FAVIO, TROESMA MENDOCINO
por Ricardo Luis Acebal
Ahora sí, perdí la
esperanza de ver en una pantalla la versión cinematográfica digna que merece
nuestro Martín Fierro. Ni la realizada con dibujos del Negro Fontanarrosa (que
no era cineasta) arrima el bochín desde cualquier ángulo que se lo enfoque al
poema del gran José Hernandez.
Y otro tema que
creo que nos va a quedar pendiente (por ahí para siempre) es la gran película
argentina sobre nuestros aborígenes.
Es que se nos ha
ido quien poseía todo el
talento
y la
identidad nacional
que
hacen falta para encarar esas dos realizaciones: el "niñiiito" menduco que se
autoretrató en "Crónica de un niño solo", el que fue capaz de trasladar al cine
los sueños de triunfo del más "común" de los hombres "comunes" de nuestro
pueblo mediante una alianza con un "cómico de la legua" y encima confiándole el
rol protagónico a dos antiactores (Carlos Monzón y Gianfranco Pagliaro) en
"Soñar…soñar", el que fue capaz de traducir al lenguaje del cine uno de
los radioteatros más populares de todos los tiempos: El gaucho y el lobizón (y como homenaje a su creador Juan Carlos
Chiappe) titulándolo "Nazareno Cruz y el lobo"…
Se nos ha ido Leonardo Favio, el del "Romance del
Aniceto y la Francisca…", de "El dependiente", de "Gatica el Mono", de "Juan
Moreyra" (que también es un reconocimiento al vapuleado Eduardo Gutierrez, a
quien cierta intelectualidad autóctona siempre despreció por "folletinezco y
populachero"), el de "Perón, sinfonía del sentimiento"…
El joven actor
Se nos ha ido para
el lado de las nubes un autodidacta del Cine a quien los famosos premios
"Oscar" le importaban tres carajos. Así como Homero Manzi había decidido "no
ser un hombre de letras, sino hacer letras para los hombres", Favio vivía
imaginando y realizando películas para los pueblos del Sur, para
n-o-s-o-t-r-o-s, los de este lado del Mundo. Otros, en cambio, filman aquí, con temas que tienen que
ver con nosotros pero con lenguaje fotográfico y sonoro que tiene que ver con lo que les gusta a los
imperios, a los jurados de Hollywood, de Europa o de cualquier otro sitio del
globo. Y con la complicidad del coro de "críticos" que la van de entendidos,
sobre todo los que firman en los llamados grandes medios o pontifican a través de los "grandes canales" nos quieren
hacer creer que obtener un Oscar (o lo que sería para otros rubros el "Nobel")
es una confirmación de la alta calidad del producto obtenido por alguno de estos directores estrella del siglo
veintiuno.
También se nos ha
ido el militante peronista que estuvo a punto de ser fusilado en Ezeiza el 20
de junio de 1973, cuando dijo por los micrófonos ¡no disparen! al contemplar
cómo desde el palco donde él se encontraba animando a la multitud que iba a
celebrar el definitivo regreso de Perón a la Argentina, un grupo de asesinos
baleaba a la concurrencia.
Y también se nos ha ido el creador de "O quizás
simplemente le regale una rosa", el que vivió e hizo vivir también a sus
músicos y voces que le hacían coro. El que con los honestos morlacos que le
producían sus giras por clubes y salas de barrio (y también del "centro")
producía esas películas recordadas más arriba.
En estos días me
dio por releer "Y los ríos se secaron", cuentos del troesma Juan Draghi Lucero, que aunque
objetivamente no había nacido en Mendoza sino en Los Nogales, Provincia de
Santa Fe, fue "anotado" en Luján de Cuyo y desde que se reveló escritor afirmó
como nadie la identidad cultural mendocina.
Entre los
reconocimientos que tuvo en vida (de los que realmente honran, no como los
Oscar o los Nobel) don Draghi recibió el Premio "Sudamérica", que le otorgó una
verdadera institución cultural de los duros años 1980 y 90: el CEHASS, creado y dirigido por Rodolfo Senra.
