"Página 12" - Cultura y
Espectáculos - 25 de marzo de 2017
por Sergio Kisielewsky
El creador de "La vuelta a la manzana" y "Vivitos y coleando" repasa en
este reportaje nunca publicado su infancia de juegos, la cercanía del río, sus
maestros y las experiencias que desplegó en obras de teatro, libros, guiones
para TV y participaciones en Cine.
-¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
-Nací en Valentín Alsina, partido 4 de
junio, pertenecía a Lanús Este cerca del Puente Alsina, al lado del Riachuelo.
Después me mudé a San Isidro, la parte de la rivera como se llama el Bajo,
cerca de donde está la estación de San Isidro, ahora el Tren de la Costa. El
río era todo. Durante el verano en las vacaciones la pasábamos como si
estuviésemos tres meses en la playa. Shorcitos y río, pesca, botes, barcos de
todo tipo, areneros, teníamos amigos en el puerto y después nos bañábamos en el
río, lo que llamábamos el espigón que quedaba frente al Náutico de San Isidro.
Otro lugar era el arroyito porque se formaba una especie de pileta, lugares que
no transitaban mucho los turistas y que nosotros conocíamos porque había que
meterse por los juncos, por adentro.
-¿De esa época había una barra, un
grupo de amigos?
-Sí. Un grupo grande, ahí viví
desde los siete hasta los veinte años. Ahí estuvo toda la barra que fue
cambiando. Nosotros jugábamos en la calle. Nos gustaba mucho armar un circuito
automovilístico para coches chiquitos, ahí hacíamos nuestras carreras. Los días
de lluvia hacíamos barquitos en la canaleta que se formaba al lado del cordón,
hacíamos carreras náuticas. Los barcos estaban hechos con cucharitas de helado,
escarbadientes, una banderita, después como estábamos cerca de las barrancas
jugábamos con los carritos de rulemanes.
- En ese entonces perder el tiempo era
ganarlo
.
-Todo el tiempo en la calle, el
juego y teníamos un lugar que después se loteó que llamábamos "la selva",
que quedaba a una cuadra de mi casa, que eran dieciséis manzanas que estaban
entre la vía y el río. Ahí había de todo. Nos metíamos en la selva y en las
escondidas era muy difícil encontrarse, duraban horas.
-"Que la infancia sea poética es una
fantasía de la edad madura", dijo el poeta Jacques Prévert. ¿Usted qué piensa?
-No me parece una fantasía. En
ese momento uno no es consciente
de lo poético de las situaciones, de la
manera que uno nombra la realidad, de lo poético de las relaciones que uno
puede establecer con las personas. De la poética de lo que uno hace en ese
momento. Digo que la infancia me parece un momento muy poético pero mientras
uno la vive no tiene conciencia, no estoy de acuerdo con Prévert. Teníamos
relaciones muy verdaderas, no era todo juego. Se establecían relaciones muy
maduras, donde uno puede ir cambiando, tomando conciencia pero en ese entonces
se vivían con mucha intensidad.
-¿Qué era lo que más le daba alegría?
-Llegar de la escuela, tirar la valija
y salir a juntarme con los otros chicos del barrio. En esa época nosotros
escuchábamos de cinco a cinco y media de la tarde Tarzán y de
cinco y media a seis Poncho Negro. Eran dos programas de radio y
nos juntábamos todos en una casa, estábamos al lado de la radio y escuchábamos
sin mirarnos, estábamos ahí viviendo cada parte del relato. Terminaba esa hora
y salíamos gritando todos a la calle y ahí se armaban los juegos con las
bolitas, las figuritas, los cochecitos.
-¿Tiene hermanos?
-Tengo uno mayor. El se fue de
Argentina a los dieciocho años, siempre vivió en Estados Unidos, se dedica a la
producción de conciertos de ópera en Santa Fe, Nuevo México. Cuando era chico
tenía mucha admiración por sus aventuras, a los dieciocho años se fue como
bailarín y bailó hasta los treinta en gira por Latinoamérica y toda esa cosa
que vivió de trabajo, de idas y vueltas, una vida que a mi fascinó.
-¿Cuáles fueron las primeras lecturas
que lo influenciaron para escribir?
-Empecé a escribir a los trece, catorce
años. Empecé con la poesía, en esa época estaba muy impactado con los
surrealistas, con Prévert, Bretón, con los españoles, recuerdo Hernández,
Neruda y además tenía un amigo que escribía poesía, era más grande que yo,
estaba muy enganchado con los surrealistas, un impacto fuerte fue (César)
Vallejo, y lo analizábamos, a los quince, dieciséis años, empezamos a sacar una
revista literaria con un grupo de amigos.
-¿Cuál fue la primer obra que lo marcó?
-El debut de la piba de
Roberto Cayol. En los veranos en San Isidro los chicos de mi edad, catorce,
quince años acostumbrábamos a dar la vuelta al perro que era ir de una estación
a otra, de la del Bajo a la del Alto. Esas cosas de ir y venir, tratando de
relacionarse con algunas chicas y de repente en el centro de San Isidro donde
se estaba haciendo esa obra a la noche, todo eso estaba iluminado, el
escenario, toda la gente que había dejado de andar de un lado para el otro.
