apilaron junto al río
y
parecía el gentío
avispas
sobre una flor.
Isaac Francisco Rojas, vicepresidente de la "revolución fusiladora" de 1955 que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón saludando al interventor federal en Córdoba, Comodoro Medardo Gallardo Valdés el 9-12-56.
Briches
blancos y saco negro
ostentaba
el principal
y pa
no quedar tan mal
le
arrimaron un tobiano
y
era uno solo, paisanos
el
de arriba y el bagual.
Que
modo de llegar gente
personas
de toda laya
p`ande
mire y p`ande vaya
altos,
gordos y petizos
criollos,
gringos y mestizos
sacos
lisos y de rayas.
Seiscientos
kilos de carne
sin
contar cabras y humitas
se
almorzó la comandita
en
lo que dura un suspiro
cayendo
en el mismo tiro
más
de mil empanaditas.
Después
vinieron las danzas
la
cerveza y el bidú
y
un caldo de caracú
que
vino de Santa Elena
y
entre el llorar de las quenas
se
iba muriendo la luz.
Montando
fletes ajenos
se
repartió la mozada
florecieron
las quebradas
y
sobre algunas penquitas
se
vieron las hilachitas
de
enaguas almidonadas.
El
discurso es viejo daño
que
no se puede curar
al
hombre le place hablar
aunque
no diga gran cosa
por
eso siempre es virtuosa
la
condición de callar.
Se
habló del genio del indio
y
el arte sanabirón
de
la justa obligación
de
investigar el mensaje
de
aquel llamado salvaje
que
habitara esta región.
Aquí
están los descendientes
de
aquella familia indiana
sin
flechas, ni cerbatanas
ni
plumas en la cabeza
soportando
la tristeza
de
un pasado sin mañana.
Mestizos
con laya criolla
sin
riego pa su chacral
todo
es puro pedregal
donde
se gasta la vida
y
la sangre de esa herida
se
la traga el arenal.
Aquí
no existe doctor
el
que se enferma no cura
la
escuela es una lejura
y
aquel que quiera rezar
sólo
se ha de consolar
llorando
en la noche oscura.
Parece
como un destino
llevar
las penas grabadas
como
esas grutas pintadas
que
guarda el Cerro querido
hasta
que venga el olvido
y
ya no nos quede nada.
De
eso nada se acordaron
los
doctores que han hablao
sólo
del tiempo pasao
de
historias y arqueología
pero
puede que algún día
se
yape el lazo cortao.
Para
qué seguir con quejas
si
no ha llegado el invierno
al
final nada es eterno
pero
al mirarlos comer,
nos
pudimos convencer
que
traga mucho el gobierno.
Atahualpa
Yupanqui
Decreto Oficial Parque Arqueológico Provincial
Gobernador: Medardo Gallardo Valdés
Joven Atahualpa Yupanqui (Foto del libro "...Yupanqui, afiliado comunista" de Flores Vassella y García Martínez)
CAMINIAGA,
SANTA ELENA, EL CHURQUI, RAYO CORTADO...
...no
hay pago como mi pago ¡viva el Cerro Colorado!
termina diciendo la letra que escribió Yupanqui para la música que compuso
"Pablo del cerro", o sea su esposa Pepin Fitzpatrick de Chavero y que tituló
"Chacarera de las piedras". Recomiendo escuchar en "Audio de la nota" la
interpretación completa de dicha chacarera por Atahualpa Yupanqui.
Recuerda Hugo Argañaraz que "en una
oportunidad estaba don Ata cantándola en El Churqui, rodeado de una regular
cantidad de paisanos que escuchaban en respetuoso silencio a quien ya había
trascendido en todo el país como cantor y guitarrista y al concluir, entre los
aplausos se escuchó la altisonante voz de un habitante de Caminiaga que, al
parecer "inspirado" por los efectos de bebidas alcohólicas desgranó una serie
de argumentos casi insultantes en contra de Cerro Colorado y haciendo una defensa
casi fanática de su pueblo natal. Mientras duraba la perorata y ante el estupor
general, don Ata escuchaba sin que se le notara la más mínima nerviosidad.
Cuando finalizó el apologista de Caminiaga, don Ata, sin elevar su voz más de
lo necesario para que lo escucharan todos, le dijo al discursero ofreciéndole
su guitarra: tome paisano, cántele a su pago. No solo desarmó al gritón con ese
gesto, sino que además recibió una ovación de la paisanada y el `caminiaguista` se tomó las de villa diego".
