ESCRIBE: HUGO FERNÁNDEZ PANCONI
Los indígenas taínos del
Caribe -cuya lengua era la principal en las Antillas en los tiempos de la
conquista española- lo nombraban mahís,
que significa literalmente "lo que
sustenta la vida".
Al ser la primera lengua
americana que conocieron los españoles es lógico que asimilaran muchos términos
de su vocabulario, sobre todo para nombrar lo que no conocían. La consecuencia
desgraciada es que, ya sea por extinción o por la "asimilación cultural" de sus
hablantes, el idioma taíno desapareció.
No obstante el "sustento de la vida" continúa
sosteniendo a la humanidad repartido por todo el planeta, ya no sólo en
territorio americano.
Los taínos lo nombraban
como nos enseñaron, pero para los incas lo inventó Wiracocha -creador de todas
las cosas- (vale recordar como lo siente Antonio Esteban Agüero "Yo le beso las
manos al inca Viracocha porque inventó el maíz y enseñó su cultivo...")
Es decir que en la palabra
maíz tenemos un alimento originario de América con una etimología y una
mitología (aunque hay más) americanas -del río Bravo para abajo- lo que nos
permite el ejercicio legítimo de un pensar "sureado" -como suele decir el
maestro Horacio Ghilini- regido por la Cruz del Sur y con los pies en este
suelo (como querían Rodolfo Kusch, Fermín Chávez y tantos otros), y nos
habilita a crear imágenes y metáforas a partir del encuentro entre la palabra y
la capacidad de sentir y pensar.
Por eso desde el vamos la
metáfora del maíz en lo cultural tiene una pertenencia y pertinencia
indiscutibles, cosas que hay que evaluar a la hora de elegir un nombre para un
proyecto que es también político. (No se trata de una banda de rock ¿vio?).
El maíz presente en los petroglifos (pinturas en las piedras) que realizaron nuestros antepasados hace miles de años. El que se muestra es de Huizachal, México.
Quisiera agregar otro
rasgo positivo de esa imagen que se corresponde con el dorado alimento y
nuestra condición cultural, que es la del artista popular.
Y es el conjunto, el
montón o colectivo. El maizal... no un choclo o un grano solo o un puñado de
granos brillando al sol. Ese crecer amuchado, contenido en los límites del
verdor del plantío, nos debe curar de la amarga soledad a las que nos suele
condenar cierta "institucionalidad" perpetrada en nuestra tierra, a costa y en
contra nuestra. Porque es necesario asumir que el enemigo es hábil separando,
dividiendo (ese que Jauretche sindica como la "Inteligentzia"). Y más hábil aún
para legitimar sus intereses e intenciones, en un pensamiento aparentemente
neutral, que no cesa en instalar "intelectos" y "voces" que insisten en la
degradación de lo popular, como si no hubiese nada valioso de nuestro lado.
Ellos siguen negando que
hay una identidad nacional, y con ella un pensamiento nacional, y sumando una
expresión popular nacional, con su estética y su retórica propias. El resultado
de este accionar continuo, sostenido en el tiempo, a pesar de los diagnósticos
actualizados, produce entre nosotros una multiplicidad de voces que enuncian
desde el desparramo, sin cohesión ni auto conocimiento de la propia fuerza, con
la consecuente desazón, amargura y hasta pesimismo.
Por eso la metáfora del
maíz es poderosa. Asumámonos en esa imagen como cultores, hacedores de la
cultura nacional, aumentados en el conjunto que nos contiene, nutriéndonos en
la fértil proximidad, esquivando las trampas puestas al ego personal a través
de la originalidad y tantos etcéteras, pero orgullosos de ser parte del
"sustento de la vida".
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