Ni el terror paralizó la
resistencia, ni el tiempo pudo con la memoria. "Del otro lado de la mirilla"
son páginas mojadas por lágrimas y secadas por alegría y vida. Sesenta
ex-presos políticos de la cárcel de máxima seguridad de Coronda, Provincia de
Santa Fe, presentan el primer libro colectivo de esta naturaleza en Argentina y
tal vez en el continente.
Década de los setenta,
años de barbarie en América Latina. Y del recuerdo al relato. "...Aporte al
rescate de la memoria colectiva... que respira escondida bajo la amnesia
obligatoria", al decir del escritor uruguayo Eduardo Galeano al comentar la
obra. Un campo de concentración "legalizado".
La mañana comenzaba muy temprano aunque el día sería
largo, sin actividad permitida alguna. No se podía trabajar, no estaba
autorizada la lectura ni el deporte, el encierro en celdas individuales (o de a
dos), era de 23 horas sobre 24...cuando llovía se perdía el único momento de
recreo grupal. Cualquier violación al reglamento carcelario interno -que nadie
conocía a ciencia cierta - se transformaba en más encierro y aislamiento,
tal como señala un informe que presentara a Amnistía
Internacional y al Consejo Mundial de Iglesias a inicios de 1979, un preso
liberado. Silbar en la celda, podía
significar diez días sin la hora de recreo diario, e incluso la pérdida de la
visita mensual. Todo estaba prohibido y los castigos se multiplicaban por
cualquier cosa.
El informe indica una
cincuentena de motivos de punición: hablar con el preso vecino a través de la
ventana; tener una tela de araña en el techo; sentarse sobre la cama durante el
día; hablar solo en voz alta; sonreír a un compañero en la fila de formación;
hacer gimnasia o bañarse en la celda... El aislamiento total de casi un año,
luego del golpe militar se prolongó con un sistema mensual de visitas cortas,
sin contacto físico alguno, únicamente con los familiares directos. La
distancia absoluta con el mundo exterior se convirtió en una de las filosofías
principales del régimen de máxima seguridad corondina. Combinada con el
desamparo legal, nadie sabía cuando acabaría su pena y la mayoría ni siquiera
proceso jurídico alguno tenía. Todos a la merced del carcelero, del cerebro
militar; del poder dictatorial. No había ni juicios justos ni verdadero derecho
a la defensa. Días, semanas, meses, años, transcurrían linealmente sin poder
imaginar cuando todo podría terminar. La prisión de máxima seguridad de
Coronda, cuya dirección fue asumida por Gendarmería Nacional -dependiente del Ejército-
fue concebida luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 como un
verdadero laboratorio experimental
...Se aplicó en ella uno de los más sistemáticos planes de destrucción
física y psicológica con el claro objetivo de quebrar ideológicamente a los
presos que pasamos por sus celdas. Resistir para sobrevivir al régimen brutal;
resistencia colectiva, ordenada, unitaria. Cada celdita se fue convirtiendo en
una trinchera, cada grupo de celdas cercanas, en los tres pisos - verdaderos
"barrios"- adquirieron el perfil de conventillos/bastiones de un combate
colectivo diario. Si los guardias obligaban a cerrar las ventanas externas
-para impedir toda comunicación entre las seis celdas emparentadas-, los
"teléfonos" se multiplicaban en segundos. Cada preso vaciaba el agua de su
inodoro y entre olores nauseabundos y alguna rata espantada, se reconectaba el
contacto interno de inmediato. El "idioma de las manos" de los sordomudos y el morse carcelario a
través de las paredes, o a través de los hoyitos respiraderos de debajo de la
puerta, amortiguaban el silencio verde-gris de los barrotes. ¿Cómo hacer todo
esto sin ser sancionados por los carceleros que rondaban permanentemente por
los pasillos de las tres plantas dispuestos a castigar -incluso físicamente- a
quienes les desafiaban? Un entramado sistema de controles por cada ala de
pabellón, utilizando para ellos pequeños espejitos (los "periscopios") que se
colaban por debajo de la puerta y que permitía observar por esas ranuras, los
movimientos de los guardias. Un sistema no menos dinámico de golpecitos en las
paredes indicaba cuando el terreno estaba despejado o cuando los carceleros
acechaban. Los "periscopios", principales aliados, se convirtieron con el
tiempo en el símbolo de la protección colectiva; en pararrayo defensivo que
separaba lo auto-permitido de lo
prohibido, que abría el camino para el sancionado intercambio con los otros
compañeros presos. Hablar, escuchar al otro...el sagrado misterio de la
comunicación humana. Quebrar el aislamiento era ganar la gran batallita.
