EL CABALLO DEL GENERAL
por
Bosquín Ortega
"Y sabio en la medida de tu fidelidad".
Leopoldo Marechal.
El
hombre ocupaba el centro de una pequeña mesa circular. De manera cotidiana, se
lo hallaba rodeado por dos o más personas que asistían, atentos y absortos, a
sus relatos puntuales, junto a algunos peatones, atraídos por su verbigracia
sentenciosa que asumía un protagonismo espontáneo. Contemplar su géstica
elocuente remitía a la presencia de un patriarca de reminiscencias, a un
cronista de imaginerías o a un chamán de invocaciones. Relataba historias y sucesos
a la manera del narrador legendario que desgrana el fruto de su memoria en
torno a la fogata colectiva.
El
ámbito de su ceremonia era la carpa situada en la acera del edificio de la
empresa de energía provincial (Se.Cheep), calle Roque Sáenz Peña, casi Arturo
Illía, con su liturgia de las rondas de mate a plena mañana, o las tertulias de
los guisados bajo el auditorio de las estrellas.
Los
oyentes lo distinguían por el respetuoso apodo de Tío Conde, pero su verdadera identidad respondía a la de Plinio Richardson Conde, un
apuesto anciano, de estatura elegante, con un óvalo de rostro surcado por
nítidas pupilas celestes, una sonrisa de trazo afable y un jopo, invicto, que
lo asemejaba al actor Lloyd Bridges, y que sugería pretéritas victorias
seductoras. Hijo de Manuel Miguel Conde, un ex sacerdote originario de
Salamanca, y Lucía Milcovich,
propietarios de una casa -edificio actual del Banco de la Nación
Argentina- donde funcionó, a principios del siglo pasado, un almacén de ramos
generales, frente a la Plaza 25 de Mayo.
Era
tío-abuelo de Miguel Benito Conde Olgado, dirigente sindical, despedido, sin
causa, por el organismo provincial y que peticionó, en espacio público, durante
16 años, a la intemperie, desde una
carpa de resistencia crítica (una especie de "agora" cotidiana y popular), cuya
permanencia superó a su homónima docente en la Plaza de los Congresos y a
similares litigaciones anteriores en Suramérica y el mundo. Desde 2006, Conde
Olgado ingresó al Libro Guinnes de los Records, sereno y discreto, sin acústica mediática alguna
.
Recordar, significa, en su etimología, "volver a pasar por el corazón".
Eso hacía Plinio desde sus nobles y bellos setenta y cinco años: permitía circular
la sangre de la memoria por las arterias de sus vivencias, liberaba el flujo de
hechos en un auténtico relato-río que irrigaba momentos del imaginario
chaqueño.
La historia que recogí del cántaro de su evocación y que vierto como interlocutor,
revela una epopeya de amoroso coraje y lealtad ejemplares.
Del camino a los corrales
El régimen interventor del coronel Oscar Mazza, en plena Revolución
Libertadora, lo halló a Plinio en la extensión del tramo de ruta entre Charadai
y La Vicuña,
como residente del campamento de operarios calificados de Vialidad Provincial,
con la cabecera logística, oficinas y comedor de personal en el desvío 443. Memoraba
que la empresa había decidido una alteración del trazado que debía cruzar, en
principio, un establecimiento ganadero en la localidad de La Sabana. El
interrogante del cambio de línea en los planos de obra se dilucidó cuando
Plinio y sus compañeros supieron, por
comentarios de los lugareños, que ese dominio pastoril pertenecía a "la
estancia del General Perón". En efecto, "era la estancia San Juan, de ochenta
leguas cuadradas, ubicada a 500
metros de la ruta", cuyo casco contenía sesenta y dos
habitaciones, grupo electrógeno propio y una población, aproximada, de cuarenta
personas, a cargo de las faenas rurales.
Sus administradores, precisó Don Plinio, eran los hermanos Juan y Cruz
Margosa, con quienes cultivó una amistad por sus visitas frecuentes al
campamento y por largas tertulias de "café y galleta", durante los fines de
semana. "Tengo una estrella que me ayuda mucho", confesaba, agradecido.
