SANTOS GUAYAMA, RAMÓN VERA Y DESPUÉS...
por Ricardo Luis Acebal.
El gran Felipe Varela, bigote y melena blanca. Sentado igual que él y a su izquierda Santos Guayama, uno de sus coroneles. Y Ramón Vera hoy, a sus 83, descendiente del legendario Guayama.
El libro que
estoy comentando marca el debut de Ramón como escritor. Él es un claro
integrante de "la barbarie" (como con toda seguridad lo hubiera descalificado
con desprecio don Domingo Faustino Sarmiento), orgulloso descendiente de
huarpes y "salvajes" montoneros.
Fue un
activísimo militante de lo que se conoce como "Resistencia Peronista" al
gobierno ilegal de la dictadura cívico-militar que se instaló en la Argentina
después de voltear a Perón el 16 de septiembre de 1955.
Vera fue vecino
de la Ciudad de Lanús desde fines de 1990 hasta este marzo de 2020 en que su
destino lo ha llevado a radicarse en Burzaco, siempre en el Sur del Gran Buenos
Aires.
La desgrabación
de una charla que mantuve con él el 29 de octubre de 2018 ocupa las páginas 7 a 13. Desfilan recuerdos de
discusiones y acciones realizadas por Vera con Jorge Rulli, Magin Del Carmen
Guzmán, Hugo Arrieta, Felipe Ludueña, "el petiso" Espina, Aldo Baridón, Pablo
Chilimino, los obreros de la carne que tomaron el Frigorífico Lisandro de la
Torre con Sebastián Borro a la cabeza... ¡Y memorables discusiones con los
filósofos Rodolfo Kusch y Alfredo Moffat!
No es habitual
que accedan al papel impreso ordenado como libro representantes de la
"anti-academia", esos entrañables humanos que no son aceptados por los
"intelectualosos" ("inteligentuales" como los llama un querido amigo poeta) que
están convencidos de que ellos han hecho saltar la banca del talento y los demás no debemos hacer otra cosa que
hacerles homenajes, ponerle sus nombres a instituciones, calles, etc.
Este Ramón
Vera, que se ganó la vida reparando máquinas de escribir manuales, mereció en
este libro el excelente prólogo que firma Pedro
Patzer.
Dos fragmentos
del mismo como botón de muestra:
Hermann Hesse escribió: "El que quiera nacer tiene que
romper un mundo". Ramón Vera desarmaba la máquina de escribir para nacer un
nuevo mundo en la escritura, quería despertar un idioma (mundo) que sospechaba
dormido, quizás el cancionero de los mudos:
Creo
no poder
recibir
tanta historia.
Siento
que he vivido
con
tanto silencio
que
los soles que preñan
estas
tierras
y
los muertos obligados de América,
no
respiran
sintiendo
este aire,
que
contiene,
(como
la tinaja),
a
cada uno de ellos.
....................
Luego de desnudar el alma de millares de máquinas de escribir,
después de tantos caminos transformados en silencio, la sabiduría ancestral
alcanza el corazón sin fronteras del poeta Ramón Vera y le dicta:
No
quiero renunciar a mis desgracias,
serán
las cosas que he vivido,
las
ansias en desquite de lo que seguiré viviendo
sobre
un pájaro muerto...
otros
seguirán cantando.
La poesía de Ramón Vera nos recuerda que no sólo la
historia la escriben los que ganan, la Historia también la escriben los que la
cantan.
Ramón Vera niño y su padre militar músico.
Ramón Vera y su esposa Ana María.
SANTOS VERA GUAYAMA, UNO DE LOS HIJOS DE RAMÓN:
El referente familiar más notorio fue Santos Guayama,
amigo del alma del Curita Brochero... Primero luchando junto al Chacho Peñaloza
y luego como Coronel y amigo del Gral. Felipe Varela, siguiendo la consigna de
San Martín y Bolívar de la "Patria Grande"... Luego de la derrota, la persecución
y el fusilamiento de Guayama, en manos de la "Civilización" que encarnaban
Mitre y Sarmiento, las nuevas generaciones se acercaron al Cantonismo y
confluyeron más tarde y naturalmente en el peronismo, en el por aquél entonces
pueblo de Santa Lucía.
Que si algunos ostentan pomposamente sus apellidos y
riquezas materiales, ligados a conquistas, usurpación, genocidio, explotación y
entregas... Nuestra familia desde aquel linaje Huarpe hasta hoy, atesora la
dignidad de no haber renunciado jamás al sueño de una Patria Grande, Justa,
Libre y Soberana.
