AMADEO SE FUE Y DEJÓ SU HERENCIA
por Guillermo Blanco
Se afianzó como
propietario del arco de River en el 48, y firmó el boleto de compra-venta tan
solo por las dimensiones del área chica y poco más. Parecía un clásico arquero
recibido de tal por cubrir los tres palos y apenas salir de allí para bajar
algún centro a la olla. Y revolearla fuerte y largo al sacar. Pero de a poco se
fue apropiando de la zona del penal, y sus dominios se fueron expandiendo para
transformarse en el único dueño y señor del área grande. Desde entonces, y por
veintitrés años, ese hombre nacido el 12 de junio del 26 en la misma Rufino que
pariera al gran ídolo de su mismo club, Bernabé Ferreyra, fue dueño y señor del
arco, forjó su fortuna arriesgando, transformándose en mucho más que un simple
"goalkeeper", cumplidor del oficio. Prefirió salir a campo abierto, ganar
territorios a base de inteligencia y uso de lo que hacían todos sus demás
compañeros, los pies. Y entre ellos fue uno más, con la ventaja de poder
manejar las manos.
Así amasó su
fortuna futbolística Amadeo Raúl Carrizo,
de aparente andar cansino, baqueano en eso de adelantarse a la jugada, con un
estilo mezcla de viejo y nuevo que lo fue ubicando en lo más alto del podio
hasta traspasar elogios y en su gloria para siempre. En River fue un bálsamo
defensivo para la voracidad de la Máquina, contó con la complicidad del zaguero
Alfredo Pérez para salir jugando por abajo y para la filosofía ofensiva de
juego de los distintos equipos en los que atajó a través de los tiempos fue
como un adaptador imprescindible.
Fue un
adelantado hasta en eso de usar guantes, y la forma en la que le pegaba a la
pelota con el empeine era la envidia de más de uno. Medía 1,90, calzaba el 45 y
su alcance horizontal de brazos -algo clave para el puesto- era de 1,88 metro.
En la década del `50 dio cinco vueltas olímpicas, aunque también sufrió el
rotundo fracaso de Argentina en el Mundial de Suecia, con un pico febril
preocupante -como el de todo el conjunto nacional- por el 6 a 1 ante
Checoslovaquia y la rápida vuelta a casa. Y tras ser partícipe de la Copa de
las Naciones en Brasil 64, otra vez quedó imbuido en otro contrapié: la triste
jornada riverplatense en Chile cuando Peñarol le birló la Libertadores.
Pero ninguna
catástrofe pudo quitarle el don de ser propietario del elogio universal,
fenómeno que se fue atizando desde el fin de su carrera en River en el 68, y su
breve paso por Colombia. El tiempo fue alumbrando otros grandes, Fillol y Gatti
sin ir más lejos, pero hasta el pitazo final de la vida a los 93, este
tormentoso miércoles 18 de marzo, lució en su solapa el pin que empezó a
ganarse aquellos días cuando solo era dueño de apenas un área chica.
Publicada por Redacción "Tiempo de San Juan" el viernes 20 de marzo de 2020