Un capítulo de "Y
los ríos se secaron" se llama "El pelao" y lo transcribo aquí en homenaje a la
infancia mendocina marginal de nuestro querido y admirado Leonardo Favio.
"Fuiste mia un verano", "Estoy orgulloso de mi General"...
EL PELAO
¡Tan sentado en el
borde mismo de la laguna, al rayo del sol, se dejaba estar el Pelao! En la
caldeada siesta, ese bultito seguía con la mirada a las alimañas del campo que
acudían a la laguna a beber el agua apozada. Y seguía mirando con el todo de su
mirar, como si sacara cuentas del libro de la Vida…
Nada de cabello le
habían dejado en lo alargado de su cabezota. Patente se mostraban los
tijeretazos que le habían asestado por aquí y por allá con tijeras de tusar caballos. Y gracias que le
habían respetado las orejas.
Le rebrillaba el
sol en la cabezota de melón. Por la pantorrilla le caminaba un piojo, al
parecer desorientado. Él lo dejaba subir. Le divertía verlo mover sus cortas
patitas, medio arrastrando la panza llena. Lo dejó que subiera en dereceras de
sus verijas… Luego apartaba su mirar a la inmensidad de las aguas en reposo; le parecía que hablaban los totorales
de las lagunas. El calorazo del sol de verano y el caldeo de sus trabajosos
pensares ¡cómo lo hacían sudar al pobrecito! De la punta de la nariz le caían
gotas de sudor que formaron un hoyito en la arena. Si parecía que le gustaba
ver la obra de su sudor.
El cura de la
capilla del vecindario andaba por ahí caminando, como era su costumbre y
complacencia; de paso veía los quehaceres de su grey. Con vistazos sopesantes
comprobaba que en su parroquia todo seguía igual. De pronto llamó su atención
un bultito que ya se caía a la laguna. Se le arrimó hasta comprobar que era un
niñito retaquito y muy rotoso. Parecía soñar despierto y como alejándose por la
laguna. Lo veía acalorado, en el más
sudoroso pensar, como enredado en las cuentas del imposible aclarar… Se tentó
el cura en dirigirle palabras con escondidas travesuras: ¡lo veía tan pensador!
-¿De dónde eres,
Pelao?
-¡De la cabeza,
señor cura! Le contestó ese bultito tan caviloso.
Le gustó la viveza
del niñito. Más tentado, preguntó ¿Qué hace tu padre?
-Ha ido medio a
esconderse detrás de aquel zampal para dejar a los que mata y volver con los
que se le escapan.
¡Diantre!
Remascando tal contesta se descaminaba el cura. En porfiada tentación, se le
lió este preguntar:
-¿Qué hace tu
madre?
-Fue a donde,
aunque no nos guste ir, ¡iremos todos! Ahí hace servicios a los que no se los
agradecerán.
Más se empañó y
muy hondo el señor cura. Detrás de vanos hurgueteos no pudo alzar vuelo. Con
más calor siguió jeringando: -Y tu hermana ¿qué hace?
-A los chillidos
está que se las pela: pagando las gustaditas del año pasado.
Nuevamente aleteó
el preguntador, pero volvió con las alforjas vacías. Casi pendenciero preguntó:
-¿Qué me cuentas de tu hermano?
-El, que nunca
trabajó, fatigándose está para dejar la fresca sombra que goza para salir a
asarse a los rayos de este solazo.
¡Menos! El de la
sotana anduvo a los aletazos por vecinas alturas. Volvió a su sacristía sin
cosecha. Dándole una vuelta a sus inquisiciones, se resigna a decir: -Oye,
Pelao de los demonios, ya mismo me dieras la relación, cierta y verdadera, de
mis preguntas y dejarás de retorcer palabras descaminantes.
-Era de mi
creencia -se dejó decir el niñito- que el señor cura, que tanto sabe de la
Tierra como del Cielo, capujaría en el aire mis contestas, que parten de la
razón y llegan al razonar… Bajaré a decirle, en lengua de Castilla, y sin las
espumas del pensar, el contenido de sus preguntas. Por el más justo y cabal
precio usted sabrá lo que, como curiosero, me pregunta.
