Es una especie
de herbácea, perenne y posee rizoma, sus hojas son alargadas de entre cinco y
doce centímetros. Tiene una floración amarilla anaranjada con gotas rojizas
durante el verano austral.
Su hábitat natural
se lo encuentra desde el nivel del mar hasta los novecientos metros de altitud.
Duermen durante
el invierno para reaparecer una vez que la primavera se instala.
Sus rizomas son
comestibles y dentro de la farmacopea popular se considera al Amancay muy
benéfico para mejorar las afecciones oculares, quitar las manchas de la piel y
aseguran que es un excelente hepatoprotector y que calma la acidez estomacal.
Dicen que dicen...que
en lo que hoy se conoce como cerro Tronador, los aborígenes denominaban Ten-Ten
Mahuída, allí vivía un pueblo conocido como Vuriloche.
Por aquel
entonces, el cacique tenía un apuesto hijo de nombre Quintral por quien todas
las jóvenes suspiraban, lo admiraban por su valentía, su buen formado físico,
su voz seductora y sus equilibradas facciones, si bien hombruna,
definitivamente delicadas.
Sin embargo,
Quintral no era afecto a los halagos femeninos, solo una mujer humilde y sutilmente
bella le quitaba el sueño. Su nombre era Amancay.
Quintral tenía
la seguridad que su padre jamás permitiría que aquella joven fuese su mujer.
Lo que el joven
ignoraba era que aquella joven, desde lejos, sentía un profundo amor por él,
pero no era capaz de confesarlo, porque se creía indigna.
Sin lugar a
dudas, aquellos amores no declarados más pronto que tarde deberían afrontar una
dura prueba.
Llegado el
invierno, una aterradora epidemia se declaró en la aldea, la fiebre les quemaba
los cuerpos, les hacía delirar y les quitaba las fuerzas, por más que la machi
trataba, este desconocido mal, no podía ser eliminado.
Eran muchos los
que dejaban esta vida a raíz del mal.
Los que
permanecían sanos, adjudicaban el mal a los espíritus y huían hacia las
montañas.
Con el
transcurrir de las lunas Quintral cayó preso de la enfermedad, el cacique no se
apartaba de su primogénito, él velaba por su hijo sin miedo al contagio.
En sus terribles
momentos de fiebre, Quintral caía en delirio, él murmuraba con insistencia el
nombre de Amancay.
No le llevó
mucho tiempo a su padre averiguar quien era y del amor secreto que ambos se
profesaban, entonces, decidido en buscar cualquier cosa que le devolviese a su
hijo la salud, ordenó a unos guerreros que la buscasen y la trajesen.
Enterada Amancay
de las malas noticias consultó a la machi quien le aconsejó trepar la montaña
de Ten-Ten Mahuída y buscar una flor amarilla que crecía en su cumbre, la única
que empleada en una infusión lograría calmar la fiebre.
Ella no dudó ni
un segundo y allá partió.
Cuando los
guerreros llegaron al toldo de Amancay, ella ya no estaba.
En la trepada la
muchacha sangró sus pies, lastimó sus manos y rodillas hasta que al fin llegó a
la cima, allí en la cumbre encontró la tan preciada flor amarilla abierta en su
plenitud a la luz del sol.
Decidida cortó
un manojo, ni bien las arrancó una sombra enorme se reflejó sobre ella, al
levantar la vista lo vio, era un enorme cóndor que se posó junto a ella
provocando un fuerte viento con el abrir y cerrar de sus alas.
Fue entonces
cuando el ave con voz de trueno la increpó advirtiéndole que él era el guardián
de las cumbres, que ella había tomado algo que no le correspondía.
La muchacha se
sintió aterrada y llorando le contó entre sollozos porque había tomado la flor.
Al cóndor le
impresionó la valentía y la lealtad de la muchacha para con su pueblo y su
amado Quintral, entonces le propuso que solo le concedería su pedido si ella
accedía a entregar su corazón.
Como ella no concebía
el mundo sin Quintral, accedió al pedido, entonces el ave abrió de par en par
sus magníficas alas y ella dejó que el pico le abriera el pecho y extrajera su generosísimo
corazón. Antes de expirar pronunció por última vez el nombre de su querido
Quintral.
El cóndor, con
el corazón aún en su pico, tomó las flores entre sus garras y elevándose sobre
las cumbres se dirigió hasta la morada del supremo creador. Mientras volaba, la
sangre caliente del corazón que aún goteaba, no solo manchó las flores, sino
que regó los valles y las montañas.
El ave le pidió
al creador la cura de la enfermedad y que los hombres siempre recordaran el
sacrificio de la bella Amancay.
En la comunidad
todos esperaban el regreso de la muchacha, pero pronto supieron que algo
milagroso había sucedido, porque en un instante los valles y las cumbres se cubrieron
de flores amarillas moteadas de rojo siguiendo el camino dejado por Amancay.
La machi observó
maravillada el vuelo del cóndor majestuoso allá en lo alto y supo que los Vuriloche ya tenían cura.
Fue así que los
guerreros fueron por las flores y volvieron con un enorme ramo de Amancay entre
sus brazos como respuesta.