Estaban concentradas, había ochocientas
personas atraídas por eso y la sensación que tuve es que había bajado un plato
volador por la intensidad de la luz y me quedé fascinado con eso.
Me fascinaba el hecho social que se
había producido, que nos había sacado de la rutina, de los que hacían las
compras, de los que venían del trabajo.
-¿Cómo hace para sobrevivir
económicamente en nuestro país?
-Desde los 23, 24 años me dediqué al
teatro de manera integral escribo, soy actor, soy director, fui promotor de mis
propias obras, me conectaba con empresas, y me ocupaba de que las escuelas
vengan al teatro y luego fui productor o coproductor de las obras. Tuve la
suerte de que me fuera bien con las obras, de ir haciéndome de un público
estable. Desde hace quince años me dedico a la docencia teatral.
-¿Los chicos le temen a la muerte?
-No. Es el temor de algunos adultos,
otros no le temen. Para los chicos es algo que tiene que ver con esa sabiduría
infantil que después se pierde y después se recupera, que tiene que ver con ver
la muerte como algo que forma parte de la existencia como algo natural, que las
cosas nacen y después se mueren para que después nazcan otras. Un hecho más
natural no tan traumático.
-¿Qué cosas de los conflictos de los
adultos puso en una obra para chicos?
-Todos. Todos los temas que los abordé
desde mí y fueron temáticas mías porque cuando yo empecé a escribir teatro ya
era un adulto y busqué contársela a los chicos y que a mi criterio son
temáticas comunes.
Mis primeras obras estaban muy
relacionadas con la libertad. Me parece que ese es un tema de los chicos.
-¿Para usted la escuela educa, deforma
o sólo socializa a un chico?
-Muchas cosas de las que nombrás.
Socializa por un lado. Produce rebelión porque la escuela es orden, disciplina,
acatar reglas, horarios y tareas que hay que cumplir en la casa. Todo eso los
chicos lo rechazan porque quieren una vida más anárquica.
- ¿Como maestro en qué escuelas
trabajó?
- Mi primer trabajo fue en una escuela
que concurrían chicos del Hogar Preventorio Roca. Eran chicos pupilos, en
situaciones de emergencia. De familias numerosas, algunos abandonados, de la
calle, algunos con pequeños delitos. Estuve dos años allí, fue una experiencia
maravillosa. Después trabajé como maestro especial, con chicos discapacitados,
en colegios de curas, institutos privados.
-¿El chico travieso a usted le atraía,
el que se tuvo que hacer solo a usted le dedicaba un esfuerzo más?
-Sentía un atractivo por la
indisciplina. Me parecía una expresión de algo, un pedido del algo. Lo vivía
así, atendía el pedido y a partir de ahí se solucionaban muchas cosas. Los
chicos en relación a la institución educativa en especial de los del
Preventorio Roca sienten que están en una cárcel o algo por el estilo.
Necesitaban la libertad y la buscaban por cualquier medio, si era necesario de
manera violenta y si no había que ofrecérsela. Lo que hicimos con los maestros
que me tocó trabajar es ofrecerles alternativas donde tenían responsabilidades
creativas.
-¿Cómo despertaba en ese chico rebelde
el acto creativo?
-Una de las cosas que hacía, utilizando
el recurso del teatro, era llevar a situaciones teatrales cualquier cosa
vinculada con la geografía, la historia, las matemáticas, la geometría.
Armar una verdulería, una panadería, que uno vaya a comprar, que otro venda,
divertirnos con las situaciones cotidianas. Me acuerdo un gesto que tenían los
chicos cuando empecé a trabajar en el Preventorio que cuando un adulto se
acercaba se protegían la cara con las manos, esperando el cachetazo, la
trompada. Pero llegaba una caricia, una mano en el hombro, ahí bajaban la
guardia.
-¿Se acuerda de algún alumno, algún
chico, de algún caso especial con el que usted tuvo una buena experiencia como
docente?
-Si, guardo cosas que ellos escribieron
sobre las clases, los compañeros y los maestros. Ese trabajo era muy agotador,
muy intenso, pero florecían cosas todos los días. Ellos me enseñaron bastante
sobre la creación automática, ese recurso que tenían los surrealistas, los
chicos la tenían bastante clara. Escribían guiados por el impulso, escribían,
escribían páginas sin puntos ni comas donde la expresión iba más allá del
renglón y del tamaño de la hoja.
-¿Le parece que la escuela
estimula ese florecimiento artístico para que el chico escriba o pinte?
-La escuela favorecía poco esas cosas,
son cosas que se salen del margen, da miedo a un adulto, no se sabe cómo
manejar lo creativo, los maestros hoy día cuando empiezan a hacer teatro hacen
una cosa muy convencional a mi criterio, porque no saben manejar lo artístico,
no tienen preparación para aprovechar lo creativo. Toman el afuera del asunto y
no pescan al vuelo ciertas cosas que son de una creatividad muy grande en los
chicos.