-¡Interesado eres,
Pelao!
-¿No cobra
diezmos, primicias y limosnas el señor cura? ¿No hay que pagarle por las misas
que manda decir el vecindario por la salvación de sus almas? Por la primera,
págueme un puñado de nueces.
-Convenido.
-¡Y se fue la de
pagarse con nueces! Mi padre ha ido a medio despiojarse detrás del zampal para
matar a los del rascarse. Deja a los que mata a fuerza de uñas y vuelve con los que se le escapan.
-Ah, pillete.
Ahora me cuentas la segunda.
-Por una buena
tajada de queso.
-Con queso te
pagaré, pícaro.
Resolló el
pobrecito para decir: -Mi madre fue al camposanto a regar los jardincitos de
las sepulturas y parar las cruces volteadas por el último ventarrón. ¿Se lo
agradecerán los que están abajo, quietitos y sin chistar?
-Uh… En vivo no
podrán hacerlo. Ahora venga la tercera.
-Por medio pan.
-Te daré un pan
entero, ¡comilón! ¡carozo de pulpero!
-El año pasado se
divertió y bailó de lo lindo en los bodegones. Ahora está pariendo a los
gritos.
-¡Y cómo chilla!
La última, la de tu hermano.
-Por dos fetas de
jamón.
-Sí, vendedor de
enredos.
-Por jugar en la
pulpería con taba cargada lo apresaron los policianos. Ahora, en muy fresquito
calabozo está cavando un túnel, con miras de asarse en este solazo.
-¡Qué familia!
Bien, ahora dime a dónde va este camino.
-Por un jarro de
arrope.
-Bueno
¡mercachifle!
-Este camino no va
a ninguna parte. Desde que lo conozco está ahí, quietito. Los que van son los
caminantes y le sumo que los que vienen ¡son los vinientes!
-¡Hombre, razón
tienes!... ¡Qué calor hace! Ganas tengo de bañarme. ¿Es honda la laguna?
-A la hacienda de
mi padre, le da al pechito.
Al amparo de un
jume se desnudó el cura. Arrimóse a la laguna y de cabeza se tiró al agua… ¡Se
hundió el señor cura! Comenzaron a salir globitos y más globitos. Al rato
apareció su peladita y luego la cabeza y cara. Escupió barro y agua turbia. Hecho
una furia le gritó al Pelao: -¿No me dijiste ¡sabandija! que a la hacienda de
tu padre le daba al pechito?
-Mire a son de
comprueba y vea si miento lo grueso de la uña.
Paseó su mirar el
cura por la superficie de las aguas y vio a una media docena de patos caseros
que nadaban con el agua al pechito. Ahogó a uno de sus ternos más gruesos.
Atinó a salir y limpiarse el barro y vestirse. Después hizo mención de irse. Se
alarmó el Pelao. -¿Y, señor cura? ¿Qué fue de mis descarozados? ¿Qué hubo de
mis nueces? ¿Y de mi queso? ¿Dónde paran mis fetas de jamón? ¿Qué se hizo de mi
pan y mis bizcochitos?
-¿También
bizcochitos? Oye: te vienes detrás de mi hasta la capilla a cuyo lado vivo.
Allá te pagaré todo lo tratado, aunque… ¡Hum!-, y comenzó a caminar el cura seguido
por el Pelao, como un perrito. A los rezongos iban los dos. Llegaron a la casa.
Abrió la puerta el cura y entraron. Ya en el corredor: -¡Siéntate! Le ordenó al
Pelao y él fue a la bodega y volvió con los bastimentos del trato.
"Crónica de un niño solo" ¿o el Pelao?
-¡Toma y come!-le
dijo al niñito.
Se dedicó el pobre
Pelao a la tarea ruidosa de mascar. Así como a la hora de tragar y tragar se le
puso como tambor la pancita. Al acabar se le arrimó el cura.
