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Libros con identidad
ROZENMACHER, EL ESCRITOR DE LOS CABECITAS

¡Paisana!

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"¿QUÉ QUERÉS CON ESOS NEGROS?..."

por Ricardo Luis Acebal

En "Sudestada" de agosto de 2006, se puede leer: Germán Rozenmacher, para 1971, había escrito dos libros de cuentos, Cabecita negra y Los ojos del tigre; tres obras de teatro, Réquiem para un viernes a la noche, Caballero de Indias y El avión negro -en colaboración con Roberto Cossa, Ricardo Halac y Ricardo Talesnik- y adaptado otra, El lazarillo de Tormes. Era un escritor respetado, y un periodista excepcional.

Había nacido en el Hospital Rivadavia en 1936. Y se crió en un conventillo. Su padre había sido cantor de sinagoga, al igual que su abuelo. Él había decidido emprender otro camino, cuando a los dieciocho años se enamoró de una máquina de escribir.

Germán Rozenmacher en todo lo que escribió puso de manifiesto sus propios conflictos existenciales. Lo que se evidencia en Réquiem para un viernes a la noche, obra que estrenó en 1964.

"Lo que en otros escritores judíos está mediado por la poesía o por la ironía, en Germán es crudamente trágico. Rozenmacher literalmente se abrasa al escribir. Casi nada atenúa en Rozenmacher el conflicto entre el padre ortodoxo y rígido y el hijo cuestionador", sostiene Álvaro Abós.

 

 

Germán Rozenmacher había muerto. Eso decía el cable. Decía, también, que junto a él había muerto Juan Pablo, su hijo mayor. Esa mañana hacía un frío intenso en Mar del Plata; ciudad en la que como cronista había recalado muchas veces, y hasta había sido escenario de algunos de sus cuentos. Por el frío encendió las hornallas de la cocina del pequeño departamento que ocupaba; pero no abrió una ventana. Un ridículo escape de gas le arrebató la vida, en la mañana del 6 de agosto de 1971. A los 35 años, mientras preparaba unas notas en Mar del Plata.

 

DEDICATORIAS: A LOS CABECITAS Y A GERMÁN ROZENMACHER.

2020 (20 Y 20): ¿NO SERÁ ÉSTE EL AÑO DE LOS CABECITAS?

En 2020 alguien puede identificar a un semejante como "bolita", o "paragua" y, según cómo lo diga, puede significar un adjetivo cariñoso para el destinatario o una muestra del más odioso racismo por parte del dicente. Lo mismo podría decirse de "moishe", "tano", etc. pero el desprecio mayor

 -cuando se lo dice con veneno- siempre se hace notar más cuando el destinatario es alguien nacido en Argentina u otro país hermano de Latinoamérica.

"Cabecita negra" fue, sobre todo a partir de la entrada en la Historia de Perón y Evita, años 1945 en adelante, el "gentilicio" (adjetivo despectivo creado por un sector importante de nacidos en la Ciudad de Buenos Aires) que identificó a todos nuestros hermanos provincianos.

Y, para darle aún más contundencia a la actitud de desprecio, se le agregó "20 y 20". Porque según estos "profetas del odio" la única aspiración cultural de los cabecitas era tener en el bolsillo una moneda de 20 centavos para hacer funcionar unos aparatos que había en boliches y que mediante la introducción de esa guita hacían escuchar la música que el parroquiano eligiera. Y, desde luego, "estos negros" sólo elegían escuchar a Antonio Tormo (otro "cabeza") mientras se tomaban un vaso de vino que también les costaba veinte centavos. Entonces "veinte p`a vino y 20 p`a tormo": Cabecita negra veinte y veinte.

Mi vieja, Secundina Banega, también fue (para mi sigue siendo) cabecita negra. Y llegó desde su Entre Ríos entrando por el Puerto de Buenos Aires, ya que hace 84 años no había puente y algunos trenes del Ferrocarril Urquiza que bajaban desde Posadas embarcaban en algún puerto sobre el río Uruguay y arribaban a la Capital Federal de ese modo.

Y llegada a Buenos Aires ("la Cunda", después Doña Dina) fue sirvienta de ricos...

RLA.

 

JUAN CARLOS "TATA" CEDRÓN

Rozenmacher... Para que se entienda al antiperonismo. Y al peronismo...

Fui muy amigo de Germán y Chana. El pibe que murió con él se crió con Román (Nota de redacción: Román, hijo del Tata, músico y lutier).

