TRAMAS DE DUELO Y
ORGANIZACIÓN
por Ivana Romero
Ilustraciones:
Claudio Gallina (gentileza del
profesor Alberto
Sorzio)
Comenzaba agosto cuando la escuela 49 de Moreno explotó
por un escape de gas que la desidia del Estado no arregló a tiempo. Sandra
Calamano, vicedirectora, y Rubén Rodríguez, auxiliar, murieron en ese hecho que
no puede calificarse como accidente porque estaba claramente anunciado. Todas
las escuelas públicas de ese partido están sin clases desde entonces, así lo
acordaron las comunidades educativas. Y es que la inspección tardía del
gobierno de la Provincia de Buenos Aires confirmó que la mayoría de los edificios
carece de las condiciones mínimas para funcionar. Ahora son maestras y madres
las que sostienen tramas de organización y ternura sobre la ausencia de Sandra
y Rubén, sobre la escuela cerrada, sobre el desprecio de un Estado que, a la
vez que se achica, expulsa.
Comunidad de madres Imagen: Constanza Niscovolos
Un guardapolvo flota bajo el viento de la mañana. Es
pequeño, de un blanco mitigado quizás por el polvo o por alguna lluvia. Alguien
lo dejó colgado de una percha, a modo de ofrenda, como otras y otros dejaron
notas escritas con letra clara, de adultas y adultos o también, trazadas en una
cursiva esmerada, temblorosa, infantil. Hay cartas que dicen "siempre te
vamos a recordar", "Sandra era la más querida de la escuela",
"los extrañamos mucho". Otras exigen "Justicia por Sandra y
Rubén". También hay dibujos de Bob Esponja o de un tiburoncito que muestra
los dientes, coloreados con lápiz. Al costado, cerca de la puerta, unas cuantas
flores de plástico parecen un milagro nacido de la tierra dura. El guardapolvo
cuelga de una reja, en la ventana de la Escuela Primaria número 49
"Nicolás Avellaneda", de Moreno. A su alrededor se fue edificando un
santuario donde el silencio se refugia mientras el sol sale de a ratos.
Ahí, el 2 de agosto pasado, a las ocho y seis de la
mañana -14 minutos antes de que sonara el timbre de entrada- se produjo una explosión por un escape de
gas. Murieron la vicedirectora del establecimiento, Sandra Calamano, y el
auxiliar Rubén Rodríguez, que se desempeñaba como portero en la escuela pero
además era profesor de carpintería en un centro de formación laboral cercano.
Las y los 400 alumnas y alumnos estaban llegando desde
diversos puntos del barrio San Carlos II, donde la escuela funciona desde hace
más de cincuenta años. "Yo iba de la mano con mi hija y de repente sentimos
que la tierra temblaba", dice una mujer. Otra, que vive a pocas cuadras,
cuenta que los vasos y las tazas comenzaron a temblar en los estantes de su
casa. Una maestra relata: "Me sonó el celular mientras estaba llegando.
Era mi suegra para preguntarme si estaba bien. `¿Por qué, por qué preguntás
eso?`, le dije yo. "Por lo que dicen en la radio, en la tele", medio
que me gritó desesperada. Y casi enseguida llegó el aviso por un grupo de
whatsapp que tenemos las y los docentes". El aviso en cuestión se expandió
como el estruendo que sacudió toda la zona: la pérdida había hecho detonar unos
tanques de gas y destrozó el ala
izquierda del edificio de dos pisos. Pero eso no era nada comparado con aquello
que ni vecinas y vecinos, ni alumnas y
alumnos, ni docentes terminan de dimensionar aún ahora.
No fue un accidente: fue un asesinato, dicen una y otra
vez.
Las pericias establecieron que se produjo una pérdida en
un salón del primer piso y el gas se expandió hacia la planta baja, donde un
ventilador había permanecido prendido para mitigar el olor a gas que las y los
docentes venían denunciando desde hacía tiempo. Sandra intentó abrir la puerta,
que se juntó con el oxígeno del exterior. "El ventilador funcionó como una
suerte de "chispero" que expandió el gas y precipitó la
explosión", explican las maestras y los maestros. Al momento de la
tragedia, en el lugar había seis personas.
Sandra tenía 48 años. Rubén, 44 (hubiese cumplido años el
22 de agosto).
Ella tenía (tiene) marido y dos hijos. Él tenía (tiene)
esposa y una hija.
Alguien que llegue desde Capital puede desorientarse un
poco. En ese caso, se le puede preguntar a los dos chicos sentados en un kiosko
de revistas cerca de Las Catonas, un grupo gigante de monoblocks al costado de
la ruta 23. "Ah, querés saber cómo llegar a la escuela que explotó",
responde uno de ellos. Sí, la escuela que explotó.