-Oye tragón:
¿quieres conchabarte a mi servicio?
-Será según la
paga y el trato, señor cura.
-¡Demonios! Por
toda paga serán las sobras de mis comidas. ¿Trato? Pues ¡el de sirviente!
Se sumió en los
más profundos pensares el chiquito Pelao. Al rato alumbró juicio: -Me conchabo,
señor cura.
-Bien; dormirás en
el galpón de la bodega. Entre los botijones, unos quebrados y otros enteros,
hay bolsas y trapos viejos. Con ellos harás tu cama. En anunciándose el día te
levantarás. Lo primero, limpiarás el chiquero y darás agua y comida a los
chanchos. Lo mismo con las conejeras. Revisarás los nidales del gallinero. Los
huevos los llevas a la cocina, sin tentarte a comer ni uno. Pondrás ceniza
nueva en el revolcadero de las gallinas, a donde ellas se libran de los
diablejos. Limpiado todo, les tirarás a las aves puñados de maíz y les pondrás
agua limpia. Cuida que no se te escape ni una. Luego regarás el patio y el
corredor con media rociada y todo lo barrerás con la escoba de pichana. Ya
habrás puesto la caldera con agua al fuego y, en cuanto hierva, me llevas media
docena de mates, apenas dulzones, con tortitas raspadas a mi cama, donde
desayuno. No bien me levante limpiarás la alcoba, con el cuidado de sacar las
cobijas al sol. Después de asolearse tenderás mi cama. Luego, en la cocina,
pondrás la olla al fuego, con agua para el puchero y limpiarás y prepararás las
verduras. Mientras se cocina la comida, irás a la capilla a la que entrarás
después de persignarte. Con plumero desempolvas los cuadros e imágenes. Cuando
te grite darás tres campanadas en la campana grande y dos en la chica; es el
llamado a misa. Vuelves a la cocina a vigilar el almuerzo mientras yo me ocupo
de mi ministerio.
-Por favor ¿me
permitiría oir la misa, señor cura?
-Mientras la digo,
tú recorrerás los bancos con mi alcancía. Haces que los oyentes depositen
monedas. A los depositantes les dirás, agradecido: -El cielo lo agraciará con
el doble de su limosna.
-¿Y a los que no
dan ni medio?
-Pues les
guardarás el más profundo y avinagrado silencio. Después de la doble recorrida
depositarás la alcancía al pie del púlpito. Recuerda que en ella sólo se puede
meter monedas, nunca sacarlas. Si te sobra un momento, puedes quedarte a oir el
final de la misa ¡Con la mayor compostura! Recuerda que estás en la casa de
Dios.
Este fue el
conchabo del chiquito Pelao. A los pujidos y desiguales resollidos cumplía el
pobrecito con lo duro de sus obligaciones y hasta se las arreglaba para, en el
rincón más apartado de la capilla, encogerse a oir los restos de la misa. Ahí
era de verlo, agachado, en la mar de las cavilosas concentraciones. ¿En qué
podía cavilar ese bultito? Lo cierto es que se le ardía la cabezota de tantos
pensamientos que en ella se entrechocaban…
Así, con arrastres
de rezongos, pasaron unos y otros tiempos.
Un atardecer se
paseaba el cura por el corredor. Le causaba gracia ver al Pelao ¡tan pensativo!
En la cocina. Se tentaba en reírse de él. Maquinó hacerle una picardía al pobre
niñito.
-Oye, Pelao -es
que le dice- pones media docena de huevos en el agua hirviendo de la caldera.
Al rato, al estar duros, los sacas, los pelas y los pones en la bandeja-. Hecho
el mandato siguió paseándose el cura. Al rato y ya cumplidas las órdenes, al
pasar frente a la cocina, se largó un viento y dijo: -Cómetelo, Pelao- Varias veces repitió la pícara broma. Nada que
respondió el pobre niñito.
A la noche, ya
ante la mesa, le dice a su conchabadito: -Tráeme la bandeja con los huevos.