Como quedó expresado, Yupanqui llegó a Cerro
Colorado cuando estaba afiliado al Partido Comunista y como se verá, cuando
comenzó a construir su casa en ese rincón cordobés para radicarse allí definitivamente
con su esposa y el hijo de ambos ("el collita")se desvinculó de dicho partido.
La casa de don Ata, construída sobre uno de los márgenes del Río de los tártagos y al pie del Cerro Colorado, es actualmente museo.
La casa fue construída con piedras, ladrillos y tejas en un terreno que le regaló el padre del Indio Pachi a don Ata.
En el libro ya citado de Flores Vassella y
García Martínez (por más detalles ver en "Otras notas" de nuestra sección
Libros "MILITANCIA COMUNISTA DE ATAHUALPA YUPANQUI") en su página 498 dice: Es sintomático que al retorno a la Argentina
(N. de R.: 1951), sobrevinieran años
de silencio, quizá de reflexión y autocrítica. Que coinciden con el
emprendimiento de Cerro Colorado, en el norte cordobés, donde construye su `nido` y se radica con Nenette y `Kollita`, el hijo de ambos. Ámbito que invita
a la meditación, además de resguardo de persecuciones (`al tiempo cuenta me di/
y agarré por buen camino`). De ahora en más `el Cerro` se constituirá en el
epicentro de otra etapa yupanquiana, la más asentada y reposada de su
trayectoria. A la pasada `tierra querida` del Tucumán sumará el presente del `agua escondida` cordobesa.
Sergio
Pujol, en su excelente biografía, deja claro que el elemento desencadenante es
la carta personal de Yupanqui al gobierno para obtener su desproscripción.
......................................................
La
aclaración renuncia de Yupanqui se publica el 8 de julio de 1953 en el diario
La Prensa.
Estribo y una de sus guitarras preferidas se exhiben en la casa museo, junto a infinidad de otros objetos, el piano de Nenette, fotos, documentos y el dormitorio del matrimonio Chavero, que con su amoblamiento original constituye una de las salas.
Una de las tantas piedras con palabras de don Ata en los alrededores de la casa museo.
MILITANCIA CULTURAL
En el reiteradamente
mencionado libro de Flores Vassella y García Martínez, a continuación de una
excelente introducción firmada por el primeramente nombrado, se publican notas
que se conocieron por esos años `40 a través de los periódicos comunistas
"Orientación" y "La hora".
A modo de ejemplo de cómo
entendía su militancia don Ata, transcribiré uno de ellos titulado "Los oficios" (pag.127), pero dejo
constancia que me resultó muy difícil elegir entre tantas maravillosas
expresiones yupanquianas como son, por ejemplo,"Los antigauchos" (pag. 147),
"La danza y la canción" (pag. 289), "El `aire` de la zamba" (pag. 215),
"Crónicas del campo húngaro" (pag. 417)...
R.L.A.
Yupanqui en los años 40
A pocas leguas de la ciudad de Salta, en una vieja
finca, conocí a Martín, domador. Hombre chiquito, menudo, de manos fuertes y
pequeñas, de piernas cortas. Andaba por ahí, metido en una blusa que a la legua
se veía que era ajena. Ese día había "señalada". La labor comenzó a mediodía y
antes de las cinco los corrales ya estaban sin terneros ni potros chicos. Y
entonces comenzó la jineteada entre los aficionados.
Risas, alaridos, chistes de sustancia criolla poblaron
la tarde. Entre tanto trajín, corcovos y galopes, volaron todas las aves del
monte. Martín, que se lució de lo lindo, gritaba: "¡Lo busco al suelo y no lo
hallo!" Era su manera de presumir. Ya que la bestia no lo arrojaba, él mismo
quería darse contra la tierra y no podía. Su instinto de domador era más fuerte
que su voluntad.
Esa tarde me dijeron que Martín había estado en Buenos
Aires. Lo habían "prestado" para una estancia porteña. Al llegar lo hospedaron
en la avenida Alvear, en el departamento de la servidumbre. Pero al hombre lo
tenían al rigor: "¡No arrastre esa silla!", "¡Cuidado con los pisos!", "¡Saque
su poncho de ahí!", "¡No pise el césped!".