En esa zona de Moreno, no hay redes de gas natural. "Es todo un problema que esté instalado
eso de la explosión. Bah, no lo de la explosión, que es evidente, sino el hecho
de que la escuela explotó por una garrafa. Es inexacto. En la escuela no
tenemos garrafas domésticas sino de las que se llaman "chanchas".
Igual, imaginate el miedo que chicas y chicos y también adultos, tienen: estalló
la escuela, se murió gente que adoraban. Y encima no saben cuánta seguridad
existe en sus propias casas", dice la maestra Cecilia Briasco Aparicio.
Ella y su marido trabajan en la 49.
El 3 de abril, Sandra había escrito de puño y letra una
carta elevada a Sebastián Nasif, el interventor del Consejo Escolar de Moreno,
donde le indicaba que un gasista matriculado había aconsejado reemplazar el
termotanque y la cocina industrial y arreglar el horno pizzero, entre otras
refacciones imprescindibles. Por esa razón, el servicio de comedor estuvo
suspendido dos semanas.
El miércoles 1 de agosto, un día antes de la explosión,
la vicedirectora ?que reemplazaba al director, de licencia tras un asalto?
llamó una vez más al Consejo Escolar: el olor a gas estaba indicando peligro
inminente. El Consejo se comprometió a enviar enseguida un gasista y no cumplió
su palabra. Después ya fue demasiado tarde.
La escuela está ubicada en la calle Davaine al 1800, casi
en la esquina con Félix de Azara. Davaine es una calle de cemento, quebrado por
baches y pozos. Si no llueve demasiado, los colectivos pasan. Si no, hay que ir
a tomarlos a unas diez cuadras. Las casas son bajas, algunas separadas por
descampados. En muchas se nota el esmero por poner flores y pintura de colores
en las fachadas; en otras el ladrillo está desnudo. Detrás de varias puertas
hay pequeños negocios: kiosko "Las nenas", pizzería "La
mejor", mercado "Miguelito", parrilla "El Titi".
Actualmente la escuela está cerrada y solo accede
personal de Infraestructura enviado por el Ministerio de Educación de la
provincia, que se está dedicando a hacer remodelaciones.
Enfrente, en la Iglesia Familia Cristiana de la Asamblea
de Dios, hay una actividad febril.
Afuera, una fila de niñas y niños acompañadas y
acompañados por sus madres esperan a ser llamados. Al otro lado las esperan sus
maestras, acomodadas en banquitos que hacen equilibrio sobre el piso irregular
del patio. "Dos veces por semana recibimos a las chicas y los chicos para
supervisar la tarea que les damos en áreas esenciales como matemáticas o
ciencias del lenguaje para garantizar la continuidad pedagógica", explica
la docente Briasco Aparicio. A ella se suma la profesora de teatro, Cintia
Duarte. Las dos buscan un espacio donde haya un poco de sol que las proteja de
un viernes frío, donde la primavera amagó con aparecer unas horas para
desaparecer después. A comienzos de septiembre aún no hay primavera.
Constanza Niscovolos
Marcela Corbalan y Cecilia Briasco
En Moreno funcionan unas 250 escuelas públicas. Solo
recién después de la explosión, el Ministerio de Educación mandó inspecciones y
el resultado es bochornoso ya que la mayoría de los establecimientos carecen de
condiciones mínimas para garantizar su funcionamiento. "Las clases están
suspendidas en todas las escuelas públicas de este partido. Fue una decisión
consensuada por las comunidades educativas porque es tremendo que hayan tenido
que suceder dos muertes para que nos miren un poco. Acá enfrente ves gente
trabajando pero no sabemos exactamente qué están haciendo porque con nosotras y
nosotros, nadie del gobierno habló", denuncian. También agregan que sería necesaria la
intervención de los organismos ministeriales para declarar un estado de emergencia
educativa que, en los hechos, existe desde hace rato.
Dos muertes, repiten. Dos muertes. Dos asesinatos.
"Porque eran muertes evitables, por eso", dicen. Debajo de sus
guardapolvos blancos, llevan cintas negras con la inscripción
"Justicia".
Llega el mediodía y en el comedor de la iglesia
evangélica, las chicas y los chicos reciben su almuerzo. En un galponcito
lateral se acumulan bolsas con polenta, fideos, arroz, aceite y otros
alimentos. Mabel Zerda, Soledad Segovia y Anabela Montes son algunas de las
madres que formaron un grupo para gestionar donaciones. "Aún no tuvimos
mucho tiempo de pensar en lo que pasó porque lo primero que hubo que hacer es
organizarnos. Sandra era un poco el corazón de todo esto. Ella decía que la
escuela tiene que ser un espacio de puertas abiertas a la comunidad. Nosotras
no podemos ser menos, tenemos que honrarla a ella, a su memoria", dicen
mientras separan en bolsones la comida que cada familia pueda llevarse a su
casa.