-¿Qué le voy a
traer si me los comí a todos?
-¿Cómo te has atrevido?
-¿Y no me ordenaba
usted, cada vez que pasaba frente la cocina: -Cómetelo, Pelao?
Ahogó una de sus
palabronas el señor cura y se propuso hacerle otra de marca mayor. Al día
siguiente le entrega unas alforjas al Pelao y lo manda a que traiga, en una de
las bolsas de lo que hay y, en la otra, de lo que no hay. -¿Entiendes.
-Con todas sus
letras, señor cura-. Y salió el Pelao a cumplir el mandato. No tardó mucho en
volver el bienmandado y entregó las alforjas a su patrón. Metió el cura la mano
en la que estaba vacía.
-En esa no hay-
advirtió el niñito. Metió el cura la mano en la otra y la retiró, exclamando:
-¡Ay!- y mostró sus dedos sangrando.
Miró dentro y vio un quisco espinoso…
-¡Me las pagarás
bandido! -se dijo en silencio.
A los naipes
acostumbraba el cura a jugar con el pulpero en la pulpería vecina. Ahí, fumando
y con traguitos de aguardiente se divertían los dos. Entre juego y trago contó
el cura las finas habilidades del Pelao. Las comentaron y, entre risas se
vonvoyaron para hacerle una de las que dejan rastro al pobre niñito.
Al día siguiente
ordena el cura al Pelao: -Como se acabó
el aguardiente de mi tinaja, te vas a la pulpería con este jarro y me lo traes
lleno de aguardiente. Anda pronto y vuelve luego.
Portando jarro
salió el niñito a cumplir lo mandado. Al salir, sacó de paso un conejo y lo
escondió debajo del brazo. En llegando a la pulpería llamó a la puerta… De
golpe se abrió y salió un perro furioso que se lanzó contra el pobrecito.
Listo, le largó el conejo y ¡chiquitos se hicieron perro y conejo corriendo por
el campo! Volvió a llamar el Pelao, varias veces. Por fin salió el pulpero, más
que sorprendido al verlo.
-¿Y el perro?
-preguntó-. -Va detrás de lo que le
largué.
-¿Y qué le
largaste?-. -Lo que corre el
perro-. Repitieron una y cinco veces
pregunta y respuesta. Fastidiado de la chicana, el pulpero dijo al fin: -Pasa y
vamos a la bodega-. En llegando le
ordena al niñito: -Te pones al lado de la boca de la gran tinaja de agua
ardiente y, metiendo la mano dentro, llenas el jarro-. -No-
responde muy su señor el Pelao: -El que despacha es el pulpero- Bien se aviene el tal. -Yo llenaré el jarro hasta la mitad y tú el
resto- Toma el jarro el pulpero y se
agacha para meter el brazo en la ancha boca de la vasija. Muy inclinado, nadie
sabrá en el nunca de los nuncas si resbaló o fue empujado. De cabeza cayó en el
tinajón del aguardiente. Quiso como patalear un poco, pero pronto se aquietó
con los ojos blancos y se le arremangaron los labios como si se riera… El
cuerpo del pulpero hizo subir el licor y fácil le fue al niñito llenar el
jarro.
Paso a paso llegó
el Pelao con el jarro lleno de bebida. Al verlo el cura casi se cae de
sorpresa.
-¿Y el pulpero?
-preguntó-. -Está donde él quería que yo
estuviese. -¿Y dónde quería él que tú
estuvieses? -. -Donde él está ahora-. Siguieron jeringando con las mismas hasta el
cansancio. Por fin se retiró el cura. Pensativo se quedó.
Otros tiempos
pasaron.
Una mañana llaman
a la puerta. Sale el Pelao y se topa con un negro servidor.
-De parte de mi
señora ama que el señor cura tenga muy buenos días y que cómo ha amanecido y
que aquí le manda, en esta petaquita, parte del diezmo de este año, y las
primicias de las brevas en esta fuentada de fruta recién cosechada.
