Son numerosos los promesantes venezolanos que durante la semana santa
y para el doce de octubre rememoran "la unión de las dos
culturas", llegan peregrinaciones a la montaña de Sorte, en el estado de Yaracuy,
donde el culto a María Lionza se remonta al tiempo previo a la llegada de los
conquistadores a territorio venezolano, sin embargo, otros prefieren festejar
el veinte de noviembre, allí se venera a la madre naturaleza y el amor a la que
ellos denominan Yara, y según relatan los nativos el vocablo "Yaracuy"
significa lugar de Yara.
Dicen que dicen...que
mucho tiempo atrás antes que nada sucediera, un piache había soñado que una
niña de ojos verdes, hija de un cacique, la cual sería protegida por seres
superiores y profetizaba que esa criatura jamás debería mirar su rostro en el
agua, porque algo increíble le sucedería.
Lo cierto es que
el chamán, no supo decir si lo increíble sería malo o bueno.
Según relatan
los abuelos sabios, cuando el invasor llegó a la montaña de Sorte, con sus ansias
de conquista al estado de Yaracuy, un jefe de los Kaketios, se enamoró
perdidamente de una mujer blanca.
Esa relación no
era aceptada por los Kaketios, sin embargo, de la unión de la pareja nació una
hermosísima criatura de tez transparente, cabellos renegridos y unos increíbles
ojos verdes.
Para los nativos,
el blanco no era bienvenido y mucho menos sus costumbres, ya bastante mal
habían hecho para aceptarlos, ya habían traído mucha destrucción, razón por la
cual rechazaban a las personas de tez blanca y ojos claros y ordenaban la
muerte de esas personas.
El cacique
Yaracuy era un hombre pacífico, amaba a su mujer y a su hija y también
respetaba las reglas de la comunidad y sus costumbres, pero no era un asesino y
no pensaba matar a su propia hija, una cosa era un enfrentamiento y otra un
asesinato.
Nunca lo haría,
así muy a pesar suyo, decidió enviar a su hija y su mujer lejos, con una fuerte
custodia de veinte guerreros y algunos sirvientes que les harían más fácil la
supervivencia con la advertencia que la niña no debería salir al sol.
La pequeña fue
creciendo y era cada vez más hermosa. Ella había domesticado una onza que uno
de los guerreros le había obsequiado y al crecer, ella solía montarla, claro
que siempre dentro de la gran maloca. Ella era capaz de lograr cualquier cosa con
su onza que le obedecía igual que un perrito.
Como el tiempo transcurría
sin que nada ocurriera, volvieron a vivir tranquilos y casi olvidaron la
profecía del piache.
La bella Yuruví
se estaba convirtiendo en una mujercita con el mimo y el cariño de su madre que
le cumplía todos sus deseos, todos menos salir a la luz del día.
Una tardecita de
primavera, por un momento, los guerreros que vigilaban el lugar, se distrajeron
y la muchacha se escabulló entre la maleza sintiendo por vez primera el sol
sobre su rostro, ella se sintió libre, tan libre como un pájaro canoro. Su onza
iba tras ella.
De repente se
encontró con un lago y se maravilló al ver el agua transparente, entonces se
arrodilló en la orilla y se vio reflejada, sus ojos color aceituna brillaban intensamente.
El lagarto que vivía
en las profundidades del lago, en cuanto vislumbró su hermoso rostro quedó
prendado de ella y la invitó insistentemente a bajar a las profundidades.
Pero ella se
negó rotundamente.
El gigantesco
animal al sentirse rechazado dio un colosal salto para atraparla, fue cuando su
fiel compañera apareció, entonces y ella se montó y huyó del lugar tan pronto
como pudo.
Al llegar a otra
zona de la orilla, una enorme anaconda al ver a la muchacha montada en su onza
y enterada de lo que había sucedido con el lagarto, le invadió un profundo odio
y quiso atraparla, pero nuevamente el fiel animal fue más rápido y alejó a la
chica del lugar.
El reptil enfurecido dio una tremenda dentellada,
pero el intento fue inútil porque la boca del animal se llenó de agua y más
insistía más agua tragaba.
Fue así que su
cuerpo comenzó a hincharse y su piel se estiró hasta quedar transparente, sus
ojos se dilataron y explotó como un globo.
Cuando Yaracuy
se enteró de lo sucedido, dio por cumplida la profecía y mandó a buscar a su
esposa y a su hija, él necesitaba compartir su vida con ella, además, como los
españoles cada vez asechaban más, sentía el cansancio de la lucha y la soledad,
tal vez la compañía sería un estímulo para afrontar la lucha.
Fueron tiempos
felices para Yaracuy, pero pronto otra contienda se presentó y el jefe dejó su
vida en ella.
Yara como hija
de Yaracuy, nieta del cacique Chilúa y biznieta de Yare, siendo fiel a sus
ancestros, decidió asumir la jefatura de su comunidad.
La noticia
corrió de paraje en paraje a través de la selva y los españoles al enterarse
temblaron, se sabía que Yara era implacable con el codicioso invasor, no así
con aquellos que aceptaban con agrado la unión de ambas culturas.
Furiosos los
españoles se propusieron la captura de Yara.
Sin embargo, no contaron
con la feroz resistencia y que las montañas y los bosques le dieran albergue,
su captura se les hizo imposible.
Un día, cuando
los últimos rayos de sol iluminaban el horizonte, los españoles lograron bloquearle
el camino y la encerrona la dejó rodeada.
Ella, al grito
de jamás podrán detenerme, corrió hasta los labios del río donde crecía un
gigantesco árbol, desesperada se trepó hasta la copa, uno de los enemigos
gritó, - ¡la tenemos! -.
¡Antes muerta!-
gritó Yara y se arrojó de cabeza a las torrentosas aguas del río.
Si no podían
capturarla viva, la querían muerta, ese sería el mayor trofeo, esperaron que
las aguas del río se aquietaran, esperaron que bajaran más lentas y también
esperaron que el cuerpo yerto subiera a la superficie, pero nada de eso
sucedió.
Ahora el agua
corría más calma, pero del cuerpo no había noticias, seguro que algo retiene el
cuerpo en el fondo, dijeron, y conformes pensando que la india había muerto y emprendieron
la retirada, creían que pronto los dominarían, pensaban que el desconcierto por
la pérdida de su líder les facilitaría la derrota.
Muy lejos
estaban de verla vencida, de repente sobre la cima de la montaña de Sorte, montada
en su onza, más bella que nunca, con sus negrísimos y largos cabellos ondulando
al viento, con sus brazos en alto saludando desafiante al enemigo, apareció
Yara.
Fue tan solo un
breve momento y desapareció.
Dicen que ha
vuelto a visitar a su pueblo en una etérea y sutil mariposa azul.
Han pasado siglos,
y Yara para los nativos, María De La Onza para el español, para muchos la jefa
y para el resto, María Lionza, la que no ha muerto, porque aquellos que el
pueblo recoge su nombre y lo lleva a la victoria, no muere jamás, porque vive
para siempre en el corazón de su pueblo.