EL MODELO SOJERO, LOS
AGRONEGOCIOS Y LA OPINIÓN "SERIA" DE "LA CIENCIA"
Durante
los años de la década de 1980 la "prensa seria" ("Clarín", "La Nación" y
algunos más pequeños) sobre todo en sus suplementos dominicales -muy leídos
entonces- pontificaban acerca de los grandes beneficios de la creciente
mecanización de las tareas agropecuarias, de las victorias sobre las plagas
debido a la aparición de nuevos productos químicos y de las virtudes de la
soja.
Los
cultivos tradicionales y el trabajo en los campos fueron cambiando
aceleradamente por una modernización que solo benefició a grandes grupos
económicos, algunos multinacionales. Y prácticamente ese cambio se ralentó solo
en las muy pocas ocasiones en que desde el Estado se impulsó tímidamente volver al industrialismo nacional.
Lamentablemente
las universidades nacionales, que era donde se formaban los técnicos e
ingenieros que se oponían a que todo fuera soja y agroquímicos fumigables,
también se "modernizaron" con especialistas que bajaron a sus estudiantes una
línea coincidente a pleno con las grandes glifosateras y sojeras mundiales.
Y
por eso también la acción del CONICET (
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina)
, por ejemplo, promocionado
como una institución apolítica, científica, que garantiza eficiencia y seriedad
a la hora de señalar el camino a seguir para ser "un gran país" estuvo a cargo,
sobre todo en los últimos quince años de personajes nefastos para los
verdaderos intereses nacionales como por ejemplo el señor Lino Barañao.
Fue
Ministro de Ciencia y Tecnología durante los ocho años que ejerció la
presidencia Cristina Fernández de Kirchner y siguió siéndolo (aunque
"secretario") durante los cuatro años que fue presidente Mauricio Macri.
Este
curioso detalle de ser funcionario de tan alto nivel durante dos
administraciones políticas no coincidentes, que a muchísimos argentinos no nos
"cerraba", puede comenzar a entenderse con la nota que se transcribirá a
continuación. Es un homenaje a Andrés
Carrasco, es decir a la inteligencia, a un científico prestigioso que fue
claramente "nacional" en sus propuestas. Barañao, socio de multinacionales, se
ensañó con él.
La nota que se transcribirá
fue publicada por "La Vaca", con la firma de Darío Aranda.
Ricardo Luis Acebal
Decí Mu con Andrés Carrasco:
¿La felicidad puede ser un
tema político? Pistas para bajarse de la globalización.
¿Qué son el progreso y la
globalización? ¿Cómo actúa la ciencia frente a los problemas del presente? ¿De
qué modo la felicidad puede ser un concepto político, y no una mala palabra
para académicos y economistas? El científico Andrés Carrasco investigó los efectos de los agrotóxicos en la
salud, como director del Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA, con lo
cual no ha sumado amigos entre los poderes corporativos y políticos. En qué
consiste el pensamiento crítico más allá de las "disneylandias" científicas y
de consumo. El estado de ánimo y la dignidad de las personas como elementos
para crear otras políticas. Y qué es bajarse de la globalización.
Andrés Eduardo Carrasco: médico argentino especializado en biología molecular y en biología del desarrollo. Entre otros cargos de importancia fue presidente del CONICET y jefe del Laboratorio de Embriología de la Universidad de Buenos Aires. Nació en Buenos Aires en 1946 y falleció en su ciudad natal el 10 de mayo de 2014
ANDRÉS CARRASCO, CIENTÍFICO Y MILITANTE
por
Darío Aranda.
Confirmó los efectos
devastadores del glifosato, acompañó con su investigación a los pueblos
fumigados y cuestionó que la ciencia esté al servicio de las corporaciones.
Andrés Carrasco contó cómo decidió divulgar su
investigación sobre los efectos letales del glifosato: estaba en el sur,
pescando, solo, disfrutando la belleza de esa postal natural, sabía que lo que
había comprobado era esencial y sintió que el perfecto silencio que lo rodeaba
era un grito inmenso: "Hacé algo". Para hacerlo solo necesitaba encontrar "un
periodista serio y decente". Y llamó, desde ahí mismo, a Darío Aranda.
