Dicen que dicen...que
allá en la ciudad de Córdova, Veracruz, México, hace mucho, pero mucho tiempo
atrás, vivía una mujer mulata de belleza singular, era tan bella que su cuerpo
parecía una escultura, su andar de gacela y garboso llamaba la atención de la
comunidad, sin embargo, la mujer era huidiza y huraña.
Todos al verla
tan enigmática, hablaban de ella, les preocupaba de donde venía, que hacía,
porque vivía sola, si era liberta, si tenía amantes, en fin, miles de
habladurías se escuchaban sobre ella.
Se sabía que
ella conocía de hierbas y que con ellas lograba hacer curaciones milagrosas. Además,
lograba predecir fenómenos meteorológicos como conjurar tormentas, anunciar
inundaciones, temblores y otros sucesos.
La mayoría de
las personas eran muy supersticiosas, algunos estaban inquietos con la
presencia de la mulata y como no podían obtener respuestas a sus preguntas, la
mejor idea colectiva fue acusarla de brujería.
Toda la
comunidad estaba obsesionada con ella.
El alcalde del
lugar, Martín Ocaña, un hombre mayor tenía la idea fija de conquistar a la
mulata.
Pero, por cierto,
a don Martín, como se lo conocía en la comunidad tenía un inflamado interés con
respecto de la mujer, él ya le había confesado sus pretensiones amorosas y le
había obsequiado las famosas "perlas de la virgen", pero ella lo rechazó
rotundamente.
El hombre
desairado y herido en su orgullo, para vengarse de ella adujo que le había
hecho beber un brebaje para que perdiera la razón.
Un batallón de
soldados se presentó donde ella moraba solitariamente y la condujo escoltada a
la Fortaleza de San Juan de Ulloa.
Allí se la
juzgó, sometió y castigó a ser quemada por bruja en la hoguera, y para que su
deceso fuera más lento y aleccionador, se debía buscar leña verde y armar la
hoguera, a la vista de todo el pueblo.
Mientras hacían
los preparativos, fue confinada a una celda con un guardia permanente frente a
la puerta de su celda.
Mientras esperaba la hora de su ejecución,
utilizando como ardid su increíble belleza, logró convencer al guardia para que
le obsequiara, como última voluntad, algunas tizas.
El hombre con la
seguridad que nada podría hacer para evadirse con una barra de gis, le concedió
su deseo.
Ella le
agradeció al guardia y comenzó a dibujar en las paredes de su prisión, un barco
que tenía las velas desplegadas, la bandera en alto y se mecía con las olas,
luego dibujó una tripulación activa y ocupada.
Realmente era
una verdadera obra de arte, una obra extraordinaria, magníficamente real.
Una vez
terminada su obra, teniendo como único admirador al guardia, lo invitó a juzgar
su trabajo, a lo que él le dijo: -solo le falta un soplo de viento y podría
perderse en el horizonte-.
Entonces, como
adivinando su respuesta ella dio un fuerte soplido y dijo: - ¡así!-, entonces milagrosamente
fue tragada por la pintura mientras que el barco desaparecía en el horizonte.