Su benéfico resplandor iluminó la perspectiva de su camino. A poco menos
de un año, Plinio emigró de los caminos abiertos al horizonte medido de los
corrales. La experiencia probada en la convivencia de naturaleza y técnica
persuadió a los gerentes de la hacienda peroniana a contratar sus servicios por
el triple del salario estatal y un anexo por labores exigentes.
Adaptado al silvestre universo de astas y crines, le resultó sencillo
integrarse a la cadencia interna de la estancia y a sus movimientos internos.
Así, pudo enterarse del pedido urgente de un muchacho gremialista, llamado José
Ignacio Rucci, al administrador Margosa: la consigna de la hora era ocultar y
proteger al caballo favorito del general Juan Domingo Perón. Se trataba del
famoso Pinto (o "salpicado", agregó Plinio), ícono ecuestre de los almanaques y
estampas populares que perpetuaron el hábito por la equitación del estadista
militar. "Un purasangre árabe, de linaje africano, con pelaje blanquecino y
manchas negras y rojizas", precisó, bajo el árbol, junto a la carpa. Agregó que
el potro compartía una cabaña individual en los haras del hombre de Lobos, en
mérito a su rango de montura exquisita, contigua a la de su madre y hermano. "Fue
salvado merced a una astucia criolla de los cuidadores del haras que
sacrificaron a su hermano -muleto de emergencia- al ubicarlo en su lugar",
antes del incendio de la caballeriza por los sicarios golpistas.
Per?n a punto de montar a Mancha para iniciar el desfile y el granadero chubutense David James
Aterrizaje en escala
A los pocos días, recordó, divisaron el sobrevuelo de un avión militar,
de carga, en torno a la finca. El osado arrojo del piloto colocó en riesgosa
cuadratura a la máquina en proporción al espacio de aterrizaje. Más de cien
metros distaban del portón al casco de la estancia que tenía "un bar, en un
extremo, y la oficina del personal, en la otra punta", mensuró su recuerdo, y cuatro
eucaliptos en la entrada". Las hélices surcaron el aire con un sesgo de peligrosa
pendiente, relató, y la máquina consumó la maniobra aérea en una pista en
escala mínima. Suspenso, todavía, el polvo del frenaje límite, tocó suelo el
aviador: "un oficial, de unos veintiocho años", estimó, quien, luego de
presentarse, confesó a Margosa la urgencia de regresar a Buenos Aires, pues había
"sustraído el aparato de la flota en servicio", violando las normativas
aeronáuticas. Sin mayores asuntos, subió a la nave, abrió la compuerta de la
bodega y descendió con la presencia morisca del caballo Pinto, llamando el asombro
de los paisanos.
Cumplida la misión, reapareció el asunto insoluble del espacio para el
despegue del avión "detenido sobre la galería del comedor de la estancia".
Precisó que puso en marcha los motores y en el impulso, hacia atrás, "quemó
ruedas en la pista estrecha entre la casa y el portón y, ascendió en vuelo,
casi rasante, al techo", graficó Plinio.
Secreto y silencio
El cáliz laico del mate se demoraba en sus manos y lo anegaba una
serena melancolía. "Cumplimos con
nuestro líder en el exilio. El caballo del General vivió hasta 1959, junto a
nosotros, en un pacto de silencio. Más tiempo que aquel piloto valiente,
arrestado a su regreso al Aeroparque, y fusilado, después, por salvar el
símbolo de una lealtad".
El Tío Plinio tuvo la misión de proteger y cuidar al Pinto durante
cuatro años. Relató su historia, pero no reveló el sitio de su descanso. Sus
silencios, cada tanto, hacia adentro de la mirada, situaban el rastro secreto de
su amigo.