La 49 es una escuela de jornada completa, que brinda
desayuno, almuerzo y merienda de lunes a viernes. También, los sábados, por
iniciativa de Sandra primero y por empuje de las madres, ahora. "Salíamos
del cementerio y nos empezaron a poner comida en las manos. No sabíamos bien
qué hacer pero decidimos aceptarla porque la necesitamos. Acá armamos todo para
repartirla de manera equitativa y que a nadie le falte nada", agregan. Se
arremolinan para conversar y sacar cuentas, para mostrar los papeles
organizadísimos donde quedan asentados los movimientos de bolsones. Pero en
cierto momento, se quedan mudas. "No sé qué vamos a hacer cuando nos caiga
la ficha de lo que pasó", susurra una de ellas.
Claudia Rodríguez y Liliana Páez son psicólogas y forman
parte del Espacio de Salud Mental de las diversas unidades sanitarias del
municipio. Si bien no están trabajando formalmente con la comunidad de la 49,
se acercan a menudo. "Todo este movimiento que ves acá en la iglesia tiene
por debajo una zona de mucho dolor que aún no se está nombrado. Es entendible
porque apenas pasó un mes y la comunidad educativa tuvo que hacerle frente a
demasiadas cosas", dicen. Algunas personas comienzan a hacerles consultas
informales porque necesitan hablar, sienten angustia, no saben cómo nombrar sus
pesadillas nocturnas. Desde la explosión, cientos de chicas y chicos no
quisieron ni pisar la escuela. Otras y otros no pueden dejar de ir a cada rato.
Y algo más: "Esta escuela estaba abierta desde las
ocho de la mañana hasta bien entrada la tarde y eso le facilitaba la vida laboral
a muchas mujeres. Pero con todo esto, tuvieron que dejar sus trabajos; muchos,
en negro, para cuidar a sus familias", enfatizan las psicólogas.
Sandra era la referente barrial que conectaba escuela y
comunidad. Lo dicen las madres, las y los docentes y otras y otros referentes
que se toman unos minutos para hablar de la situación. Se quebró al medio la
vida cotidiana de una institución educativa que es también espacio de encuentro
y contención. Se quebró la vida de un barrio donde ahora faltan dos personas
muy queridas y respetadas, muertas por la ineficiencia de un Estado ausente.
Adentro de cada quien, algo también se rasgó. Pero no es fácil pensar en eso.
"Es que el afuera reclama. Pero cada una y uno de nosotras y nosotros
tiene sus días. Sabemos que nunca volveremos a ser las mismas y los
mismos", dice una de las compañeras que ayudaba a Rubén en las tareas de
cocina.
"Si hay algo que nos ha dejado esta tragedia es la
idea de que podría haber ocurrido en cualquier distrito de Moreno. O del
conurbano. O de cualquier lugar donde el Estado es muy necesario. Veníamos
denunciando las condiciones de las escuelas del distrito de una provincia que,
según nos informaron, destina solo el 1 por ciento de su presupuesto a
infraestructura. El gobierno debería anunciar qué obras van a hacer, en qué
plazos y no lo hace. No es posible dar clases con esta incertidumbre, sin
condiciones óptimas de seguridad", subrayó en declaraciones radiales la
secretaria general de Suteba de la seccional Moreno, Mariana Cattaneo. Así, la
dirigente gremial puso en evidencia que, en el contexto de lucha que las y los
docentes llevan adelante hace meses, el reclamo que la gobernadora María
Eugenia Vidal desestima no solo involucra mejoras salariales. Se trata además
de respetar el derecho integral a la educación de miles de niñas y niños y
adolescentes bonaerenses. Ese derecho incluye edificios en condiciones óptimas
de funcionamiento.
En la movilización que se realizó el lunes 3, a un mes de
la tragedia, unas treinta mil personas y
organizaciones sociales marcharon una vez más a las puertas del Consejo Escolar
de Moreno en una jornada histórica que pocos medios visibilizaron. Entre los
cientos de pancartas sobresalía uno con una consigna clara: "Vidal es
responsable".
En cuanto a presencia oficial, una semana después de la
explosión, cerca de las cuatro de la tarde, cuando ya no quedaba casi nadie en
la 49, apareció un señor que le dijo a las y los pocos presentes que se llamaba
"Gabriel". Omitió el dato de que era el Ministro de Educación de la
provincia, Gabriel Sánchez Zinny. El maestro Hernán Pustilnik lo reconoció.
También, un grupo de madres. Todas y todos se acercaron a interpelarlo, a
decirle que el Consejo Escolar se encuentra intervenido por irregularidades pero
aún así envió un gasista a la escuela que no estaba matriculado. El señor subió
a su auto y se fue sin dar explicaciones.