"Soy investigador del
Conicet y estudié el impacto del glifosato en embriones. Quisiera que vea el
trabajo".
Fue lo primero que se escuchó del otro lado del teléfono.
Era 2009 y aún estaba latente el conflicto por la Resolución N°125. Página12
había dado amplia cobertura a las consecuencias del modelo agropecuario y este
periodista había escrito sobre los efectos de las fumigaciones con
agroquímicos.
El llamado generó desconfianza. No conocía al interlocutor. ¿Por qué me
llamaba?
El científico avanzó en la presentación. "Mi nombre es Andrés Carrasco, fui
presidente del Conicet y soy jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le
dejo mis datos".
Nunca había escuchado su nombre. Nunca había escrito sobre científicos y el
Conicet me sonaba como un sello.
Llamados al diario y preguntas a colegas. Todos confirmaron que era un
científico reconocido, treinta años de carrera, con descubrimientos muy
importantes en la década del 80 y trabajo constante en los 90, cuando se
enfrentó al menemismo.
Hice la nota.
Su investigación fue la tapa del diario, (abril de 2009). La noticia: el
glifosato, el químico pilar del modelo sojero, era devastador en embriones
anfibios. Nada volvió a ser igual. Organizaciones sociales, campesinos,
familias fumigadas y activistas tomaron el trabajo de Carrasco como una prueba
de lo que vivían en el territorio.
"No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo
que lo confirmé en un laboratorio", solía decir él. Y comenzó a ser invitado a
cuanto encuentro había. Desde universidades y congresos científicos, hasta
encuentros de asambleas socioambientales y escuelas fumigadas. Intentaba ir a
todos lados, restando tiempo al laboratorio y a su familia.
También ganó muchos enemigos. Los primeros que le salieron al cruce: las
empresas de agroquímicos. Abogados de Casafe (reúne a las grandes corporaciones
del agro) llegaron hasta su laboratorio en la Facultad de Medicina y lo
patotearon. Comenzó a recibir llamadas anónimas amenazantes. Y también lo
desacreditó el ministro de Ciencia, Lino
Barañao. Lo hizo, nada menos, que en el programa de Héctor Huergo, jefe de Clarín Rural y lobbysta de las empresas.
Barañao desacreditó el trabajo y defendió al glifosato (y al modelo
agropecuario). Y no dejó de hacerlo en cuanto micrófono se acercara. Incluso
cuestionó el trabajo de Carrasco en encuentros de Aapresid (empresarios del
agro) y, sobre todo, en el Conicet.
Carrasco no se callaba: "Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de
carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben
que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo,
hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria".
Los diarios Clarín y La Nación lanzaron una campaña en su contra. No podían
permitir que un reconocido científico cuestionara el agronegocio. Llegaron a
decir que la investigación no existía y que era una operación del gobierno para
prohibir el glifosato, una represalia por la fallida 125. Carrasco se enojaba.
"Si hay alguien que no quiere tocar el modelo sojero es el gobierno", resumió
café mediante en el microcentro porteño. Pero Carrasco era funcionario del
gobierno: Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa. Le pidieron que
bajase el tono de las críticas al glifosato y al modelo agropecuario. No lo
hizo. Renunció.
Andrés Carrasco: "Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria"
EL
SILENCIO NO ES SALUD
Empresas, funcionarios y científicos lo habían
acusado de no publicar su trabajo de glifosato en una revista científica, sino
en un diario. Se reía y retrucaba: "No existe razón de Estado ni intereses
económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de
la salud pública. Hay que dejarlo claro, cuando se tiene un dato que sólo le
interesa a un círculo pequeño, se lo pueden guardar hasta tener ajustado hasta
el más mínimo detalle y, luego, se lo canaliza por medios que sólo llegan a ese
pequeño círculo. Pero cuando uno demuestra hechos que pueden tener impacto en
la salud pública, es obligación darle una difusión urgente y masiva".
Era calentón Carrasco. Se enojaba, discutía a muerte, pero luego tiraba algún
comentario para distender.
Nos solíamos ver en un café antiguo cerca de Constitución. Él era habitué.
Charlaba con las mozas y debatía de política con el dueño.