Padre:
Transmisor de cultura. Luchador social. Miembro de la
resistencia. Poeta.
Al Quito, al Negro Vera, al maestro, al jefe... Como
siempre hemos escuchado que te nombraron.
Al papá, al viejo querido... como te llamamos
nosotros, tus hijos e hijas: Rosa Malvina, Paulina del Valle, Luciana Noel,
Cura Luján, Pehuén, Juan Domingo, Damián, Santiago, Nahuel y Santos.
Es una alegría para nosotros y una sincera muestra de
agradecimiento, acompañar la edición de éste libro tan largamente postergado,
por priorizar la lucha de los sueños colectivos.
Queremos agradecer profundamente a dos entrañables
amigos y compañeros apasionados, comprometidos y talentosos pensadores de la
Cultura Popular: Pedro Patzer y Ricardo Luis Acebal, quién además se encargó de
gestionar la presente edición.
También al maravilloso Grupo "La Musaranga" por
ponerle el cuerpo, el alma y el arte a éste trabajo.
¿"LA MUSARANGA" DIJO?
Es un grupo de
creadores de todas las edades físicas imaginables (o sea desde niñas/os a
viejitas/os), hacedores e intérpretes nacionales y populares de títeres,
poesía, juguetes, pantomimas, ventriloquía, autómatas, música, marionetas,
teatro y, como se leyó en esta nota, editores artesanales de libros.
Y todas sus
presentaciones y realizaciones son conmovedoramente bellas porque todo lo hacen
cantando, como aquella "mujer del barro" que según el poeta Lima Quintana
creaba las piezas más luminosas y cantarinas que se pueda usted imaginar
amasando la misma arcilla que las otras alfareras.
A continuación
incluyo sus datos para que pueda obtener un ejemplar del libro de Vera:
Ramón Vera es el de bigotes (con la carterita siempre bajo el brazo) y el bombero es su hermano Miguel Vera (también guardia civil de la vieja resistencia peronista) en el destacamento de bomberos de la Vuelta de Rocha (La Boca).
Ricardo Acebal conversando con Ramón Vera en Lanús el 29-10-18
MARCHE ALGO DE PROSA
LA PAULINA
..........................
-No, Paulina,
esto no es pa` vos -le decía el Efigenio y se ataba el pañuelo al pelo, iba
hasta el palenque y de un salto estaba sobre el animal. Se lo soltaban y
entonces comenzaba el baile, el furioso juego de la doma.
El animal abría
las patas, bufaba, reculaba, se metía contra los palos del corral... bellaqueaba
despacio como midiendo la carga hasta que con un grito y clavando las espuelas
el Efigenio lo obligaba al desenfreno y él con la lonja sobre las verijas, el
lomo, la cabeza... Y los gritos, contento como un chico.
Todo era color
y tentación sobre la Paulina, moviéndose inquieta, mordiendo sus ganas. El
Efigenio desensillaba, venía y le tiraba despacio de sus trenzas.
-Pa` hacer
esto, hay que tener esto -y se señalaba las entrepiernas, tirándose al suelo,
provocándola con ojos llenos de risa. Hasta que lo convenció y dio el salto
sobre el animal. Y de entrada espoleó fuerte y sintió el primer impulso, las
venas llenas, la garganta seca, sus propios gritos azuzando, subiendo y bajando
su mano con la lonja, también por las verijas, el lomo, la cabeza... suelta, bien
suelta, haciendo juego en los corcovos, arremolinada, caliente y vuelta a
pegar, hallándose, sintiéndose allá abajo en las entrepiernas con su propia
naturaleza, sintiéndola fuerte, en el grito, en los golpes.
Luego bajó
despacio, mordiéndose los labios, quien sabe acariciándolos.
Él la miraba,
sentado sobre el pasto, mientras jugaba con su pañuelo.
Ella ahora de
golpe sentíase pesada, recibía la mirada, el invite... Fue hasta su lado sin
dejar también de mirarlo. Con una pierna, él le enganchó la suya y entonces
sintió el deseo, la carencia, la necesidad de ser hembra, el no tener nada y
pedirlo... ser traspasada, hasta quedar quieta dejando ir su cuerpo, sin ninguna
tristeza.
-Allí de seguro
que empezó lo del Alberto -pensó la Paulina.
...el Alberto era
su hijo mayor.
Ramón Vera: No llevo el olvido a cuestas.