NOTA DE REDACCIÓN
Este conmovedor relato de Bosquín Ortega (poeta, compositor y cantor
chaqueño) nos reconfirma que desde los primeros años de existencia de nuestra
Patria lo que nos permitió llegar a ser un país en serio como ahora somos, es
ese aspecto de nuestra identidad cultural (de nuestro DNI., como dice la
querida y admirada Suma Paz en el "Inicio" de esta página) que es la lealtad,
la fidelidad a toda costa, aún de la propia vida, que demostraron
constantemente tantos queridos paisanos nuestros a sus jefes, cuando estos le
demostraban que eran realmente sus conductores. Manuel Belgrano, José Gervasio
Artigas, Martín Miguel de Güemes, José de San Martín y todos nuestros caudillos
federales dejaron claro testimonio de este aspecto que nos debe enorgullecer a
quienes amamos en serio a nuestra Argentina y a toda Latinoamérica.
Los llamados "años de la Resistencia" a la dictadura fusiladora y
vendepatria que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, hace ya 60 años, son
abundantes en hombres y mujeres fieles como los que aquí Ortega cuenta. ¡Cómo
nos gustaría conocer el nombre de ese piloto valiente, asesinado por esos
infames traidores a la Patria (militares y civiles) que protagonizaron la
llamada "Revolución Libertadora"!
Quizá algún lector nos lo pueda revelar. Fue otro heroico "soldado desconocido"
en la Guerra por la Independencia Nacional y Latinoamericana que aún no ha
concluido.
Mi profesión de periodista y docente me llevó en el año 2010 a
transitar el territorio de nuestra Provincia del Chubut. Fue así como conocí y
fotografié en una chacra de los alrededores de Gaiman a quien fue el granadero
que en 1950 cuidaba al legendario caballo de Perón. Se trata de David James, descendiente
de galeses.
Por el Chaco, por nuestra Patagonia, por Buenos Aires (de donde yo
soy), nuestra Historia se sigue escribiendo...
Ricardo Luis Acebal
El granadero James en su chacra de Gaiman, el mate, su esposa y el profesor Alberto Sorzio
UN SÍ DIGO DEL AUTOR DE LA NOTA
Queridos
Compatriotas y Compañeros:
Después de 16 años de litigación en
espacio público a través de la Carpa de
Secheep
(Empresa de Energía del
Chaco), el compañero Miguel Benito Conde Olgado, delegado gremial expulsado de
sus fueros gremiales y de su cargo por la administración de la Alianza en el
Chaco, recuperó, luego de dos sentencias favorables su cargo y rango. Durtante
16 años, en esa carpa que se constiuyó en "Recor Guinnes", superando a la Carpa
Docente en la Plaza de los Congresos y a otras en el mundo, volvió a su
trabajo. Hoy ya se halla en su tarea y en su puesto de técnico.
Durante su vigilia de lucidez a la intemperie lo
acompañaron varios compañeros. Entre ellos, Plinio Richarson Conde (el Tío
Conde) fiel y leal hasta el aliento último. Éste relato "El Caballo del
general" me lo contó durante su convivencia en la legendaria Carpa de Conde Olgado. La comparto con
ustedes en memoria de gratitud a su compromiso; en admiración confesa a Miguel
Benito Conde Olgado y en honor de sus pares de lucha, sin tregua ni descanso.
Dios bendiga su Causa.
Bosquín Ortega
MANCHA
Según Pablo Adrián Vázquez:
"Si hay una foto emblemática y con una carga simbólica sin
par en el peronismo es la de su Líder montado a caballo. Enmarcado en los
festejos y conmemoración del Año Sanmartiniano se realizó un desfile el 17 de
agosto de 1950 encabezado por el Presidente Juan Domingo Perón con su cabalo
pinto, llamado Mancha.
Imagen que muestra fortaleza de un Estado en homenaje al
general José de San Martín, Libertador y mito fundante, donde Perón se
posicionó al frente de las fuerzas armadas argentinas para rendir honores
al Gran Capitán y llevar su legado -en paralelo con el justicialismo- al pueblo.
Mancha, me dijo Porfidio Calderón y otros
compañeros de la Revolución de Valle, era oriundo de Carlos Casares."
El "appaloosa" Mancha