Café mediante, le pregunté por qué se metió en semejante baile. Ya era un
científico reconocido en su ámbito y no necesitaba dar prueba de nada. Tenía
mucho por perder en el mundo científico actual. Me explicó que lo había
conmovido el sufrimiento de las Madres del Barrio Ituzaingó de Córdoba. Y que
no podía permanecer indiferente. También lamentó que el Conicet estuviera al
servicio de las corporaciones.
Denunció acuerdos (incluso premios)
entre Monsanto y Barrick Gold con el Conicet. Se indignaba. "La gente sufre y
los científicos se vuelven empresarios o socios de multinacionales",
disparaba.
Ética
En 4 de mayo de 2009, el
ministro Barañao envió un correo electrónico a Otilia Vainstok, coordinadora
del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología (Cecte). En un hecho
sin precedentes,
Barañao aportaba
bibliografía de Monsanto
y pedía que
evalúen a Carrasco. Nunca había pasado algo similar. La mayor autoridad de
ciencia de Argentina pedía una evaluación ética de un investigador que había
cuestionado al químico pilar del modelo agropecuario.
Barañao quería la cabeza de Carrasco.
Vainstok envió un correo electrónico el
mismo lunes 4 de mayo, con copia a los nueve integrantes del Comité de Ética.
Decía así:
"Estimados colegas, esta
tarde he recibido un pedido de que el Cecte considere las expresiones vertidas
en artículos periodísticos por Andrés Carrasco con motivo de su investigación
de los efectos del glifosato en embriones de anfibios.
Adjunto también la bibliografía aportada por Lino
Barañao, la entrevista a Carrasco y la entrevista al Ministro Barañao que sacó
Clarín".
El mail se filtró a la
prensa. Y Carrasco se enteró de la operación de Barañao y Vainstok. El
escándalo hubiera sido enorme. El Comité de Ética reculó y no juzgó a Carrasco,
pero el camino estaba marcado.
La preocupación por el "futuro digno de la ciencia argentina".
Los de abajo
En agosto de 2010, en
Chaco, estaba por dar una charla, pero empresarios arroceros y punteros
políticos intentaron lincharlo. Había concurrido a una escuela de un barrio
fumigado, y no pudo hablar. Lo sorprendió la violencia de los defensores del
modelo.
Ese mismo agosto, la revista estadounidense Chemical Research in Toxicology
(Investigación Química en Toxicología) publicó la investigación de Carrasco. Lo
que había sido un pedido-chicana de sus detractores, no sirvió para calmar las
críticas. Continuó la difamación de los defensores del agronegocios. Pero fue
un triunfo para los pueblos fumigados, las Madres de Ituzaingó y las asambleas
en lucha. Y Carrasco comenzó a tejer diálogos con otros investigadores, de bajo
perfil. Sentía particularmente respeto y cariño por jóvenes investigadores de
Universidad de Río Cuarto y de la Facultad de Ciencias Médica de Rosario. Solía
mencionarlos en las charlas y los señalaba como el "futuro digno" de la ciencia
argentina.
Otro veneno
Solíamos cruzarnos en
encuentros contra el extractivismo. Y periódicamente nos enviábamos correos con
información del modelo agropecuario, alguna nueva investigación, viajes suyos a
Europa para contar sobre su investigación, el juicio de las Madres de
Ituzaingó, la nueva soja aprobada por el gobierno, los nuevos químicos. Un día
recibí uno de sus mensajes: "Hay un nuevo veneno", fue el asunto de un mail.
Alertaba sobre el glufosinato de amonio y lo mencionaba como posible sucesor
del glifosato: "El glufosinato en animales se ha revelado con efectos
devastadores. En ratones produce convulsiones y muerte celular en el cerebro.
Con claros efectos teratogénicos (malformaciones en embriones). Todos indicios
de un serio compromiso del desarrollo normal", precisaba. Y recordaba que la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad
Alimentaria) detalló en 2005 los peligros del químico para la salud y el
ambiente. Destacó que
desde 2011 el
Ministerio de Agricultura había aprobado diez eventos transgénicos de maíz y
soja de las empresas Bayer, Monsanto y Syngenta. Cinco de esas semillas fueron
aprobados para utilizar glifosato y glufosinato.
¿Para qué y para quién investigan?