De los intelectuales "de gauche" era el único peronista... Los demás hacían entrismo... Así nos fue... No ayudaron.

Germán llegaba a la madrugada a "Gotán". Y cantaba mientras nosotros (el Trío Cedrón) limpiábamos junto con los mozos.

Después nos íbamos a patear por Buenos Aires, hasta que amanecía. Él, abrazado a Chanita. Era un gusto verlos tan enamorados.

Querido Germán...

Gracias.

Tata

 


Luisa Calcumil, Sara Mamani y Perla Argentina Aguirre, voces coloramérica del Sur, Noroeste y Este de la Argentina.

 

 

Cabecita negra

por  Germán Rozenmacher

A Raúl Kruschovsky

 

El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y hasta se había lustrado los zapatos.

Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de carro de verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno para entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en tanto, arrastrándose entre las casas de uno o dos o siete pisos y se perdía, entre los pocos letreros luminosos de los hoteles, que brillaban mojados, apenas visibles, calle abajo.

Ese insomnio era una desgracia. Mañana estaría resfriado y andaría abombado como un sonámbulo todo el día. Y además nunca había hecho esa idiotez de levantarse y vestirse en plena noche de invierno nada más que para quedarse ahí, fumando en el balcón. ¿A quién se le ocurría hacer esas cosas? Se encogió de hombros, angustiado. La noche se había hecho para dormir y se sentía viviendo a contramano. Solamente él se sentía despierto en medio del enorme silencio de la ciudad dormida. Un silencio que lo hacía moverse con cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a alguien. Se cuidaría muy bien de no contárselo a su socio de la ferretería porque lo cargaría un año entero por esa ocurrencia de lustrarse los zapatos en medio de la noche. En este país donde uno aprovechaba cualquier oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha. Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos tés de yuyos que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo se habían ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del Rey llevándose a la sirvienta así que estaba solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban tan mal las cosas. No podía quejarse de la vida. Su padre había sido un cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber llegado a nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal y hacía pocos meses había comprado el pequeño Renault que ahora estaba abajo, en el garaje y había gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados de las portezuelas. La ferretería de la Avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta de fin de semana donde pasaba las vacaciones. No podía quejarse. Se daba todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se casaría con alguna chica distinguida. Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En tiempos como éstos, donde los desórdenes políticos eran la rutina había estado varias veces al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él. Así era la vida. Pero había salido adelante. Además cuando era joven tocaba el violín y no había cosa que le gustase más en el mundo. Pero vio por delante un porvenir dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo. Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no podía hacer todo lo que quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino debido y que no debía fracasar. Y entonces todo lo que había hecho en la vida había sido para que lo llamaran "señor". Y entonces juntó dinero y puso una ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No señor. Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio. Dieron las cuatro de la mañana. La niebla era más espesa. Un silencio pesado había caído sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor Lanari tratando de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose.

De pronto una mujer gritó en la noche. De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El señor Lanari dio un respingo, y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de dolor en la neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El señor Lanari quiso hacerla callar, era de noche podía despertar a alguien, había que hablar más bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto la mujer gritó de nuevo reventando el silencio y la calma y el orden haciendo escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral de carne y sangre anterior a las palabras, casi un vagido de niño, desesperado y solo.

 

 

El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por enterado. Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a tientas, hasta la esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso Para Damas en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo. -Quiero ir a casa, mamá -lloraba-. Quiero cien pesos para el tren para irme a casa.

Era una niña que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla.

El señor Lanari sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros, qué se iba a hacer, la vida era dura, sonrió, sacó cien pesos y se los puso arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se sintió satisfecho. Se quedó mirándola, con las manos en los bolsillos, despreciándola despacio.

-¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? -la voz era dura y malévola. Antes que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su hombro.

-A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la vía pública.

El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de complicidad al vigilante.

-Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente.

Entonces se dio cuenta de que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar su historia.

El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo. -Vamos. En cana. -El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto reaccionó violentamente y le gritó al policía: -Cuidado señor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está hablando? -Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El señor Lanari no tenía ningún comisario amigo.

-Andá, viejito verde, andá, ¿te creés que no me di cuenta de que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? -dijo el vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada, mirando simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía que ver él en todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a la comisaría y aclarara todo y entonces no lo creyeran y se complicaran más las cosas? Nunca había pisado una comisaría. Toda su vida había hecho lo posible para no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio. Ese insomnio había tenido la culpa. Y no había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil.

-Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer -dijo señalándola. Sintió que el vigilante dudaba. Quiso decirle que ahí estaban ellos dos del lado de la ley y esa negra estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable.

De pronto se acercó al agente que era una cabeza más alto que él, y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.

-Señor agente -le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una muñeca, acunándola entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya nada le importaba.

-Venga a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto. -Y sacó una tarjeta personal y los documentos y se los mostró-. Vivo ahí al lado -gimió, casi manso y casi adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en manos del otro sin tener ni siquiera un diputado para que sacara la cara por él y lo defendiera. Era mejor amansarlo, hasta darle plata y convencerlo para que lo dejara de embromar. El agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si el señor Lanari le hubiera propuesto una gran idea, lo tomó a él por un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamente se fue con ellos. Cuando llegaron al departamento el señor Lanari prendió todas las luces y le mostró la casa a las visitas. La negra apenas vio la cama matrimonial se tiró y se quedó profundamente dormida.

Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más horrible del mundo, un escándalo, y nadie le creería su explicación y quedaría repudiado, como culpable de una oscura culpa, y yo no hice nada mientras hacía eso tan desusado, ahí a las 4 de la mañana, porque la noche se había hecho para dormir y estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona decente, como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura, en su propia casa.

 


Historieta de "Cabecita negra" dibujos de Solano López y guión de Eugenio Mandrini

 

-Dame café -dijo el policía y en ese momento el señor Lanari sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado para tener eso, para que no lo atropellaran y así, de repente, ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte lo trataba de che, le gritaba, lo ofendía. Y lo que era peor, vio en sus ojos un odio tan frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer. De pronto pensó que lo mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre podría ser un asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y matarlo y sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo. Y la mujer estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros. No entendía nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la biblioteca. Sentía algo presagiante, que se cernía, que se venía. Una amenaza espantosa que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni cómo detenerla. El señor Lanari, sin saber por qué, le mostró la biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca había podido hacer tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía su cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia de Mitre encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar violín tenía un hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando quería, la mejor música del mundo se hacía presente.

Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de libros con ese hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese negro? Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una inquietud sofocante. De golpe se sorprendió que justo ahora quisiera hablar de libros y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, tiró por ahí la gorra, se abrió la campera y se puso a tomar despacio.

El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada.

-Qué le hiciste -dijo al fin el negro.

-Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así que haga el favor de... -el policía o lo que fuera lo agarró de las solapas y le dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaban haciendo eso? ¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio.

-Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces todos creen que pueden llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste, porquería, apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quién iba a decirlo, todo un señor...

El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica despertó y lo miró y le dijo al hermano:

-Este no es, José. -Lo dijo con una voz seca, inexpresiva, cansada pero definitiva. Vagamente, el señor Lanari vio la cara atontada, despavorida, humillada del otro y vio que se detenía, bruscamente y vio que la mujer se levantaba, con pesadez, y por fin, sintió que algo tontamente le decía adentro "Por fin se me va este maldito insomnio" y se quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol estaba alto y le dio en los ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le dolía terriblemente la boca del estómago. Sintió un vértigo, sintió que estaba a punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto se precipitó a revisar todos los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado mirando a ver si no le faltaba nada. ¿Qué hacer, a quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero ¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras? "Tranquilo, tranquilo, aquí no ha pasado nada", trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del estómago y todo estaba patas arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba saliva. Algo había sido violado. "La chusma", dijo para tranquilizarse, "hay que aplastarlos, aplastarlos", dijo para tranquilizarse. "La fuerza pública", dijo, "tenemos toda la fuerza pública y el ejército", dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada.

 


La huarpe sanjuanina Argentina Quiroga, la colla jujeña Milagro Sala y la cordobesa Marta Juana Gonzalez, tres cabecitas negras luchadoras por los derechos de los más humildes, aborígenes y criollos.

 



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Historieta de "Cabecita negra" dibujos de Solano López y guión de Eugenio Mandrini
La huarpe sanjuanina Argentina Quiroga, la colla jujeña Milagro Sala y la cordobesa Marta Juana Gonzalez, tres cabecitas negras luchadoras por los derechos de los más humildes, aborígenes y criollos.


