En tierra
colombiana vivía un clan muy cerquita del lago Tarapoto.
Guakutina, la abuela acababa de terminar una hermosa
hamaca para su nieto Iwira.
El sol con sus
potentes rayos encendía la jungla, el calor convidaba a descansar.
El joven Iwira
caminaba por la selva, al toparse con unos enormes árboles, él reconoció en uno
muy alto, el origen de su nombre, porque Iwira significaba que crece rápido, y
ese sin duda era él.
Un cansancio
agotador lo invitaba a dormir un rato. Era hora de probar la hamaca que
Guakutina había tejido para él, su maloca no estaba lejos.
Pronto se
encontró placenteramente tendido en su hamaca y dispuesto a descansar.
En eso estaba cuando
oyó voces amigables que lo llamaban: -
cuéntanos Ticuna ? chiga, esas que tu abuela te enseñó-.
Entonces, Iwira
saltó de su cómoda hamaca, los reunió en círculos a la sombra de un enorme
ficus y les confió, que les relataría la historia de como nacieron los primeros
Ticunas.
Dicen que dicen...que
muy lejos de aquí, en un espacio espléndido, se dio origen a nuestra gente.
Había allí un
espacio florido donde las orquídeas crecían entre abigarrados árboles y
robustas palmeras, en las que se albergaban diversos pájaros que con sus cantos
le daban un tono especial al lugar, allí convivían mansos pumas con enormes
osos y caimanes en perfecta armonía.
Cerca de allí
estaba el lago transparente y manso, a su alrededor crecían suculentas frutas,
verduras y hortalizas de un día para otro. El clima era ideal. En ese vergel
vivía Yuche, donde por la noche, miles de luciérnagas iluminaban el espacio, y
por el día, aladas y multicolores mariposas revoloteaban de flor en flor.
Yuche vivía
solo, sin parientes ni amigos, no conocía el hambre, pero su única compañía
eran el sol, la luna y los traviesos y juguetones monos que con él convivían.
Su gran
compañera era una bella mariposa anaranjada, todos los días compartía con él el
camino al lago, y luego, descansaba sobre una mata de heliconeas coloradas
hasta que Yuche decidía volver a su lugar y ella lo acompañaba.
Pero un día, la
hermosa mariposa ya no pudo volar y Yuche comprendió que eso era la vejez, luego
intrigado decidió ir hasta el lago y contemplar su imagen en las aguas,
entonces se dio cuenta que muchas arrugas le surcaban el rostro.
Desde ese momento, una fatiga nueva se
apoderó de su cuerpo, su agilidad y sus movimientos ya no eran los mismos y su
paseo al lago era más lento, sus piernas le pesaban y requirió apoyarse en una
rama, le costaba desplazarse como antaño, ahora su cabellera estaba
completamente blanca, él también envejecía.
Cierto día, el
anciano resolvió ir a nadar en el río y allí descubrió que su rodilla le
resultaba molesta, que su piel estaba tirante y transparente, y que en ella
habitaban un hombre y una mujer pequeñísimos, minúsculos.
Ellos estaban
muy ocupados.
Yuche los
observó con curiosidad, ambos trabajaban, el hombre tenía la cara pintada de negro
y tensaba un arco, ella tejía una hermosa red con fibras de palma.
Yuche quería
saber quiénes eran, como se llamaban y que era lo que hacían allí, dentro de su
rodilla, pero ninguno le respondió.
De repente, el
pequeño ser apuntó y disparó su flecha, el anciano sintió un fuerte dolor en su
pierna cuando su piel se abrió, luego él cayó al piso, y el hombre y la mujer
se abrieron paso unidos por sus manos hasta poder salir.
Yuche los llamó
a viva voz, pero sin mediar palabras la pareja desapareció en la espesura de la
selva.
Una banda de monos
de manos rojas que allí habitaban auxiliaron a Yuche a ponerse de pie, y él, decidió
volver a su hábitat.
Entonces su
dispuso a descansar en su hamaca y pronto se quedó dormido y soñó, soñó mucho,
soñó que muchos hombres salían de su rodilla, soñó que lo saludaban, soñó que
muchos seres con las caras pintadas de negro crecían a su alrededor.
Al despertar,
descubrió asombradísimo su sueño ahora era una realidad.
Yuche los llamó
Ticunas porque todos estaban pintados de negro.
Desde ese día
nunca más estuvo solo.
Los Ticunas
cuidaron de él e hicieron su vida más confortable y alegre.
Ellos los
acompañaron hasta el fin de sus días.
Cuando Yuche exhaló
su último suspiro, los Ticunas abandoraron ese espacio magnífico y buscaron
otros sitios hasta asentarse, pero pronto olvidaron como regresar.
Desde aquellos
tiempos muchos quisieron volver a los lugares habitados por Yuche, sin embargo,
nadie pudo encontrar el camino de regreso.
-Tal vez para
alguno de ustedes- dijo Iwira, -en un tiempo no muy lejano alguien pueda
encontrar el camino y regresar allí-.
Mientras que
Iwira les relataba a sus amigos el origen de los Ticunas, Guakutina había
amasado deliciosas tortas con harina de yuca, que todos saborearon con gusto.
Luego, Iwira
volvió a la selva y recordó su paseo anterior, entonces volvió sobre sus pasos...,
¿Y si ese fuera el sendero por donde Yuche había caminado?, ¿y si tal vez él fuera
ese Ticuna?...