-Dirás a tu señora
ama -contesta el Pelao, de antes aleccionado- que el señor cura agradece en el
alma tan finos cariños a la Iglesia; que Dios la premiará a manos llenas.
Fue a la cama de
su amo el conchabadito y le entregó lo mandado por la muy rica señora de la
comarca.
-Esta buena dama,
del antiguo patriciado, para bien del Cielo resucita el tradicional diezmo y
las alegres primicias, que los descreídos han olvidado. ¿Qué mal hace la
miserable décima parte y el gentil regalito de las primicias a las grandes
fortunas? Dios todo lo premia.
-Eso y mucho más
le dije de parte de usted al negro servidor -advirtió el Pelao.
Y fue a tocar las
dos campanas llamando a misa. Pero ya era fino campanero el Pelao y lo hacía
con la delicadeza del buen llamar de la campana gorda y de la campana flaca.
Los tiempos
siguieron pasando.
-Oye, Pelao: irás
conmigo a la respetable casa de la señora viuda del Higueral. Yo debo confesar
a la muy distinguida dama, que tanto protege a la Iglesia. Tú pasarás a la
cocina y con tus artes de zorro le sonsacarás a la negra cocinera todas las
artimañas que esconde. Es lengua de víbora y tanto su ama como yo estamos al
tanto. Me contarás, punto por punto lo que te diga.
Salieron; al poco
rato de caminar llegaron a la mentada casa de la riquísima viuda. Era la
poderosa de la comarca, dueña de higuerales, viñas y nogales. En sus carretas
mandaba al Litoral cargas de higos mondados con nueces, arropes y vinos finos,
que sus hábiles servidores preparaban con arte. Muy rica era la señora viuda,
de antigua estirpe.
Finalmente saludó
la dueña de casa al señor cura, que iba muy emperifollado. Lo recibió en su
alcoba. El Pelao enderezó para la cocina. Con mucho desabrimiento y crecientes
desconfianzas lo recibió la negra de las ollas. Lo remiraba de arriba abajo.
-¿Con que con tan
poca figura te levantas a ser el famoso Pelao?
-Pelao solamente y
sin famas ni figuras.
-Chiquito como
higo pasmao habías sido y sin nada que agracie tu apocada presencia. Cuentan
las biatas que van a misa que no las dejas tranquilas con la famosa alcancía de
entrar y no salir. ¡Todo es negocio!
-Ayuda cristiana y
a voluntad es para la Casa del Señor.
-¡Para el bolsillo
del pollerudo es!
-¡No levantar
calumnias para el Ministro del Señor de los Cielos!
-¡Calumnias!
¿Sabes a qué viene aquí tu famoso patrón?
-A confesar a tu
ama para limpiarla, mediante penitencia, de todo pecado.
-Sabé, higo
pasmao, que yo no me las trago enteras. Orden tengo de mi patrona que no bien
llega el que la confiesa de llevarle al aposento una fuente con fetas de jamón,
media docena de huevos duros, aceitunas zajadas en aceite y una jarra del mejor
vino añejado. ¿Para confesar a una arrepentida necesita bocados que levantan a
los muertos?
-Para acudir en
ayuda del alma debe fortificarse el cuerpo, per secolorum, secolorum…
-Hacete el
inocentón ¡pícaro! Y ahora oíles las carcajadas del confesor y la confesada.
¿Porqué no confiesa y lava de pecados a los pobres sirvientes?
-A no pensar mal
aprendí de la religión. ¡Gloriam in excelsis Deo!
-Y el Infiernum
para el pobrerío. En la última leva de pardos y negros, arriaron con mi marido
al fortín, como infeliz soldado, a pagar las que no hizo.
-Felices los que
sufren en este bajo mundo. Ellos gozarán las glorias del Cielo.
-¡Andate a la
misma…! Te regalo esas glorias, ¡adulón! Los pobres, después de sufrir las mil
y una miserias de este mundo, cuando mueren los tiran a la fosa común, llena de
gusanos. Arrimate al enterratorio y los verás a montones. ¡Esa y no otra es la
gloria del Cielo! Vez pasada, como fuera un clamor que todos los hijos de los
sirvientes estaban sin bautizar, vino tu amo, los juntó y en una sola junción
los bautizó a todos. Dijo que los libraba de las garras del Diablo. ¿Porqué no
de la miseria?