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CHARANGO CON D.N.I. ARGENTINO

PRESENCIA DE VILLA MANUELITA EN LA FERIA DEL LIBRO

VÍCTOR VELÁZQUEZ POR VÍCTOR VELÁZQUEZ

ACERCÁNDONOS A VIETNAM

LA VIDA EN DÉCIMAS SEGÚN CARLOS RAÚL RISSO

LA ALEGRÍA DEL PAPA FRANCISCO

TANGO: ¡DEJÁTE LLEVAR POR LA MÚSICA!

TROVADORES DEL TUCUMÁN

UN MANUAL DE POESÍA GAUCHA

HACE 102 AÑOS QUE ALEDO LUIS MELONI TRENZA PALABRAS

NOVEDADES CORREGIDOR DE NOVIEMBRE

ACERCÁNDONOS A AIMÉ PAINÉ Y ABYA YALA

VIDA DEL COMPAÑERO EVO MORALES

ACORDE FINAL PERO SIN OLVIDO PARA SUMA PAZ

MACEDONIO FERNÁNDEZ RELANZADO EN SEPTIEMBRE POR "CORREGIDOR"

SEXTA EDICIÓN DE "EL DISEÑO INDÍGENA ARGENTINO"

ERNESTO GUEVARA ANTES DE SER “EL CHÉ”

NUEVO CATÁLOGO 2014

ACERCÁNDONOS A HO CHI MIN Y OTRAS PROMOCIONES

COMO PALO A PIQUE -VERSOS CAMPEROS-

MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA

SI LOS MUERTOS NO HABLAN…HISTORIA DE LOS FUSILAMIENTOS DE LONCOGÜÉ

“LA TIERRA HECHIZADA” SEGÚN YUPANQUI

PENSAMIENTO NACIONAL PARA PRINCIPIANTES

¿"GAUCHESCA" (ENTRE COMILLAS) O LENGUA GAUCHA CON MAYÚSCULA?

HUMOR NO APTO PARA DICTADORES

ATAHUALPA YUPANQUI: LA VIDA Y SUS ASUNTOS

¿LA ECONOMÍA ES COSA DE "ESPECIALISTAS"?

CINCUENTA RAZONES PARA APOYAR EL PROYECTO NACIONAL

"ESBOZOS EN LA ARENA" DE SBARRA MITRE

MARIANO MORENO SEGÚN ESTEBAN DE GORI

DON CAJARAVILLE: ¡EL GUAPO DE SAN MARTÍN!

LAS ALAS DE ÁLVARO YUNQUE

DEPORTISTAS Y HAZAÑAS DEPORTIVAS CON IDENTIDAD TUCUMANA

DON HIPÓLITO de Norberto Galasso

CUENTOS DE ATILIO POLVERINI

MANUEL DORREGO CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

SIMONE, DEL PUERTORRIQUEÑO EDUARDO LALO

LAS AGUAFUERTES DE PEDRO PATZER

CATÁLOGO MUY INTERESANTE

UN CAMINO SANJUANINO

LIBROS QUE NO ESTUVIERON EN LA FERIA DE PALERMO

CASULLO, UN INTELECTUAL COMPROMETIDO

LA ARGENTINA DE LOS CACIQUES

HUESOS DESNUDOS

PARA LEER EN DIAS DE VACACIONES

HERNÁNDEZ ARREGUI POR GALASSO EN COLIHUE

ATMÓSFERA RIOJANA

NUEVA NOVELA DE ADOLFO COLOMBRES

LA ÉPOCA DE MARIANO MORENO

MILITANCIA COMUNISTA DE ATAHUALPA YUPANQUI

HISTORIA DE LABURANTES

Continuidades y rupturas. De la Colonia a Mayo - León Pomer

NORBERTO GALASSO: "La compañera Evita"

RICARDO ROJAS EN TIERRA DEL FUEGO

LOS SERES QUERIDOS Y "LA POLÍTICA"

CUENTOS MALVINENSES

CONECTAR IGUALDAD

NOVEDAD DE ADOLFO COLOMBRES

DOS VEINTICINCO DE MAYO Y UNA SOLA "MADRE" PATRIA

VOZ DE ALONDRA Una biografía de Nelly Omar

“EL NOMBRADOR” Jaime Dávalos

Fórmula para el caos. La caída de Salvador Allende (1970-1973).

LIBROS PARA SER LIBRES

LA HISTORIA DE LA ARGENTINA

ORIGENES DE PALABRAS Y FRASES POPULARES

"Cuentos de pícaros"

Palabras Grávidas. La maternidad en la literatura

TRANCA BALANCA




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