Así durante cuatro días. Hasta que Martín, según él
mismo comentaba, les dijo: "Acá cuidan más a las cosas que a los hombres". Y se
volvió a su pago salteño. Cuando los paisanos le preguntaban por qué había
regresado tan rápido, contestaba con seriedad: "No me gustó el barrio".
Y ahí andaba Martín. Relinchos y crines sueltas eran
su paisaje. Pisaba tierra alta y tierra venerada. Sus amigos lo veían en sus
tareas gauchas, menudo, firme, pegado al lomo de los potros y rumoreaban: "Como
pescao en l`agua..."
El obrero de los montes, el hachador de la selva, ama
los árboles y le duele tener que voltearlos.
Sobre todo al algarrobo. Porque a los árboles los
llama por su nombre: quebracho, coronilla, tarco, arrayán, tala, etc. Pero al
algarrobo lo nombra de esta manera: ¡El árbol!
Su madera es el horcón de su rancho, la cuna de su
hijo, el tamboril de su fiesta. La sombra es el salón donde almuerza, donde
piensa, donde se refugia en esos días bravos del verano santiagueño; donde
tiende su cansancio.
La fruta del algarrobo le da el fresco brebaje de sus
eneros quemantes: la aloja. El "Árbol" es todo nobleza para el peón
santiagueño. Por eso, cuando tiene que voltearlo, lo cantea con el revés del
hacha; piensa "técnicamente" en la resistencia de la madera. Busca la vibración
dando diversos golpes con la palma de la mano. Es el oficio. Pero, corazón
adentro, está dolorido. Siente como si fuera profanación. Por eso, antes del
primer hachazo, murmura: "Perdóname arbolito". Y el hacha cae con fuerza. El
primer tajo lo siente más el hombre que el árbol. Porque luego los golpes son
secos, precisos. Cae el filo sobre la misma herida, despidiendo astillitas,
mientras el árbol llora con llanto dulzón y callado. Miel de pesares, como la
copla de una vidala.
Cierta vez llegó a la selva un folklorista,
especialista en cancioneros. Hombre grandote, de lento hablar. Lucía un
guardapolvo y sobre el pecho, un crucifijo, como cura en vacaciones.
Antes que los maestros de escuela le aliviaran la
tarea de la recopilación, el hombre trajinaba caminos, de finca en finca, de
monte en monte, averiguando quién sabía cantares, romances antiguos, coplas,
trovas, etc.
Llegó así al obraje y el capataz le señaló entre el
montón de peones que, desnudo hasta la cintura, estaba empeñado en quebrar la
resistencia de un quebracho colorado. Sudaba el hombre. Se escupía las manos.
El hacha era la prolongación de su anhelo. Fuerte calor y mucha humedad.
El recopilador se acercó al peón, que a una orden del
capataz suspendió el trabajo. Breve saludo y este diálogo:
-Me han dicho que usted sabe versos, amigo, y quisiera
que me dijera algunos.
-¿Y pa` qué, señor?
-Porque yo
junto versos para publicarlos en un cancionero regional. Versos populares. En
el libro figurará el nombre del que me los dicte.
-¡Ah! ¿Usted trabaja en eso...?
-Así es. Me ocupo en juntar versitos. Los apunto en
esta libretita y luego se publicarán en un libro grande.
-¿Así que... ese es su oficio?
-Sí, amigo. Este es mi oficio.
El peón se quedó pensando un rato. Miró sus manos,
vibrando aún por el esfuerzo. Miró ese quebracho a medio hachar. Seguramente
pensó en su jornal. Vióse flaco, sudoroso, perdido en la selva. Y vio al
folklorista de los cancioneros, lustroso, afeitado, enorme señor con una
libretita en la mano.
Y como hablando consigo mismo, murmuró:
-¡La pu...cha con el oficio!
(Orientación N° 453. Miércoles
28-7-1948)
Retrato a lápiz de don Ata, atribuído por Hugo Argañaraz a un amigo suyo catamarqueño de apellido Rodríguez, quien se lo obsequió en 1996.
Si desea escuchar a don Ata y a Hugo
Argañaraz haga click aquí:
Audio de la nota 1: "Chacarera de las
piedras", de y por Atahualpa Yupanqui. Grabación de 1953
.
Audio de la nota 2: Hugo Argañaraz, recitando
parte del poema "15 de marzo de 1957" y cantando y tocando su guitarra.