Otra tarde le envíe un
correo electrónico contando de investigadores que confirmaron lo mismo que él,
pero en sapos (muchas veces llaman los "canarios de la mina" porque pueden
anunciar lo que le sucederá a humanos. Los investigadores tenían miedo a
hablar, por las posibles represalias. De inmediato me llamó por teléfono. Fue
tajante: "No quiero saber quiénes son. Sólo quiero que le preguntes para qué
mierda investigan, si para criar sapos o para cuidar al pueblo que subsidia sus
investigaciones. Preguntales eso por favor". Y cortó.
Los investigadores nunca quisieron hablar y difundir masivamente sus trabajos.
Carrasco en Wikileaks
En marzo de 2011 se conoció que
la
embajada de Estados Unidos lo había investigado y había hecho lobby en favor de
Monsanto
. Documentos oficiales filtrados por Wikileaks
confirmaban el hecho. "No esperaba algo así, aunque sabemos que estas
corporaciones operan al más alto nivel, junto a ámbitos científicos que les
realizan estudios a pedido, medios de comunicación que les lavan la imagen y sectores
políticos que miran para otro lado. Estaban, y están, preocupados. Saben que no
pueden esconder la realidad, los casos de cáncer y malformaciones se reiteran
en todas las áreas con uso masivo de agrotóxicos".
El
otro Carrasco
En noviembre de 2013 le
relaté que en Estación Camps (Entre Ríos) había entrevistado a una mujer que
luchaba contra los agroquímicos. Era una trabajadora rural y ama de casa, muy
humilde, que había enviudado. Su esposo era peón de campo, vivía rodeado de soja
y fue fumigado periódicamente. Comenzó a enfermar, la piel se le desprendía y
tuvo graves problemas respiratorios. Murió luego de una larga agonía. La mujer
no tenía dudas de que habían sido los agroquímicos que llovían sobre la casa. Y
los médicos tampoco tenían dudas, aunque se negaban a ponerlo por escrito. El
nombre del trabajador rural víctima de los agroquímicos: Andrés Carrasco.
La viuda había escuchado en la radio sobre el científico homónimo de su marido
y el glifosato. Y, entre llantos, contó que le daba fuerzas saber que alguien
con el mismo nombre que su esposo estaba luchando contra los químicos que le
arrebataron al padre a sus hijos.
Le conté la historia por teléfono. El Carrasco científico se conmovió, no podía
seguir hablando. Y confesó que solía arrepentirse de no haber investigado antes
sobre el glifosato.
Fabián Tomasi, una víctima de los agrotóxicos, como Andrés Carrasco, homónimo del luchador motivo de esta nota (Foto: Pablo Piovano)
La
última maniobra
A fin del año pasado
me llamó para contarme la última maniobra del Conicet. Había solicitado la
promoción a investigador superior y le fue negada. La cuestión iba mucho más
allá de la promoción. Lo enojaba el ninguneo de los científicos empresarios y
obedientes del poder. Lo habían evaluado dos personas que no conocían nada de
su especialidad y otro que es parte de las empresas del agronegocios. Me envió
su carta de reclamo al Conicet y relató en detalle la reunión con el Presidente
de la Institución. Estaba seguro que era un nuevo pase de factura por lo que
comenzó en 2009.
Y le dolía el silencio de académicos que respetaba, incluso de amigos de antaño
de las ciencias sociales que le daban la espalda.
Le propuse un artículo periodístico e intentar publicarlo en Página12
.
Le tenía aprecio al diario, a pesar de que hacía
tiempo habían dejado de darle espacio. Le avisé que pondría su versión de los
hechos y la del Conicet y de Barañao. Me retruco rápido: "Te van a sacar
cagando".
Lo propuse al diario. Lo rechazaron sin la más mínima
explicación.
Cuando le avisé la
negativa, ni se inmutó. Dijo que era previsible. "En estos años tuve un curso
acelerado de lo que son los medios de comunicación", resumió. Le respondí que
estos años había aprendido que el Conicet no era para nada impoluto y que había
demasiadas miserias en el mundo científico.
Reímos juntos.
