ORO VIVO
por Bosco Ortega
"Se necesitan tantas vidas para hacer una".
Eugenio Montale
"Nunca vi
un corazón con un brillo semejante. Ésta mujer es invencible", acotó,
mientras su mano, suspendida sobre la imagen de Hebe María Pastor de Bonafini,
adquirió una visible tensión. Un temblor anegó su cuerpo y coronó el rostro en
sus párpados, trémulos de lágrimas: su palma quedó conectada y permeable al
pecho de una mujer con un pañuelo, símbolo de un pañal, ceñido a la cabeza.
Mi amiga, Mabel
Cristina Villalba de Díaz, artesana, oriunda de Puerto Barranqueras, posee el
carisma de videncia y de imposición de manos, facultades que comparte, de
manera gratuita, con quienes las requieren. Me aseguró que había impuesto sus
manos sobre numerosas fotografías de diversas y distintas personas, pero no
experimentó -nunca- la conmovedora intensidad que le produjo la imagen de la
presidente de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. "Su corazón es de
oro vivo", sintetizó, emocionada por el hallazgo, inédito, para sus
pupilas absortas.
En efecto, Hebe
levanta una voluntad insobornable y eleva un espíritu inquebrantable, donados a
un carácter misional de prédica y de práctica política que le confieren la
dimensión de un paradigma ético. Es la transfiguración de una tragedia en la
consumación de una victoria; es el desgarro de una entraña en la ofrenda de una
alianza; es una razón de la justicia en la pasión por la memoria. Desde la
perspectiva de su (re)nacimiento en la conciencia, Hebe asiste a la inmolación
de su progenie y a la resurrección de su herencia: sus dos hijos la dieron a
luz y la lucha de ambos alumbra su aurora.
Su pérdida le
restituye múltiplo; su legado le construye mandato; su creencia le infunde
certeza: su genealogía tiene, ahora, la identidad de su convicción y la
mismidad de su elección. A la desaparición de sus muchachos responde con la
parición de futuro en otros seres: La Universidad Popular y la Misión Sueños
Compartidos, simbolizan la herencia y el legado que ofrendan al porvenir. Las
generaciones sucesivas que acompañan su épica materna representan el coral de
su vientre, el himno de su gene, el canto de su causa.
Solo otra mujer
puede parangonarse con Hebe de Bonafini en la historia de los argentinos, en su
naturaleza de suceso y epifanía, simultáneos. El devenir la sitúa junto a María
Eva Duarte de Perón en circunstancias diferentes y en encrucijadas similares.
"Esas mujeres" - podría haber dicho Rodolfo Jorge Walsh - reúnen,
cada una en su todo y en su modo, un destino histórico y un sentido político:
encarnar una idea en la forma de una obra (la Fundación Eva Perón y la
Asociación Madres de Plaza de Mayo), propagar un llamado en la respuesta de una
conducta, renunciar a sus seguridades para asumirse instrumentos
transformantes, elegir la dignidad del pueblo y participar de su proceso
liberador, de su coherencia de clase y de sus categorías ideológicas en una
praxis que demanda el tributo de la persecución, la enfermedad y el sacrificio de
una existencia.
A un perfil
evítico le sucede otro perfil hebético. Con Eva y Hebe no hay término medio, de
acuerdo con sus personalidades auténticas y sus propósitos definitivos. Se las
ama y se las odia, se las resiste y se las acepta, se las elogia y se las
ataca, La diatriba y la calumnia les son comunes al respeto y la admiración. Su
carácter acepta esas tribulaciones de una batalla que las trasciende; menos la
indiferencia. La mirada equidistante del mundo las ubica en sinónima latitud.
Hebe, digo Las
Madres, es Patria de sus hijos y Matria (vocablo de Julio Huasi) nuestra de
cada día. El corazón de Hebe brilla en su vigilia luminosa, refulge el latido
supremo y anónimo de la madre universal.