Dicen que dicen ... que en la parte norte de
lo que hoy se conoce como provincia del Neuquén, al
pie de los majestuosos Andes, se asentaba
una tribu cuyo lonko era un gran guerrero ,muy valiente
pero muy cruel, al que todos conocían como Copahue.
Cierta vez, Copahue y sus guerreros
regresaban del otro lado de la cordillera, allí los vientos soplaban
intensamente fuertes y la travesía se había tornado muy fatigosa, tan
intransitable estaba el camino que debían enterrar los pies ateridos por el
frío, para afirmarse mejor, avanzaban con la cabeza gacha y los ojos semicerrados
porque el viento los castigaba sobremanera.
Algunos caían, otros tropezaban y
trastabillaban. El viento soplaba cada vez más fuerte y la nevada era cada vez
más intensa.
La tormenta castigaba los cansados cuerpos
de los guerreros, de repente la cordillera comenzó a bramar y en cada estertor
de la tierra grandes rocas acompañados de guijarros e iban desprendiendo y
arrasaban cuanto hubiese a su paso.
El viento helado entumecía cada vez más los
congelados cuerpos dificultando la marcha.
Caía la tarde, poder avanzar era cada vez
más dificultoso, en eso estaban cuando
de pronto se escuchó un bramido aterrador, muchos guerreros quedaron
sepultados.
Cuando
Copahue volvió en sí y abrió los ojos sólo atinó a gritar, sin embargo,
nadie le respondió, al incorporarse se sacudió como pudo, el cielo atardecido
había vuelto caer, caminó sin saber bien
a donde iba, tenía el cuerpo dolorido y estaba absolutamente desorientado. El
viento le golpeaba el cuerpo fieramente.
Pasaron horas hasta que el temporal amainó,
Copahue había sufrido múltiples heridas pero no pensaba rendirse fácilmente, él
trato de orientarse pero el escenario había cambiado como resultado del terrible
temporal y avanzar era toda una proeza.
Sin embargo, él era sumamente obstinado y
proseguía su marcha.
En su dificultoso avance, al alzar la vista
pudo visualizar en la lejanía, una tenue luz, Copahue camino hasta llegar a una
toldería, una joven de belleza singular
salió a recibirlo, al verla Copahue quedó fascinado, ella lo invito a sentarse
cerca de una fogata y con sus delicadas manos curó las muchas heridas que el
guerrero lucía en su cuerpo, lo alimento
y cuido hasta que él recupero sus fuerzas.
Al llegar el tiempo de partir le predijo que
sería el más poderoso de todos los mapuches, pero también le advirtió que ese
poder terminaría costándole la vida.
Copahue no hubiese querido despedirse nunca de aquella mujer que lo
había cautivado, pero la partida no podía postergarse, al darle el último adiós
supo que jamás podría olvidarla.
Tal como le había predicho la mujer, él
llego a ser el guerrero más rico y
poderoso del territorio mapuche y sus hazañas de coraje andaban de boca en
boca, muchos le admiraban, otros le temían y no había mujer que no se
rindiese a sus pies, pero a pesar de sus
muchos amoríos, la joven Calcu volvía una y otra vez a su mente, su recuerdo se
había vuelto imperecedero.
En muchas oportunidades había intentado
volver a ella pero el destino siempre le jugaba alguna mala pasada, al cabo de
un tiempo, un guerrero trajo noticias
que ella se encontraba atrapada en las
cumbres del cerro.
Esta vez la búsqueda tuvo éxito y él volvió
con la muchacha en ancas de su caballo, pero esto no fue visto con buenos ojos por la comunidad, la machi también desaprobaba
esta unión.
Sin embargo, y aunque sus consejeros no
estaban de acuerdo, Copahue la hizo su mujer. Sus adversarios llamaron a la
intrusa Pirepillan.
La joven endulzaba la vida del guerrero y
este ya no quería abandonar tan
asiduamente su comunidad, su gente culpaba a la joven de hacerlo meloso y
blando y de que él sólo dejara escapar palabras de miel de su boca.
La dicha de la pareja no duro mucho, una
tribu belicosa los atacó y Copahue murió en la contienda. Todos culparon a
su compañera a la que juzgaron y
condenaron a morir lanceolada.
Cuando estaba a punto de cumplirse la
ejecución, ella dejó escapar un sepulcral alarido llamando con todas sus
fuerzas a quien había sido su único, verdadero y eterno amor.
El imperioso llamado enfureció aún más a los mapuches y embistieron con maléfica
saña hiriéndola mortalmente y el cuerpo de la muchacha se transmuto en
hirvientes chorros de agua que cegaron
la vida de sus crueles asesinos.
Fue así como nacieron las termas de Copahue
que a través del tiempo siguen vengando la ignominiosa muerte de la que ellos
llamaron Pirepillán.