RECORDANDO A UN GRAN
PAYADOR ORIENTAL
por Guillermo Blanco
Los
cables de las agencias de noticias madrugaron para dar la mala nueva por radio.
Cuando uno escucha accidente en la ruta para la oreja y si no encuentra
relación con lugares y nombres conocidos, la deja pasar y sigue. Pero esta vez
seis de la mañana después de un festival de doma y folklore en José Pedro
Varela, kilómetro 64 de la ruta 8, camioneta, alcantarilla, fueron el prólogo
de la estrofa que terminaría en final grave, tanto como nombre y apellido de la
víctima fatal: Gabino Sosa.
Fue
el 16 de noviembre del 2003, luego de una actuación trasnochadora y vaya a saber
uno los detalles. Incluso para qué. Apenas una mesa rodeada de payadores
argentinos y orientales en la casa de las inigualables hermanas Vignoli le
bastó a este periodista para comprender la dimensión humana del grandote
sentado acá al lado, bonachón y expresivo, después de dejar la camioneta
estacionada en el palenque de enfrente en un barrio de casas bajas, cielo
amplio y silencio constante. Reía con una voz acorde con ese cuerpo tan grande
y necesario para abarcar toda su dimensión.
Tapa de un viejo LD del sello uruguayo Sondor
Más
tarde, en la lluviosa noche de San José de Mayo, fue el más alto de la hilera
de payadores rioplatenses que escribieron un programa inolvidable conducido por
Abel Soria y que pude filmar desde el principio, incluso cuando Gabino se
aprestó a payar con López y antes de largar la primera décima se le cortó la
cuarta. Todo quedó inmortalizado en el video y en la sala que, expectante, se
aprestaba para gozar el contrapunto sobre la historia uruguaya.
Y
en un momento así uno ratifica que esto de los payadores es cosa seria, aunque
tengan debajo de la manga rimas guardadas para cuando la mente se ponga mañera.
En un segundo López arrancó refiriéndose a la cuerda rota, y así siguieron los
dos un buen rato hasta que pidieron otra guitarra en versos, como no podía ser
de otra manera.
Habíamos
ido con Jorge Soccodato, amigo del alma, convecino de esa 9 de Julio natal que
alguna vez nos encontró juntos en lo de la Calandria, a Guarany, el Pampa
Domínguez, el Indio Bares, mi querido viejo y Carlitos Amaya, hijo de aquella
mujer brava que, como papá, tampoco está. En realidad los encontró juntos a
ellos, yo apenas pasaba los diez años aunque ya paraba la oreja entre mesas y
botellas.
Ahora
la responsabilidad de la posta, del paso del testimonio de una generación a
otra, está siendo tomada por los nuevos exponentes que, adaptados a la nueva
época, tratan de mantener la huella simbolizados por Wilson Saliwonczyk y
Ricardo Pino entre los argentinos, y Gabriel Luceno entre los uruguayos.
Son
ellos los que en cada nota y en cada estrofa van derramando el recuerdo hacia
el chico grande de Rocha que se quedó durmiendo en una alcantarilla, escuchando
de sus pares los nuevos versos tejidos con la misma vocación que dejó él como
legado. Y si me permite, don Gabino, también van éstos, sin más pretensión que
el homenaje. Por el vino de aquel mediodía en San José y la repentización al
momento de cortarse la cuarta, acaso como un preanuncio por lo que vendría poco
tiempo después.
A Gabino Sosa
El más grande de la hilera,
el cabezón peregrino
quedó al lado del camino y
se calló su vigüela,
esa leal compañera de
memorables jornadas
hoy se siente abandonada y
no encuentra explicación.
Por dónde andaría Dios que
no copó la parada.
Venir a morir así, tan de
repente, Gabino,
vos tenías otro destino, el
de cantar sí o sí.
Tantos versos por parir,
tanto vino por tomar,
tanto amigo por nombrar en
toda la geografía.
En tu patria y en la mía te
vamos a recordar.
Eras como un niño grande,
muy querendón y afectuoso,
pero también orgulloso si
cuadraba la ocasión.
Sabio como historiador, lo
demostraste esa noche
cuando hiciste un gran
derroche de rimas que con honor
homenajearon a Artigas, el
héroe de tu nación.
Allá en San José de Mayo la
cuarta se reventó.
Ni bien López lo advirtió y
se lo contó a la gente
vos ya tenías en mente la
respuesta del millón.
La décima improvisó tu
cabeza algodonada
Y de una, como si nada,
remataste con fervor:
"¡Qué importa una cuerda
menos cuando sobra corazón!".
Imagino a Soccodato, a
Curbelo, a Marta Suint
con una angustia sin fin, en
silencio por un rato.
Y si estos versos desato
desde la pampa lluviosa
es porque Gabino Sosa no
debe ser olvidado
en el Río de la Plata, ni
en Rocha, ni en Maldonado.
Tal vez Carlitos Rodríguez
lo recuerde con su apero
igual que Gabriel Luceno
con toda su juventud.
No habrá ningún ataúd que
pueda encerrar su canto
y si el pueblo llora tanto
porque se va un payador
Qué mejor que oír su voz
para calmar el quebranto.
Guillermo Blanco (17/11/03)