Y me chicaneaba y recordaba que ahora éramos colegas. Tenía un programa en FM
La Tribu donde nadie lo censuraba y daba gran protagonismo a las asambleas y
organizaciones en lucha contra el extractivismo. El nombre del programa era
todo un mensaje a sus enemigos: "Silencio cómplice".
Quedamos en juntarnos a comer un asado y publicar la nota en medios amigos (la
publicó la vaca en su periódico MU en
marzo pasado).
Intenté para esa nota hablar con "la otra parte".
Barañao dijo que no tenía nada de qué hablar, desechó cualquier
pregunta. El presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, adujo problemas de
agenda.
La
última entrevista
Viajó a México al Tribunal Permanente de los
Pueblos (tribunal ético internacional, de carácter no gubernamental que evalúa
la violación de derechos humanos). Volvió a México en enero. Se descompuso y
fue trasladado de urgencia. Lo operaron en Buenos Aires y tuvo largas semanas
internado, débil. Cuando le dieron el alta, llamó a casa. "Zafé", fue la
primera palabra. Y de inmediato preguntó: "¿Qué sabés del bloqueo en Malvinas
Argentinas (Córdoba, donde se frenó la instalación de una planta de Monsanto)?
¿La tiene difícil Monsanto?" Él había estado en setiembre de 2013 cuando
comenzó el bloqueo. Me explicó que tenía para varias semanas de recuperación,
pero cuando estuviera mejor quería que vayamos a Córdoba, a Malvinas Argentinas
y también a visitar a las Madres de Ituzaingó. Lo dejamos como plan a futuro.
Hablamos sobre su situación en el Conicet. Le dolía la indiferencia de
compañeros del mundo académico, sobre todo de las ciencias sociales. Le
pregunté por qué no recurrir a las organizaciones sociales. Se opuso. Argumentó
que ya demasiado tenían en sus luchas territoriales como para preocuparse por
él. Se ofreció para una entrevista. La hicimos. Algunas citas:
"Los mejores científicos no siempre son los
más honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para
escalar posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo".
"El Conicet está absolutamente consustanciado
en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones".
"(Sobre la ciencia oficial) Habría que
preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para
transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y
perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para fracking y Chevron?"
"Mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que
lo que uno hizo tuvo importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay
instituciones del Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener
discursos, para que el relato no se fisure.
Sabía que la entrevista sería para un medio
amigo, "no masivo". Estaba contento, recuperando fuerzas, no iba a dar el brazo
a torcer ante Barañao, Salvarezza, el establishment científico y las
corporaciones del agro.
El 27 de marzo concurrió a Los Toldos, a una audiencia pública sobre
agroquímicos. Estaba débil, pero no quiso faltar. Sucedió lo mismo en la
Facultad de Medicina, en la Cátedra de Soberanía Alimentaria (el 7 de abril),
donde habló de los alimentos transgénicos y los agroquímicos. No estaba bien,
andaba dolorido, pero no quiso faltar. Entendía esos espacios como lugares de
lucha, donde debía explicar los efectos de los agroquímicos. Solía decir que se
lo debía a las víctimas del modelo.
Al fines de abril avisó por correo electrónico que lo habían vuelto a internar.
Esperaba que sea algo rápido. Quería volver a su casa, recuperarse y hacer el
viaje pendiente a Córdoba, al acampe contra Monsanto.
Su
legado
Fui testigo de sus últimos seis años. Tiempo
en el que decidió alejarse del establishment científico que vive encerrado en
laboratorios y sólo preocupado por publicaciones que sólo leen ellos. Se
transformó en un referente hereje de la ciencia argentina. No tendrá despedidas
en grandes medios, no habrá palabras de ocasión de funcionarios ni habrá actos
de homenaje en instituciones académicas.
Andrés Carrasco optó por otro camino: cuestionar un modelo de corporaciones y
gobiernos y decidió caminar junto a campesinos, madres fumigadas, pueblos en
lucha. No había asamblea en donde no se lo nombrara.
No existen papers, revista científica ni congreso académico que habilite a
entrar donde él ingresó, a fuerza de compromiso con el pueblo: Andrés Carrasco
ya tiene un lugar en la historia viva de los que luchan.
Nos queda, entonces, saldar con él una enorme deuda: la de decirle gracias.
Nos vemos en la lucha.