Dicen que
dicen... que en las cercanías de la laguna de Iberá, en lo que hoy pertenece a la
tierra correntina, vivía un joven cuyo nombre era Amairá.
Amairá,
además de atractivo poseía el don del canto, por sus exquisitas melodías solía
despertar amores y suspiros de las jóvenes del lugar, tenía el cuerpo armonioso
y si bien no era demasiado alto, su rostro oval estaba adornado por una
renegrida cabellera, su carácter era varonil pero aguerrido y ninguna de las
muchachas de la comunidad pasaba por alto al joven.
Amairá solía
montar un extraño animal con patas de tigre y cola de zorro con el cual se
internaba en el monte.
Dentro de
esa comunidad vivía Kalila, una dulce doncella a la que llamaban Eira.
Eira estaba
prendada por el amor de Amairá sin que él se enterara, lo perseguía y admiraba
desde lejos, pero con el transitar de las lunas ese amor creció y le quemaba
las venas. Ella decidió enfrentarlo para ofrecerle su ternura.
Una tibia
tarde de verano, cuando el sol caía en el horizonte ella lo vió internarse en
el monte y decidió seguirlo, ese era el
lugar propicio para el encuentro.
Amairá se
condujo insospechadamente hasta la vera de la laguna del Iberá y mientras el
crepúsculo alcanzaba la copa de los árboles y los pájaros volvía bulliciosos a
sus nidos, ella lo vió...
Una mujer
pálida con largos cabellos de oro y de frágil figura corría hacia él y él la
recibía en sus brazos.
La dulce
Eira conocía ahora la hiel del desencanto, herida en lo más profundo de su
corazón tramo la venganza.
Durante la
noche, preparó una flecha y sumergió la punta en un potente veneno, ese sería
el fin para su despechado corazón y quizás tuviese un poco de alivio, claro que
ella no contaba con que la venganza es mala consejera.
Al día
siguiente, cuando el ocaso apenas iluminaba los labios del río y el sol se
ocultaba en el horizonte siguió sigilosa al que tanto amaba, él como las
anteriores veces corrió en secreto en busca de su amor.
Eira con el
corazón palpitante pero lleno de odio, preparó su arco y su flecha, apuntó y de
un solo tiro los atravesó mortalmente a ambos que cayeron a las aguas de la
laguna.
En ese
instante, el cielo bramó, los truenos eran espeluznantes seguidos por numerosos
rayos, daban la impresión que todo el monte se iba a prender fuego...
posteriormente, cayó una lluvia infernal .
Es así, que
desde ese entonces, cada vez que la lluvia se hace sentir afloran sordos
quejidos, los abuelos sabios dicen que se renueva la tragedia, la pálida mujer
se convierte en una loba dañina y la despechada Kalila vaga por el monte
recorriendo los mismos lugares acompañada por el canto de Amairá para luego
volar en las alas de Ara-bi y anunciar
la próxima lluvia.
Luego Ara-bi soltó las primeras gotas y todos supieron que se trataba de las lágrimas que Kalila derramaba llorando por su amor frustrado.