-Todo es Deo
volente. El buen cristiano se inclina ante los mandatos del Cielo, y ¡nihil
mirari!
-Dejate ¡santulón!
De atragantarme con palabras del embrollo. Defiendes a tu amo porque a su
sombra engordas. Pasas la gran vida. Duermes bajo techo y comes a panza llena
las sobras que caen de la mesa. ¿Robas monedas de la alcancía?
-¡Horror! Sic tibi
terra levis, te deseo.
-¡La que te…! Tu
amo deja limpia de faltas a la mía, la que da de comer maíz sancochado con
charqui enmoscado a los que le sirven. Es su paga. ¿Qué dices, Pelao?
-¿Yo? ¡Cogito ergo
sum!
-¡Que te
recontra…! ¿Dónde aprendistes esas palabras con olor a fraile? ¿Pensás acabar
de cura? Te falta ¡Hasta la presencia, higo pasmao!... Ya dejaron de reírse los
dos que mandan. Pronto se irá tu amo, el que maneja a Dios. Como choquito irás
detrás de él.
Y así fue. Alegre
salió el cura de la lujosa alcoba. El Pelao acomodó sus pasitos detrás de él.
Ya algo distanciados de los portales, saltó la pregunta.
-¿Lograste
pescarle alguna zorrería a la negra cocinera?
-Oí sus negras
razones. Está muy arrepentida de haber sido lengua de víbora. Irá a la capilla.
Oirá misa y se confesará.
-Bien. Iluminada
por Cristo, retorna al redil. Aunque ánima vilis, es conquista.
Siguieron
caminando. De pronto curioseó el cura:
-Oye, Pelao, tú que tienes la agudeza del zorro, ¿sabrás decirme cuál es el
animal rústico más útil al hombre?
-La cabra, señor
cura. Da su leche, su carne y su cuero y ¡hasta su guano!
-¿Y el árbol más
preciado en los campos?
-El algarrobo; verdor de los secadales. Su fruto es caramelo. Molido, pan de
los pobres, vino sin lagar, refresco a los sedientos. Sostiene el techo de los
puesteros, mantiene el fuego, amigo de la vida.
-¿Qué es lo que
pide justa medida, que si falta desazona y si sobra, empalaga?
-La sal, señor
cura. Debe ser usada en lo justo de la medida: ni de más ni de menos.
-¿Qué es aquello
que de día y de noche, a pobres y a ricos les dice la verdad?
-El espejo. Guste
o no guste, su espejar siempre dice lo que es.
-¿Cuál es el árbol
cuya flor y fruto comemos con gusto?
-La higuera, señor cura.
Ya tentado el cura
se fue resbalando a los profundos… -¿Qué es el hombre, Pelao?
-El enfermo de
inteligencia que acabarácon el mundo.
-¿Qué es la vida?
-Un tiento
retorcido que se encoge y que se estira.
-¿Qué es la
riqueza?
-El sudor de la
pobreza.
-¿Y la pobreza,
qué es?
-La obra de la
riqueza.
-Oye, anárquico
pensador: ¿qué son las alegrías?
-Unas calientan y
otras enfrían.
-¿Cuáles son las
calientes?
-Las del cura que
masca a todo diente.
-¿Y las frías,
pillete?
-Las del pobre que masca, si puede, una vez al día.
-Pelao ladino,
¿qué piensas de la religión?
-Lo contrario del
cura barrigón.
-¡Hummmm! ¿Qué es
el bautismo de la gente?
-El primer negocio
con un inocente.
-¿Y la confesión?
-La entrega de la
razón.
-¿Qué es el
casamiento?
-Negocio del cura
con dos jumentos.
-¿Y la
extremaunción?
-El último negocio
con un santulón.
-¡Pelao…Pelao!
