Dicen que dicen ,,,,que hace
muchos pero muchos siglos, mucho antes que el conquistador llegara con sus
armas de fuego, montados en bestias galopantes, acompañados de furiosos perros
amarillos, antes que existieran los alambrados, las tierras eran habitadas por
comunidades a los cuales la lengua definía.
Por esos tiempos, las tierras
mapuches eran sólo habitadas por tribus alfareras, recolectoras y cazadoras.
Cierta vez llegó hasta las
orillas del lago Lanalhué, una familia en la que nadie reparó, sin embargo.
Estos pacíficos mapuches tenían una importante misión encomendada por el
gran Nguenechén.
Ellos traían
órdenes precisas de difundir el telar para confeccionar
abrigaditas ropas de lana, y según se dice, esta misión se inició
con una promesa hecha por un lonko a los Padres ancestrales, a raíz de
ciertos acontecimientos que ahora voy a poner en conocimiento de todos ustedes.
Aquel día de primavera estaba
soleado, la bella doncella Naynay tejía un bellísimo collar de flores en las
orillas del lago, cuando de repente apareció Chompalhué, el supremo protector
de los lagos y ríos, y le preguntó a la hermosa jovencita porque su cabello era
tan rizado y su piel del color del charu puesto sobre las brasas.
La muchacha al verlo no le
resultó gracioso y mucho menos se sorprendió, ni sintió temor, eso agradó
a Chompalhué, quién luego le hizo saber cuáles eran los planes para proteger
las aguas del mundo entero, se sumergió en ellas y expresando su
alegría canto toda la noche.
Desde ese día, durante todas las
lunas y soles venideros, ni a la jovencita ni a su familia, nunca le faltó
el alimento, debido a aquel feliz encuentro, el lago les regalaba suculentos
peces o los árboles se cargaban, como por arte de magia, de deliciosos
frutos o cuando el lago vertía sobre las orillas sus vigorizantes aguas, y
los campos ribereños dejaban crecer la quinoa, que ellos recogían para
alimentarse.
Muchas veces la felicidad no
depende sólo de nuestras acciones, sino que hay seres que rodean nuestras vidas
que atentan en contra, ya sea, consciente o inconscientemente.
Naynay no era hija única,
ella tenía una hermanastra, que por cierto era malvada y muy envidiosa.
Ella solía vigilar a escondidas
los quehaceres de Naynay.
Cierto día, su hermana la acusó
ante su padre de perder el tiempo tejiendo collares para luego arrojarlos
al lago, también la culpó de descuidar la huerta, de abandonar el aseo y
cuidado de la ruca.
El cacique no sospechó de las
malas intenciones de su hijastra y malhumorado prohibió a Naynay las
visitas al lago y le impuso un durísimo castigo.
La jovencita estaba desolada,
pero su padre era inflexible y por más que lloró y suplicó, el cacique no
cedió, y la confinó a vivir alejada de su familia.
Su querido Chachay era
implacable, sólo le dio dos llamas, no sólo para que tuviese compañía, sino
para que aprendiese a hilar, una vez que las esquilara y obtuviese la
lana, y también le dio un ato de ramas secas, así ella podría prender fuego y
calentarse.
Más tarde, el padre llevó a su
hija a un lugar alejado y antes de abandonarla, le advirtió que, tal vez ahora
aprendiera a ser hacendosa.
La muchacha rogó a Nguenechén y
a Chompahué para que la ayudaran, luego lloró desconsoladamente y se
desplomó rendida por el cansancio. y se durmió.
Durmió largo tiempo, y durante
ese sueño ella recibió señales de los supremos, ellos le mostraron cómo debía
construir un telar con esas mismas ramas que su padre le había entregado, y una
rueca, para poder hilar la lana que obtuviera de esas llamas.
Naynay era muy ingeniosa y
creativa, pronto empezó a confeccionar hermosísimos tejidos cuyos diseños
eran espectaculares, por cierto, eran maravillosos.
Con el transcurso de las lunas,
su padre pensó que era hora de visitar a su hija.
Cuando el padre vio lo que la
muchacha había elaborado quedó atónito, entonces comprendió su gran error y
pidió perdón a los supremos, si bien no fue castigado, le exigieron que desde
ese momento debería acompañar a la bella Naynay de comunidad en comunidad y de
ruca en ruca enseñando cómo hilar, usar el uso, usar la rueca y el maravilloso
arte del tejido.
Fue así, que el tejido se
expandió por toda la tierra mapuche, las mujeres aprendieron a expresar sus
sentimientos a partir del tejido. Una vez que ella se aseguró que su cometido
estaba cumplido, se retiró a orillas del lago para confeccionar sus bellas
flores multicolores que ahora tejía con sus hábiles manos cual mariposas sobre
la labor.
El tiempo había pasado tan
rápido, que ahora ella peinaba hebras de plata sobre su cabeza, sin embargo,
nunca dejó de obsequiarle sus flores a Chanpalhué, hasta que cierto día se
durmió para siempre,
Champalhué conmovido la
llevó consigo a las profundidades y allí viven juntos en un hermoso castillo de
cristal.
Se dice que en noches de luna
llena, Naynay se muestra sobre la superficie del lago Lanalhué y se
la ve tejiendo magníficas prendas.