El coendú es un animal roedor semejante a un puercoespín, pero poseedor
de una cola muy larga.
Dicen que dicen... que era el primogénito de un cacique caingua, perteneciente
a una tribu guaraní que habitaba en la selva,
De pequeño era un niño cariñoso y obediente, pero al llegar a la
adolescencia se tornó en un joven difícil, violento y malvado.
El shamán adujo su comportamiento a la picadura de un arácnido que había
envenenado su joven corazón.
Este muchachito cometía tantos hechos perversos que ya nadie lo quería
cerca, y con el correr de los días sus depravaciones se superaban tanto que
Miriñay, el consejero de la comunidad le advirtió que Ñamandú no lo
dejaría sin castigo por el ataque a tantas criaturas inocentes, y que tarde o
temprano llegaría un escarmiento sobre su persona.
Con estas advertencias, quería convencerlo de que su proceder le
traería consecuencias.
Mientras tanto, Miriñay trataba de acercársele, pero Coendú temiendo
que él mismo lo atacaría, lo embistió hiriéndolo de muerte con sus flechas
envenenadas.
Perturbado por su propio proceder, vaciló unos segundos y luego se
perdió en la espesura de la selva cargando sus propias flechas y su arco.
Luego corrió y corrió, estaba sin aliento y si no fuera por el reflejo
de la luna, que osaba asomarse por la espesura y rescatar su tenue silueta en
el suelo, hubiera jurado que las sombras se adueñaban de todo su ser, entonces
se acuclilló contra un árbol empapado de transpiración, sintió que el corazón
le galopaba tan fuerte, que creyó que iba a escapársele del pecho, fue cuando
un fuerte estertor acompañado de un extraño sentimiento de culpabilidad,
tristeza y arrepentimiento se apoderaba de todo su ser, en su mente vio pasar
como flashes una a una sus inocentes víctimas a las que había atacado a lo
largo de su vida.
No supo cuantas
horas pasaron, pero de repente lo sorprendió un canto de pájaros, agazapado
todavía, acuclillado aún, agarrotado a la sombra del añoso árbol.
Intentó erguirse, intentó correr, pero le fue imposible, tuvo la
sensación que todas las zarzas se habían adherido a su cuerpo, fue cuando
recordó las advertencias de Miriñay, el ser supremo de la selva.
Su cuerpo encogido y patético se había cubierto de espinas, sus pies
eran ahora pequeñas patitas, sus manos se transformaron en toscas y toscas, fue
así que con los primeros rayos de sol corrió a internarse en lo más profundo de
la selva.
Una poderosa fuerza interior llena de vergüenza y la dándole la espalda
a la luz culpabilidad lo llevaban a la penitencia luciendo una gran capa
verdosa sobre su lomo, mostrando una pelusa blanca y cubierto de larguísimas
espinas.
Hoy en día, y aunque han transcurrido tantos años de los hechos, una
fuerza misteriosa empuja a los coendú a la penitencia, siempre alejados de los
seres vivos que habitan allí, en la tierra roja, siempre penando por los hechos
cometidos, arrepentidos de sus perversidades pasan largas horas del día dándole
la espalda a la luz y apoyado en sus patas traseras, suelen sostenerse la cara
entre sus manos, como pidiendo perdón por las maldades cometidas.