Mamerto Menapace y Raúl Vigini
La Palabra (Rafaela, Provincia de Santa Fé)
El invitado
Editorial
Rafaela, sábado 8 de
diciembre de 2018.
Revivirlo. Cuando las
hermanas Francisca y Lucía de la Abadía juntaban frutos secos, ramitas,
hojarasca y cortezas caídas de los árboles, estaban pensando en renovar la
esperanza. El tronco que era la base de un pesebre lo confirmaba. Porque ellas
eran capaces de construir los nacimientos a partir de esos elementos que la
naturaleza les ofrecía en el jardín con el propósito de llegar a los hogares.
En nuestra edición de hoy un querido monje, una escritora allegada y una
inquieta decoradora nos llevan a recordar a aquellas artesanas monjas de
claustro que trascienden por sus manos maestras. Vayamos por cualquiera de las
formas de la Esperanza. Puesto que la suponemos un valor universal.
Raúl
Alberto Vigini
Arbolito de Navidad
por
Mamerto Menapace
monje benedictino (Los Toldos, Buenos
Aires)
A mí me lo pasaron en
francés y en forma manuscrita por una abuela que lo recordaba de su infancia, y
por mi parte creo que lo arreglé (o desarreglé) bastante. Había una vez....
¿Cuándo? ¿Dónde? Los niños lo saben. Está claro que debe ser cierto porque es
lindo. Y todos sabemos que lo lindo tiene que ser cierto. Al menos en los
cuentos. Porque estos tienen la misión de decir ciertas cosas verdaderas, muy
difíciles de entender, cuando son contadas de otra forma. Entonces.... Había
una vez tres arbolitos. Fue allá en los tiempos viejos, y en tierras del
Líbano. En la ladera de un cerro que miraba al lejano mar, tres arbolitos
pequeños, crecían juntos. Había nacido uno cerca del otro, hijos quizá de tres
semillas del mismo tronco. Pero eran diferentes. Tenían sueños distintos. El
primero se quedaba por las noches mirando el cielo estrellado, y soñaba. Se
imaginaba que cada estrella era simplemente una de las joyas del tesoro del
Gran Rey. Y quería llegar a dar su madera, cuando fuera grande, para que el rey
hiciera con ella un cofre. Quería llegar a ser una hermosa arca donde el rey
pudiera guardar lo mejor que tuviera entre todos sus tesoros. Porque todos,
hasta los árboles más pequeños, sabían que el Gran Rey estaba por venir. Y cada
uno quería prepararse con lo mejor de sí mismo para colaborar en su gran
empresa. El segundo arbolito se quedaba largas horas mirando hacia el lejano
mar. Soñaba con entregar su madera, para que con ella se hiciera una nave
poderosa. Un gran barco, para que el Gran Rey se embarcara en él con sus
mejores capitanes. Sería quien llevaría la buena noticia de su llegada hasta
las islas lejanas en los confines de la tierra. El tercer arbolito, en cambio,
soñaba con que de su tronco se tomara el mástil para el estandarte de la
victoria final. El daría la madera para ser clavada allá en la cima de los
cerros, a la vista de todos los pueblos. Cuando los hombres vieran clavado en
las cumbres el estandarte del Gran Rey, sabrían de su triunfo final y pleno.
...................... Y pasaron los días, los
meses y los años. Primaveras y otoños se fueron apilando, con otros tantos
veranos e inviernos. Cada ciclo le hacía vivir nuevas experiencias a nuestros
tres arbolitos, que mientras tanto iban haciendo madera por dentro. Fueron
creciendo y se hicieron árboles grandes y fuertes, soñando siempre con ser
importantes y útiles para el Gran Rey cuando éste viniera. Un buen día los leñadores
subieron las laderas, y luego de talar los árboles, bajaron sus troncos hasta
el mar, a fin de llevarlos hacia el sur. Despojados de todo su follaje, los
tres hicieron su viaje, terminando en el gran mercado de maderas de Jerusalén.
