CHAMUYANDO CON VIRULAZO
Texto: tomado de una nota
publicada en el diario "Página 12".
A mi abuelo le debo todo, él me dio el título más grande que tengo en la
vida, el de hombre. Yo lo adoraba. Los pocos pesos que ganaba mi abuelo en el
ferrocarril no alcanzaban, lo ayudé haciendo de todo menos tres cosas: ser
alcahuete, rastrero y trepador, los peores defectos que puede tener un hombre.
Vendí de todo en la calle, lustré zapatos en las puertas de los quilombos
(casas de tolerancia), vendí sandwiches de chorizo, compré pelo en Entre Ríos
para traerlo a Buenos Aires y venderlo en las fábricas de pelucas. Después
empecé de peón de matadero y terminé como capataz y comprador de hacienda.
El tango me gustaba bailarlo desde los 13 años en los clubes de la zona o
del barrio de Mataderos. Una vez me vieron bailarlo El Negro Celedonio Flores y
el cantor Carlos Acuña y me dijeron:
-Pibe, vos no podés seguir bailando gratis.
Al día siguiente debutaba en el café La Armonía de la avenida Corrientes,
luego vinieron los cabarets Chantecler, Tabarís y todos los lugares de
categoría.
En el año 1952, la empresa de chocolates Águila organizó un gran concurso
nacional de bailarines de tango, participaron 157 parejas y las finales fueron
en el auditorio de radio Splendid. Lo gané. Gracias a eso comenzaron las giras
por todo el país hasta llegar la época dura de los años 60 cuando los programas
de rock en televisión nos hicieron pasar un hambre terrible, bailábamos por
unas monedas. Aguantamos sólo Juan Carlos Copes y yo. La bohemia es linda pero
te cagás de hambre.
En los 70, empezamos a salir otra vez, la primera fue una gira acompañando
a Hugo Del Carril. A comienzo de los ’80 decido abandonar el baile, pero al
tiempo me trajeron la idea de Tango Argentino y me entusiasmé.
Yo soy profesional solamente porque me pagan. En el fondo sigo siendo
amateur, no me ajusto a una coreografía, eso lo hacen los bailarines y yo soy
milonguero, uno de los pocos que bailan tango-tango, por eso me llaman de todas
partes.
Con lo que gané en las últimas giras me compré tres casas, un camión y dos
autos, para mis hijos, ahora salgo algunas veces más, junto unos dólares y
¡chau!, me retiro. Cada gira son cinco o seis meses y para mí es un
sufrimiento, es como estar encanutado en Alcatraz. Sufro lo peor que le puede
pasar a un hombre, estar solo en la muchedumbre. En Japón me paraba en una
esquina y me rodeaban doscientos millones de ponjas, y no entendía un carajo lo
que decían. Entraba en un restaurante, pedía un chorizo y me lo traían con
miel, ¡una cosa de locos! Se morfan el pescado crudo como los indios ¡Dejame de
joder! Nunca comí tanto pollo y tallarines como en Japón. Hay gente a la que le
llamará la atención, pero a mí no.
A mi me atrae un buen vino, un asado con los amigos, los jilgueritos que
tengo en el fondo de mi casa.
En las giras, cuando no actúo, apolillo, no le doy bola a nadie, me llevo
un pilón de libritos policiales y de cowboys y así estoy bien. Me jodían con
Venecia ¿Pero qué es Venecia? El cementerio de la Chacarita inundado, y que me
perdone la Chacarita. A mí me rompen los que por una cuestión de status o
snobismo empiezan a los gritos "¡Ay, que bella es Venecia!" Bella es
la pampa donde podes ver los árboles, los animales, los colores del pasto en la
inmensidad, y no una ciudad que se está hundiendo y que cada vez que pasa una
góndola con un tano arriba deja una «baranda» que el Riachuelo, al lado de eso
es lavanda Atkinson.
Estoy pesando 128 kilos, pero no me hacen nada; con traje negro, el moño a
lo Gardel y una buena pilcha es como que me sacaran ese exceso.
En Broadway durante una actuación, escuchaba una voz que me gritaba:
"¡Bien gomina, bien gomina!" Resultó ser Nureyev. Se hicieron amigos
míos Anthony Quinn y Robert Duvall. Éste último, cada vez que viene a la
Argentina, se viene aquí a mi casa a comerse un asadito.
A mi esposa Elvira la quiero, la
idolatro, si me faltara..., no se, me tiro bajo el tren.
Frases sueltas del bailarín
-Rodolfo Valentino fue un caradura, no sabía bailar»
-Tito Lusiardo un buen comediante, pero como bailarín, un adefesio. Pero
bueno, estuvo con Gardel, ¿quien lo iba a discutir?»
-Travolta. Un mariconazo. Lo mismo ese Michel Jackson. Son cosas que no
pasan a la historia. Eso no es baile, baile es Fred Astaire y Gene Kelly.»
-¿Un bailarin de tangos? Petróleo. Lo conocemos algunos, sólo los que vamos
a las milongas.»
-El tango que más me gusta es «Berretín», de Pedro Laurenz. Y en cuanto a
letras, «El motivo», de Pascual Contursi.
Con su pareja de siempre: Elvira
Guillermo
Alfieri
en "Todo Tango" dice:
E
staba en pleno éxito el show Tango
Argentino en Nueva York. Habitaba un lujoso hotel en la Quinta Avenida y
una mañana su vozarrón resonó en los pasillos. Estaba enojado: «¡Diganlé a ese
viejo maniático que si quiere tango a las diez de la mañana que lo baile él!...
¡Ah! si me quiere ver a mi que venga al teatro..»
Aquel viejo, que había asistido al estreno, removió cielo y tierra para que le
organizaran una función especial para la mañana siguiente y la bronca surgió
cuando a
Virulazo
le dijeron que por razones de protocolo la función
especial debía ser ad-honorem. Y agregó a los gritos siempre: «¡Y diganlé que
gratis no bailo para nadie!» Y así fue. Aquel viejo era Henry Kissinger.
Por aquel entonces el bailarín tenía 61 años, 5 hijos y seis nietos.
El apodo
Virulazo
apareció cuando tenía 18 años y jugaba a las bochas
por dinero en el fondo de los almacenes de San Justo (Gran Buenos Aires al
Oeste).
Un viejito italiano lo alentaba permanentemente: «Mandale el virulazo, mandale
el virulazo», que había adoptado como sinónimo de bochazo.