En plena selva
paraguaya, en una pequeña oca de barro, vivían hace mucho tiempo, una niña
sensible y cariñosa, con su abuela quien cuidaba de ella. La niña se llamaba
Eira.
En la comunidad,
cuando las estrellas tachonaban el cielo y las sombras habitaban la selva, los
ancianos, por las noches, reunían a los más jóvenes y les narraban viejas
historias alrededor del fuego.
Una de esas noches,
un abuelito de nombre Kavaréi hizo un relato en que Panambí moría, eso afectó
mucho a Eira, que quedó muy triste.
Por la mañana, al
percatarse el anciano de la triste mirada de Eira, la interrogó.
ella trato de
evitar la respuesta, pero ante la insistencia del anciano, la pequeña le reveló
al anciano el motivo de su tristeza.
El abuelo tomó a la
niña por los hombros, la rodeo tiernamente con sus brazos, la beso en la frente
y la invito a buscar la sombra bajo el frondoso árbol de ira-pitá, allí ambos
tomaron asiento uno junto al otro.
- Pequeña niña, las
leyendas se transmiten de boca en boca y los hechos pueden cambiar según quien
las relaten, por cierto, conozco otra versión de los hechos, ¿te gustaría
conocerla?-
Eira miró a su
abuelo entusiasmada y asintió con la cabeza haciendo revolotear su larga trenza
y luego agregó :- ¡cuéntame abuelito, cuéntame !-.
Y así fue como
comenzó el relato...
Dicen que
dicen...que hace mucho, mucho tiempo atrás, antes que el hombre blanco llegara a
la región, sólo los guaraníes habitaban este territorio.
En una aldea
cercana, junto a su familia vivía la bella Irupé y un apuesto joven cuyo nombre
era Panambí.
El muchacho era un
bravo guerrero y estaba totalmente enamorado de Irupé.
Ellos vivían un
romance , siempre estaban juntos, jamás se separaban, los jóvenes pasaban los
días de arrumacos en arrumacos, planeaban una vida juntos, estaban muy
enamorados.
Ella soñaba con ser
la luna, siempre luminosa,
inmaculadamente blanca, siempre brillante y rodeada de fulgurantes estrellas.
Cuando se lo hacía
saber a Panambí, él respondía:- Si tu fueras la luna, yo quisiera tener sutiles
alas multicolores para poder acariciar con ellas tus delicadas mejillas.
Una tardecita
primaveral, montando una lujosa canoa de timbó colorado, llegó desde otra
lejana aldea, trayendo consigo tejidos de ñanduti, kaa-ehe, algunas cañas de
azúcar, entre otras muy valiosas posesiones, un altanero guerrero cuyo nombre
era Akähatä.
Este hombre era
soberbio y orgulloso, se creía superior al resto y por más que la gente trataba
de acercársele, no le prestaba atención a nadie y las habladurías corrían como
pólvora de boca en boca.
Entre los nativos
se decía que Akähatä debía ser una persona muy importante, sus bienes eran
costosos y debido a ello lo creían importante y poderoso.
Akähatä siempre
andaba sólo, cazaba y pescaba solitariamente, pero una tardecita de esas,
volviendo del río con una cesta llena de peces, se cruzó en el camino con una
bella joven de largas trenzas, y enormes ojos tan brillantes como la luna.
Entonces toda esa
altanería desapareció, él comenzó a cortejarla, quería casarse con ella, sólo
que Irupé se negó con toda su fuerza.
Pero el irreverente
joven no se dio por vencido y sabiéndose ser considerado un muy buen partido,
fue a hablar con el padre de la joven.
El padre de la
joven decidió que esa era una buena oferta y encerró a su hija a la espera de
la unión.
En cuanto a su
enamorado Panambí, tenía prohibido acercarse a su amorosa y bella Irupé.
Fueron muchos los
preparativos para la unión, mientras tanto, una multiplicidad de hogueras y un
sin fin de antorchas señalaban el camino que la pareja debería atravesar para
la ceremonia.
Irupé encerrada
sola y sin saber como librarse de las decisiones que otros habían tomado por
ella, en ese estado de desesperación, la muchacha le imploró a Tupá, el Dios
bueno y bondadoso, que el acuerdo que Akähatä y su padre habían acordado no se
cumpliera, porque ella amaba a Panambí.
En eso estaba,
cuando un ser inmaterial, luminoso con bondadosas facciones humanas encendió
como un faro la oga y como por arte de
magia, se vio sosteniendo el collar rojo, obsequio de sus ancestros y al grito
de :- ¡Ani chené !, ¡ani chené !- y se vió corriendo en dirección a la selva.
Desde lejos Panambí
oa se encendió observaba la escena y
desesperado corrió para alcanzarla, ella ignoraba que él la perseguía.
Al llegar a la
costa encontró una canoa amarrada en la orilla, se subió, no pensó ni siquiera
quien era el dueño, pero nada le importó.
Las aguas estaba
calmas, ella remó, la canoa avanzaba, el cielo era claro, sin nubes, a medida
que se adelantaba, la noche con su manto de estrellas cubría el firmamento y la
luna redonda y brillante la invitaban a salir adelante.
Cuando sus brazos
cansados de remar detuvieron su marcha, creyó oír una suave voz que la invitaba
a unirse, ella dejó la embarcación y entró en el agua, no tuvo miedo, sintió la
frescura en su piel que la envolvía y la acariciaba tal como su madre lo había
hecho en su niñez.
También recordó los
sueños de infancia y supo que al fin serían realidad.
Fue cuando la canoa
que había quedado a su lado, pareció encenderse y tomar un verde fulgurante,
para luego transmutarse en hojas verdes formando una especie de cuna
protectora, que la recibía porque Tupá continuó haciendo sutilmente su magia, y
la bella Irupé se transformó en la flor más grande y más hermosa, sus pétalos
blancos y aterciopelados quedaron rodeados por un collar rojo que cubría el
centro, luego se desplazó por el río, tal como la, seguía luna lo hacía desde
su morada.
Panambí llegó
persiguiendo a Irupé hasta la orilla del río, sólo que él no encontró la canoa,
pero no encontró la canoa, en el trayecto no dejó de llamarla en todo el
trayecto, detrás de él un grupo copioso de hombres y mujeres se le acercaban
amenazantes.
Entonces Panambí en
su carrera desesperada tropezó y cayó de rodillas, fue cuando mirando al cielo,
imploró y rogó ...
-¡ Por favor ! , ¡
por favor !, fue cuando un fuerte viento lo alzó del suelo, sintió que su
cuerpo se elevaba más y más, ya no tocaba el piso subiendo, tanto que ya no
tocaba el piso, y seguía elevándose tanto que ya sobrepasaba la copa de los
árboles.
Sus perseguidores
atónitos, furiosos por no poder alcanzarlo y asombrados al ver el cuerpo
elevarse quedaron un largo tiempo murmurando, obra de Tupá.
Perplejos vieron
como Panambí se transformaban en una sutil
mariposa de transparentes alas azules, como el color se cielo, que
volando se posaban se posaban sobre los pétalos de Irupé, esa nueva y preciosa
flor.
Eira abrazó a su abuelo, -¡ los
dos se transformaron abu !- ¡que bueno ahora viven juntos para siempre, no se
separarán nunca más !