Más adelante, en el
espacio que se dedica a los datos del autor, usted podrá comprobar que lo que
nos relata esta novela se parece bastante a la vida de Cantarella y que ésta no
es precisamente fácil de historiar.
Es atrapante, desde la
página 7 hasta la 153. Una vez empezada la lectura olvídese de poder parar. Del
comienzo al fin el protagonista se expresa con frases como "aunque yo me
tropiece en narrancias desordenadas y apure las cosas.", "pues retobada del
señor dios era ella y apartada del libro negro estaba porque se negaba a las oranzas",
"Y esta era la primera vez que mi cuerpo se entraba en amores... así fue que me
dio un alegrito. Un salto del corazón con ruido de tambor nuevo..."
Es una clarísima expresión
de identidad de este lugar del mundo, con amor al "aire de aquí" a pesar de la
injusticia social, el mismo que le impedía a Yupanqui irse en busca de otro
pago lejano para "ver de ser feliz".
La edición de "La
Musaranga" (año 2015), por su tapa artesanal, por la encuadernación de las
páginas que parecen originales tipeados en antiguas máquinas de escribir
Olivetti o Remington también nos hace a los lectores amar al aire de aquí.
Podrá comprar su ejemplar
concurriendo a las presentaciones de la "Compañía Nacional de Autómatas La
Musaranga", yendo a Juan B. Justo 649, Beccar, Provincia de Buenos Aires o
escribiendo al autor a tiburcioporvenir@yahoo.com.ar
Alejandro Cantarella escribió "Lengua padre" entre
2003 y 2012.
Transcribo a continuación las páginas 82 a 85:
Así va, tío Oreste. Usted
mismo es la vida. Y punto.
Sólo que ahorita tengo
esto en manos: a usted. Tanta vida. Y estas sombras para contar... ¿me escucha
usted?, ¿puede usted escucharme?... no se duerma, tío mío... que ya olvidado
estoy de lo que querer contar quería... del río era... de la tierra era yo, de la
hijita a la raíz... pero en hijo del viento me he convertido ahora y mi cabeza
flota liviana sobre dibujos borrosos de la memoria.
Desmemorias.
****
Un día subimos con el
indio Moya por un monte de cucay. Bien alto que estábamos los dos ahí. Y
sordera de oreja me agarró por apunarme como tonto nuevo. Y meta hacha con el
indio estuvimos esa mañana en los adentros del monte. Pero yo que no oía y no
escuchaba. Nos turnábamos con el hacha pues una sola hacha había nomás para
hachar. En eso andábamos cuando el Moya, indio cumpa siempre, deja de pronto de
darle duro al hacha y queda como piedra mirando hacia adelante. Con los ojos
vacíos de mirar. Pero llenos de pensamiento. Pregunté entonces al cumpa que qué
le estaba pasando. Y con la mano hizo gesto de ¡callai!... Mas enseguida
después me gritó adentro de la oreja: ¡deben de ser los que cazan! Y seguimos
hachando, meta darle con el hacha a los palos bien de bien.
Rato después, volvíamos
por el camino a la acampada arrastrando grande cantidad de leña de buen palo. Y
nos sorprendió lo que vimos: un carro verde que se iba rumbeando para las
afueras del campamento, ya saliendo. A los tumbos subió por el camino de piedra
y se perdió en la primera curva, detrás de los chacayes más altos.
De no creer era que
resultó ser que los gendarmes eran que se iban. Que a prender al Caco y al
Migue habían venido. Que cuando llegó el carro verde, menos el indio y yo que
en el monte estábamos, andaban los cumpas de almuerzo reunidos junto a la
micro. Que al escuchar acercarse los motores creían que otra micro naranja con
purretes en excursiones andaba viniendo. Porque así había ocurrido en los
últimos días en estas tierras.
Infesto de gurises por los
montes y riachos cercanos.
Pero cuando vieron llegar
al carro verde que se adentraba derechito a ellos, el Migue se paró y encaró
caminando para el río. Entonces un gendarme saltó del carro antes de que
frenara y gritó ¡alto ahí, chamba, que te pico entero!... Pero el Migue corrió.
Corrió y se tiró de cabeza al agua. El gendarme caminó hasta la orilla y
apuntó. No escuchó los gritos, no quiso, los gritos de los demás cumpas ni los
gritos de las guainas ni al Caco que le gritaba al Migue ¡volvé cumpa!, mientras
otro gendarme le retorcía los brazos atrás de la espalda al Caco... El Migue
braceó, se escondió apenas bajo el agua. El gendarme disparó, patinó y cayó
hacia atrás, dando el culo contra las piedras. Se hizo un silencio. El cuerpo
del Migue apareció hundido por la mitad. Y saltó el gendarme a buscarlo y lo
arrastró hacia la orilla.
Cargaron el cuerpo enorme,
sin el cumpa Migue adentro del cuerpo ya. Y lo cargaron entre cuatro gendarmes
sobre el carro que tenía una chata abierta atrás. Ahí echaron al Migue. Como
leña vieja lo tiraron atrás. Y subieron al Caco también. Y la doña Josefa los
obligó a que también a ella la llevaran cuando tuvieron que atajarle las
patadas y palazos que tiraba al aire, acertando alguno que hizo putear al jefe
de verde cuando le voló la gorra. Porque no la querían llevar con el hijo, pero
patada va palazo viene, agarraron a la cumpa vieja y la cargaron atrás con palo
y todo. Los demás lloraban y rogaban. Y las más atrevidas, como la Carolí y la
Ivri, los despidieron con puteadas, piedras y escupitajos...
Así, llegando del monte
con el indio Moya, nos anoticiamos de la mala nueva, encontrando a todos
hundidos en llanto grande, no entendiendo todavía si los sucesos eran reales o
salidos de los sueños.
"Ñandú" xilografía de José Pedreros Prado. El ñandú nuestro no esconde la cabeza bajo la tierra como su pariente africano el avestruz. Cuando se lo ataca enfrenta la pelea.
Ricardo
Luis Acebal.
ACERCA DEL AUTOR
Alejandro Cantarella es de
Racing y tiene dos hijos. Hasta el momento.
Aunque nació en el barrio
porteño de Flores (1968), se considera bonaerense por haber vivido casi toda su
vida en la provincia.
De su padre y abuelos
heredó el oficio de vitralista. Fue campeón metropolitano de salto en alto en
el año 1980 representando al club Platense y posteriormente pasó gran parte de
su adolescencia tocando la guitarra como miembro de una iglesia evangélica en
Parque Saavedra. Estudió en las Escuelas Técnicas Municipales Raggio. Luego,
como conscripto dragoñante, fue tambor de
la banda del Regimiento de Infantería 1 "Gral. Viamonte", en la Ciudad de
Mercedes.
Durante su juventud y
primera adultez, después de una crisis de
fe, se desempeñó en gran variedad de oficios: letrista de carteles,
albañil, vidriero, actor, docente, cartero, lanzallamas, pintor, imprentero,
librero, dibujante publicitario, jardinero... Actualmente trabaja como
bibliotecario y es miembro de la Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga.
En 2015 escribió
"Mojarrita porá", letra para un chamamé compuesto por el Tata Cedrón.
Tiene varios libros de
poesía inéditos.
Otros libros editados:
"Escritos olvidados de Tiburcio Porvenir" (1998, en
colaboración con Christian Sandoval), "Los invértebres" (1999), "De mañana,
pajarito" (2006), "Horoscopero etéreo criollo" (2010, bajo el heterónimo de
Tiburcio Porvenir).