Al primer árbol
lo compró un campesino del sur, a quien ni se le cruzó por la mente el hacer un
cofre con aquella madera. Sus únicos tesoros eran los animales, que por la
noche necesitaban refugiarse en un viejo establo. Y para ellos construyó un
comedero. Lo mejor de aquel árbol soñador terminó siendo destinado a un pesebre
para guardar el pasto que comían los animales. Rodeado de todo lo que suele
haber en un establo, el pobre arbolito convertido en algo tan distinto del
cofre que se había imaginado llegar a ser, pensaba que la triste realidad
convertía en ironía lo mejor de sus sueños. El Gran Rey no había llegado. Y el
día que eso sucediera, él ya no tendría nada para darle. Su historia lo había
destinado a ser todo lo contrario de un cofre. Rodeado de suciedades, y lleno
de paja, pensaba que ni siquiera era digno de presentarse ante el Gran Rey a
fin de ofrecerse para ningún otro menester. En estos tristes pensamientos
ocupaba las largas horas de sus noches de invierno, oscuras y frías, mientras
los animales se refugiaban en el establo. Y en una de esas tantas noches,
sucedió lo extraordinario. Oscurecía ya. Una joven mujer embarazada, acompañada
por su esposo, penetró en el establo buscando un refugio donde pasar esa noche.
Parecía que el parto era inminente. Y así fue. En medio de la noche, se escuchó
un llanto. Y el pequeño recién nacido, envuelto en pañales, fue puesto por su
madre en el pesebre lleno de paja. Entonces se produjo el milagro. La noche
mala se volvió Noche Buena. El establo se pobló de ángeles, de luz y de cantos.
Acudieron los pastores diciendo maravillas de aquel pequeño en el cual
reconocían al Salvador. En cada fibra de su madera, el antiguo arbolito
reconoció el cumplimiento de su viejo sueño. Realmente esa noche se había
cumplido su mayor anhelo: ser el cofre para el tesoro del Gran Rey. Nada
sabemos de su historia posterior. Quizá simplemente continuó en su misión de
servir a los animales. Pero en cada navidad su sueño se multiplica hasta el
infinito, y vuelve a acunar en su interior al Niño Dios.
............................
El tronco del segundo arbolito fue
adquirido por un armador del norte. Pero no se lo destinó a una nave, sino a
una humilde barca de pescadores. Una de esas tantas que en lago de Galilea eran
usadas por los lugareños para la pesca. Pequeña, chata, y oliendo a pescado,
nada tenía de la grandeza con la que había soñado poder servir al Gran Rey. Una
tarde bochornosa de verano, la barca estaba cabeceando su modorra en la orilla.
La calma de ese día presagiaba un peligro para la noche. Un grupo de hombres,
precedido por alguien que parecía su jefe o su maestro, entró en la barca,
buscando llegar a la otra orilla. La lenta travesía se vio interrumpida de
repente por el vendaval. El agua entraba por todos lados, y el peligro de hundirse
era más que real. Pero el maestro dormía su cansancio con su cabeza recostada
sobre la popa de la barca. Lo despertaron angustiados. Se levantó, y con
soberana tranquilidad ordenó al vendaval y al oleaje que se tranquilizaran. Y
la calma reinó como por encanto. Un escalofrío de admiración recorrió todas las
fibras de aquel arbolito, convertido ahora en barca de pescadores. Y constató
que de verdad, su sueño se había cumplido: el Gran Rey estaba utilizándolo como
su nave capitana. No era su madera la que daba seguridad a los navegantes, sino
el Navegante quién le aseguraba a ella contra todos los poderes de este mar
embravecido que es el mundo. Tal vez al día siguiente recuperara de nuevo su
vieja función de ser una humilde barca en aquel pequeño lago. Pero ahora sabía,
que el Gran Rey había ya venido, y que ella había sido la elegida para
transportarlo en una noche de tormenta. Podría, en adelante, sentirse
perdurando como imagen en la Iglesia que nacería luego de la muerte del
Maestro.
..........................