En un video de 2016, Sandra aparece frente al Palacio
Pizzurno -donde funciona la sede del Ministerio de Educación de la Nación- junto
a sus alumnas y alumnos para denunciar el vaciamiento del Programa Orquestas y
Coros del Bicentenario. Se trata de un proyecto que acercaba la enseñanza
musical académica a chicas y chicos y a adolescentes de barrios vulnerables. La
49 tenía su propia orquesta, de unos setenta integrantes, que funcionó entre
2011 y 2015. En el video, Sandra pregunta: "¿Cómo podemos formar a
nuestras hijas y a nuestros hijos en democracia y decirles que hoy está vigente
un derecho y que mañana ya no y que nos tenemos que conformar con las migajas
que alguien nos quiera dar?".
Su pregunta queda flotando en el aire y deja tras de sí
una estela ominosa.
Además de integrar la comisión de madres, Mabel Zerda se
encargaba de coordinar asuntos logísticos vinculados a la orquesta. "Sí,
antes de quitarnos a Sandra y a Rubén, nos sacaron la orquesta... La música es
tan linda. Y para muchas y muchos de nuestras pibas y pibes era un modo de
salir de la calle, de pensar que podían tener otro futuro", dice. Agrega
que hay alguna propuesta gubernamental para que vuelva a funcionar. "¿Era
necesario que nos maten a una amiga y a un amigo para venir a darnos ahora lo
que ya era nuestro?", observa.
A pesar de la magnitud de la tragedia, hay una templanza
llena de dignidad en la voz de estas mujeres que parecen incansables, que van y
vienen mientras hablan, que se mueven como un ejército amoroso y compacto.
"Es que juntas nos apoyamos", explican, tan arracimadas como las
flores de plástico en la puerta de la escuela.
Son ellas las que quieren mostrar el mural que un grupo
de artistas urbanos pintaron en la esquina de la escuela, con los rostros de
Sandra y de Rubén. A cada lado, en un costadito, aparecen dibujados los
perfiles de unos gansos. Se sabe, los murales cuentan la historia de quienes
habitan un lugar y muchas veces llevan cifradas memorias que las personas de
afuera desconocen. "Los gansos son nuestros protectores", afirman las
mujeres con total seriedad. La historia es simple: en el barrio hay muchos
corrales y los gansos se escapan, se van a la calle, cruzan las veredas, siguen
a las chicas y los chicos como perros emplumados. Estuvieron el día de la
explosión y no se asustaron. Así que se merecen el espacio que tienen sobre la
pared.
Por ahí cerca va y viene entre alumnas y alumnos Marcela
Corbalán, docente de la escuela desde hace veinte años. Ella conoce bien la
historia de este barrio, que comenzó siendo zona de quintas. Sin embargo, evita
hablar en singular. "La gente del Ministerio quería que empezáramos las
clases el 21 de agosto en media escuela, con 160 chicas y chicos en el comedor,
un baño químico... uf", enumera.
"Mientras tanto, Infraestructura hace obras. Pintaron todas las paredes de
ese amarillo patito que ves. Las paredes tenían otros colores. Los habíamos
elegido entre todas y todos, con Sandra: rojo subido, amarillo taxi,
anaranjado... Pero nos vinieron a decir
que es mejor si las chicas y los chicos vuelven a una escuela `distinta`. No
nos preguntaron qué pensábamos. Ni saben que esos colores chillones los elegimos
entre todas y todos", dice. Y agrega: "Pusieron pizarrones nuevos,
además. Está bien pero todo esto tiene un sabor amargo porque estas obras
costaron dos vidas. Vos decime, ¿cómo hacemos las maestras para explicarles a
las chicas y los chicos estas muertes evitables? ¿Las escribimos en el
pizarrón?".
Marcela no tiene problemas en salir en una foto, frente a
la escuela. Pero quiere que se vea el guardapolvo, decorado con animalitos, que
sobre su pecho parecen a salvo de todo naufragio. Flaca, de una elegancia
discreta, le pide a alguien un pañuelo que lleva estampado el rostro de Sandra
y Rubén. Se lo ata alrededor del cuello y su cuerpo recupera un gesto altivo.
Ese pañuelo es talismán justiciero porque lo lleva alguien que sabe amar. Y
defender lo que ama.
Al lado de la escuela, sobre un paredón que da a un
descampado, hay una pintada que dice "Lucha por la igualdad de
todes". De todes, literalmente. Un poco más allá, un santuario rojo sangre
del Gauchito Gil ofrece protección a quien la pida. Mientras avanza la tarde,
en alguna casa cercana se escucha el ladrido de unos perros, el cloqueo
alarmado de unas gallinas. Un grupo de gansos huyen en estampida y aparecen en
la calle así, de improviso. Como si vinieran de la nada.