Combatir -con la paciencia del que tiene todo el tiempo del mundo a su favor-
fue sinónimo de sobrevivencia.
Cuando la memoria se hace
vida Coronda, como cárcel de extrema seguridad, fue desmantelada en 1979 y los
presos políticos trasladados en distintas direcciones a otras prisiones del
país. Sin embargo fueron necesarios más de veinte años desde su clausura y 17
desde el fin de la dictadura para que esa experiencia colectiva comenzara a
aflorar como testimonio y relato. A inicios del 2000 un grupo de los antiguos
jóvenes detenidos, hoy adultos, canosos y barrigones - al decir de ellos
mismos- lanzaron la primera piedra que golpeó duro. El proceso fue largo: más
de tres años hasta que "Del otro lado de
la mirilla" ve la luz del día ese septiembre del 2003. "Más de 60 ex-detenidos
participamos directa y activamente en el proceso de recopilación y redacción.
Más de 150 acompañaron de una u otra forma este trabajo horizontal" advierten
los autores, para quienes el libro no fue más que un enorme y maravilloso
pretexto de rencuentro con su historia.
Augusto Saro en 2020 (Foto "El Periscopio")
Veintitrés años más tarde:
El regreso a Coronda: "Volver a donde
nunca nos fuimos" "Entrar, entonces, en los setenta, era más fácil que salir.
Volver, hoy, fue casi tan difícil como partir... Más de veinte años de
distancia para confrontar esos muros que por primera vez veíamos sin ojos
vendados, sin manos esposadas, con la frente en alto, desafiando los cuatro
lustros repletos de voces, silencios y ausencias. De golpe, nos reapropiamos
sin pensarlo, en esa tarde pesada del febrero estival del 2002, de la mirada
diferente con la que nuestras -madres- padres-hermanos-compañeras-hijos vieron
durante años, desde el otro lado, las mismas y espesas paredes a las que se
confrontaban en las espaciadas visitas. Nunca hasta entonces las dos caras de
la luna - la de afuera y la de adentro-, la nuestra y la del otro cosmos oculto, se chocaron así, en décimas de
segundos, para abrirnos paso a ese mundo amado y temido de vejámenes,
reencuentro y almas partidas. "¿Odiamos
realmente a esa cárcel? Sé que odié a los hombres que me verduguearon, se que
odié las rejas que me separaron de la libertad, al régimen injusto y aberrante
que me impidió abrazar a mis seres queridos cuando más los necesitaba. Pero no
odié a ese edificio que fue, de alguna manera, nuestra casa, nuestro
territorio"
El libro está dedicado a : Juan Carlos Voisard, Luis
Alberto Hormaeche y Raúl Manuel San Martín, los tres muertos en la cárcel por
falta de atención médica. A Daniel Gorosito, arrancado de la cárcel y asesinado
en Rosario, a nuestros familiares, a nuestros compañeros muertos y
desaparecidos; y a todos los que como ellos lucharon y luchan por la Vida.
Ficha técnica: Ediciones El Periscopio: el libro fue
editado por la Asociación Civil "El Periscopio", entidad sin fines de lucro,
cuyo propósito central es contribuir a la promoción y el apoyo de proyectos de
recuperación de la memoria histórica. Formato: 15 x 23 - 304 páginas con fotografías
e ilustraciones. Papel: obra blanco de 80 g. Tapas y solapas: cartulina
ilustración de 270 g., impreso a 4 colores Encuadernación: cosido.