Pero, quizás la historia más dura le
tocó al tercer arbolito. Porque resultó que para él no surgió ningún
comprador. Quedó para el final de todo, casi como si fuera de descarte. A pesar
de que su madera era valiosa. Pero nadie lo adquirió, y terminó siendo requisado
por el gobierno. Ahí nomás, a poca distancia, Pilatos tenía su pretorio. Y los
tirantes fueron llevados por los soldados romanos a la guarnición de la torre
Antonia. Pero no fueron destinados a ser el mástil de ningún estandarte. Su
destino fue totalmente otro. Al fondo del pretorio estaba el gallinero. Y
nuestro arbolito fue a parar allí. Y al poco tiempo sus tirantes estaban
convertidos literalmente en "palo de gallinero". Cualquiera se puede
imaginar lo que esto significaría para los sueños de aquel pobre arbolito. Su
madera humillada y ensuciada sentiría en cada una de sus vetas que la historia
real que le tocaba vivir era la contradicción de todo lo que había esperado. Y
el tiempo fue pasando lentamente sobre su dolor. Hasta que un anochecer todo
pareció entrar en el terreno de las urgencias. Un grupo de soldados había
salido sigilosamente, con antorchas y palos para sorprender a algún malhechor
en el corazón de la noche. Al rato había regresado, cumplida ya su misión. Pero
seguramente debía tratarse de una persona muy especial. Porque toda la ciudad
se había alborotado. El Sanedrín sesionó toda la noche. El gallo se había
despertado más temprano que de costumbre y por tres veces había lanzado su
canto hacia una madrugada que no terminaba de llegar. Protestas, maldiciones,
preguntas y llanto. Todo se había confundido en aquel amanecer. La mañana
estuvo aún más agitada que la noche. La plaza llena. El Gobernador, preocupado
y nervioso. Los soldados alertas y con las armas en la mano. Todo parecía
presagiar uno de esos momentos claves en que la vida y la muerte juegan la
apuesta final sobre alguien. Poco antes del mediodía, unos soldados entraron
presurosos al gallinero, y desarmaron de prisa el andamiaje. Dos tirantes del
arbolito fueron separados del resto y atados en forma de cruz. Los cargaron
sobre los hombros ensangrentados de aquel mismo Maestro que calmara la
tempestad en el Lago de Galilea. Y así se inició el doloroso y largo camino
hacia el Calvario. A las tres de la tarde todo estaba consumado. El madero de
la cruz servía de soporte para el cuerpo muerto del Señor de la vida. Y el
arbolito de aquel cerro lejano, ahora hecho Cruz en el Gólgota, supo que su
sueño se había cumplido en plenitud, mucho más allá de lo que él mismo se
hubiera imaginado.
............................. Porque los sueños
profundos, esos que nos acompañan desde la infancia y a través de toda la vida,
son ciertos. Quizá no se cumplan de la manera como nosotros los hubiéramos
imaginado. Pero como Tata Dios está comprometido con ellos, su plenitud suele
superar inmensamente todos nuestros proyectos. A vos, mi joven arbolito, te lo
digo en esta Navidad: Confiá en tu misterio: Desconfiá de tus criterios. (en el
libro "Esperando el sol", Editora Patria Grande, Buenos Aires, 1995)
Frente al micrófono: La comunicación es uno de los carismas del Padre Mamerto
MAMERTO MENAPACE, MONJE BENEDICTINO CAMINO DE
ESPERANZA
.
Desde su niñez vive en el
Monasterio benedictino de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, del que fue su
Superior y Prior siendo muy joven, y primer Abad. Actualmente es el presidente
de la Congregación Benedictina del Cono Sur. Pero entre una actividad intensa
que se renueva cada día, generosamente permitió estar presente para acompañar
con sus reflexiones a los lectores de La Palabra.
LP - ¿Qué significa el
tiempo de Adviento?
M.M. - Espera de la venida
del Señor. Tanto en lo litúrgico con la celebración navideña, como en lo
religioso por lo que llamamos la Parusía, es decir la venida definitiva de
Jesús al madurar la historia.
LP - ¿Tiene importancia
ese momento de la liturgia para la vida cotidiana?
M.M. - Para los que tenemos
fe y queremos vivirla en nuestra vida, es un tiempo en el que reavivamos
nuestra esperanza.
LP - ¿Para qué la Navidad?
M.M. - Justamente para
celebrar y volver a reavivar nuestra fe en la presencia del Mucho cuento: El
Padre Mamerto Menapace ambientó historias en torno del mate amigo. Señor que ha
venido a nuestra historia y volverá a completarla cuando la entregue definitiva
al Padre.
LP - ¿Y quiénes no le
encuentran sentido, por dónde caminan?