¿Qué es la felicidad?
-Tener camisas en
cantidad.
-¿Y la desgracia?
-No ser cura para
criar grasa.
-¿Qué es Dios?
-El socio del
Diablo.
-¿Y qué es el
Diablo?
-El socio de Dios.
Iguales son los dos.
-¿Y la Iglesia,
qué es?
-La pulpería que en la Tierra vende al
Cielo.
-¡Pelao, guarda la
lengua!... ¿Qué es el Cielo?
-El negocio del
consuelo.
-¿Quién es Jesús?
-El que cargó la
cruz.
-¿Y qué es la
cruz?
-Dos palos
atravesados contra la luz.
-¿Qué es el sol,
Pelao?
-El Dios que nos da
la Vida. Sin curas que lo manejen y lo negocien. Luz y calor a los pobres, a
los ricos; a los ignorantes y a los sabios. El Sol es la Vida.
-¡Maldito hereje!
¡Demonio disfrazado de deforme criatura humana! ¡Ahora te conozco!
Siguieron
caminando en punzante silenciarse, apartando mundos. De un charquito, el Pelao
levantó delicadamente a un gusarapo en agonía y lo tiró suavemente a la laguna.
-¿Qué has hecho,
Pelao?
-Salvarle la vida
a un hermano gusarapo. En la laguna fundirá su cola en bien de las cuatro patitas
del hermano sapo. El con mil de sus iguales, en las noches de verano cantarán
las más bellas aleluyas al barro del Universo. ¡Himnos de la Vida sin Dios! Son
mis hermanos.
-Bien dices que
los repugnantes sapos son tus hermanos. Criatura deforme, apenas con
apariencias humanas. ¡Pelao, en tu miserable cuerpo, tan pequeño, anidas al
Demonio más grande! Tus atrevimientos imprudentes ¡te han vendido! ¡Los
hubieras callado y, en paz!
-¡Por callarlos me
calentaron el seso desde que supe pensar! ¡Arroyos de doloroso sudor me
costaron mis silencios cavilosos! ¡Mi seso, siempre hirviendo de verdades y
mentiras, al fin descansa por haberle gritado lo que el miedo tapujaba! Y con
esto, sepa que dejo de ser su criado. Me iré a los campos más amargos a vivir
con pumas, zorros y buitres. Comeré algarrobas…
-Bien. Ganarás el
desierto donde maduraron santones; ya maduro volverás a predicar tu
revolucionaria doctrina… Por ahora, acompáñame hasta la capilla. Luego te irás.
Siguieron hasta el
borde de la laguna por el que continuaron en dereceras de la capilla.
-Oye, Pelao. Temo
que me empujes y me desbarranques a la laguna. Tú al lado de las aguas-. Lo
hizo el Pelao a los rezongos. De pronto le trabaron las piernas y, de un recio
empujón, lo enviaron al agua profunda. Cayó chapoteando. Aporreado, alcanzó a
medio tomarse de una raicecilla que apenas lo sostenía. Gritó:
-¡Sálveme, señor
cura!
-La intención me
sobra, mas me falta la soga.
-¡Usted me empujó
a traición!- Desapareció bajo las aguas
el Pelao. Comenzaron a salir globitos. Logró subir a la superficie con la cara
embarrada. Entre toses y ahogos, gritó:
-¡Sálveme, señor cura! ¡Usted me hizo caer!
-Muere como Demonio arrepentido. ¡Haz la señal de la cruz redentora con tus
brazos y ganarás el Cielo!
-¡Usted me empujó
a traición a la laguna!- Se hundió de
nuevo con ahogos. Apenas reapareció y estiró su diestra señalando al sol con el
índice. Ya en agonía porfiaba en señalar al Padre de la Vida, hasta que se
hundió para siempre. Su patrón esperó hasta que saliera el último globito y se
serenaran las aguas. Siguió su camino. Al entrar en la Casa de Dios, dijo: -Solo contaba ocho años y osó enfrentarse con
la de los dos mil, que yo debo defender.
Juan Draghi Lucero