M.M. - Personalmente
pienso que si hay buena voluntad, Dios tendrá para cada uno un camino que le
permita acercarse a El, ya que El está más interesado en el amor a sus hijos de
lo que nosotros estamos en preocuparnos por El.
LP - Su biblioteca tiene
muchas historias reflexivas de este momento del año. ¿Recuerda algunas?
M.M. - Será cuestión de
buscarla en mis libros y escritos. Esa pregunta llevaría a una respuesta
demasiado larga. Para eso va el cuento de los tres arbolitos que te mandé.
LP - El hecho de ser un
monje al que la gente lo elige para leer y para escuchar. ¿Qué reflexión puede
ofrecernos de su vida dedicada a la labor social y evangelizadora mediante la
comunicación?
M.M. - Cada uno recibe de
Dios un don, yo para agradecer el que me dio, lo pongo a su servicio en bien de
los demás.
LP - Se viven tiempos
donde las diferencias sociales, económicas, políticas, se marcan cada vez más.
La intolerancia se suma a los problemas. ¿Cómo analiza el presente argentino?
M.M. - Dios me regaló una
visión optimista, que creo me nace de la fe. Es decir, Dios sigue presente
entre nosotros. Como lo ha estado en otros momentos de nuestra historia, quizá
mucho más oscuros que éste que nos toca. Pero éste es el que nos toca, y de
éste nos pedirá cuentas Dios cuando nos juzgue cómo hemos colaborado en su obra
entre nuestros hermanos. No nos pide el éxito, pero espera nuestro compromiso.
LP - ¿Qué le queda por
concretar desde su misión y entrega personal?
M.M. - No sé cuánto tiempo
me queda. Pero me gustaría seguir con las opciones fundamentales que he venido
viviendo como cristiano, como monje y como cura en nuestra tierra concreta.
LP - Un saludo para que
llegue a los lectores y sirva de compañía y contención ante el nuevo nacimiento
del Niño.
M.M. - Si Dios está con
nosotros ¿quién estará contra nosotros? Desde que Dios se ha comprometido al
venir a vivir en esta tierra, esta tierra es santa y nuestra. El arbolito
artesanal. Pocas o muchas, las ramas son una casualidad o una causalidad en la
historia de cada árbol. Pero ellas llevan consigo el mejor mensaje que la
naturaleza puede ofrecernos desde un lugar común. Este tiempo de Adviento nos
acostumbra a reforzar los sentimientos para compartir más momentos y mejores
formas con nuestros semejantes.
LP - Algo más que desee
agregar...
M.M. - Les deseo a todos
una feliz Navidad, en la alegría esperanzada de que Dios está con nosotros.
YAPA
Este agregado no
forma parte de la nota de Vigini. Es un fragmento de una nota de "sophia
despliega el alma" del 2 de diciembre de 2010, que firman Astrid Hoffmann y
Marta García Terán, con fotos de Agustina Resta.
"SOY MAMERTO, PERO NO EJERZO"
Mamerto no da
respiro. Para charlar con él hay que estar bien despierto, porque basta que uno
se distraiga un segundo para que él cuele un chiste. Como una vez le dijo el
cantautor Argentino Luna: "Oiga, don Mamerto, ¡usted está condenado a risa
perpetua por portación de nombre!". Su nombre tiene gracia y tiene historia. Se
quita el poncho que le da ese aire campechano tan característico y cuenta que
su padre tuvo un cáncer que casi lo hace cruzar la línea cuando tenía 35 años.
Tuvieron que cortarle una pierna, pero se salvó y esa salvación se la
atribuyeron a la intervención de Fray Mamerto Esquiú. "Papá tenía cinco hijos
antes de que le cortaran la pierna y nacimos ocho después... ¡Si llegaba a tener
dos piernas, seríamos diecisiete!", dice Mamerto, que, como resulta obvio, fue
el primero de esa segunda tanda y con el que homenajearon al fraile que
colaboró con la sanación de su padre. Primera herencia: tomadura de pelo de los
demás chicos asegurada. Pero él redobla la apuesta y se ríe de sí mismo:
"Siempre digo que soy Mamerto, pero no ejerzo".
Menapace yendo a rezar el rosario, en la abadía que lo vio crecer.
Los "reyes magos" según Florencio Molina Campos