-¿En la escuela no se le da valor a la
creación artística?
-Los chicos van dejando de jugar. El
tiempo que les queda para jugar es cada vez menos. Las limitaciones de la
calle, de la plaza. Antes era natural, ahora que un chico vaya a un potrero, a
una plaza solo, los padres están con temor, hay un problema de seguridad. Las
condiciones no son las mismas para que haya esa libertad creativa.
-¿Es cierto que su mayor frustración es
no haber sido cantante de tangos?
-Cuando era pibe me identificaba mucho
con (Raúl) Lavié, cuando él cantaba con la orquesta de (Osvaldo) Pugliese. Me
engancho mucho con un tipo como (Atahualpa) Yupanqui o (Alfredo) Zitarrosa. En
la escuela secundaria los que tocaban la guitarra siempre ganaban con las chicas.
Yo decía "si yo tuviera una guitarra".
-¿Qué siente cuando ve Chiquititas por
televisión?
-Veo algunas cosas, no vi un programa
entero de Chiquititas, ni de Cebollitas. Me da un poco de lástima que a lo
mejor con la mejor buena voluntad, porque no creo que haya mala intención, no
sé, no puedo presuponer que hay mala intención, se pueda generar un producto
televisivo con golpes bajos, con una estrategia de situaciones como para
enganchar al chico sin importar si esto es bueno, es malo, si le permite un crecimiento
a los chicos o los agarra con cosas que todos sabemos que los chicos se
enganchan. No se cree a fondo en las capacidades que tienen los chicos, en las
capacidades imaginativas, de humor, en la sensibilidad donde no tienen lenguaje
verbal para expresar todo lo que les pasa pero tienen un mundo interno muy
rico. Hay una cosa que me da pánico de los programas infantiles que es la
búsqueda del rating, que está en primera instancia. Buscan donde están los
ganchos y el gancho me hace acordar al pirata, al gancho del
pirata.
-¿Las obras destinadas a los chicos
deben tener moraleja o sólo contener historias?
-Un espectáculo o programa para chicos
debe contener todas las lecturas posibles, cada chico hace la suya de acuerdo a
su experiencia, a su realidad, a su personalidad. Pero se trata de nivelar todo
lo conceptual, también en la escuela se hace mucho, van a ver una obra de
teatro y dicen "qué quiso decir el autor". Se busca una síntesis que empobrece.
Quizás a los chicos lo que más le gusta de un espectáculo es un detalle, una
zapatilla, un color, un gesto de un actor.
-¿Qué implica ser actor de teatro para
chicos?
-Trabajé con actores que tienen una muy
buena formación integral. También son buenos cantantes y bailarines. Para lo
que yo hago necesito un actor que haga un trabajo asociativo, que no sólo
aprenda la historia, que pueda encontrar elementos de juego en todo, en la
acción, en el espacio, con los otros actores, en el texto en sí mismo. También
el texto de una obra es un elemento de juego. Además de lo que las palabras
quieren decir, tienen una sonoridad. Se las pueda alargar, acortar, se puede ir
y venir con ellas. Lo único que les pido es que no piensen que actuar para los
chicos es diferente que actuar para los grandes, decir que para chicos hay que
actuar más "dulce, simple, aniñado". Tiene la misma complejidad hacer un
personaje para adultos que hacerlo para chicos.
-¿El Estado apoya el teatro para
chicos?
-No apoya al teatro, no apoya a la
cultura, se desentiende de las mayores responsabilidades, la educación, la
salud o lo hace mal, no lo hace con ganas.
En treinta años de actividad no tuve
nunca tuve el apoyo del Estado para hacer una obra. Ni siquiera me pidieron una
opinión por teléfono que es más barato, más cómodo, "qué se te ocurre que se
puede hacer", para ayudar a los elencos, a sostener a los artistas. Sabiendo
que acá la producción teatral para chicos es una de las más valiosas del mundo,
hay una decena de obras por temporada que no las vas a ver en ningún teatro del
mundo. Hay una gran variedad de estéticas.
-¿Qué escritores lo conmueven?
-Hay cosas que quizás te suenan raras.
Tuve poca lectura de literatura infantil, el tipo que me deslumbró fue Gianni
Rodari en suGramática de la Fantasía.
Me gustan las canciones de María Elena
Walsh recopiladas por el conjunto Pro- Música de Rosario; todas esas cosas que
tenían que ver con el absurdo, con el juego de palabras, Elsa Borneman,
Graciela Montes. El impacto para mí fue Ariel Bufano y algunas cosas que
aprendí en el Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires con Oscar
Fessler, todo lo que tenía que ver con la transformación del objeto cotidiano.
Que las cosas son lo que son y además pueden ser otra cosa. Tal vez un cenicero
pueda ser un plato volador.
-¿En qué se parece usted a Nicolás el
espantapájaros que enLa vuelta a la manzana decide
cambiar de trabajo?
-En el 1970 volvía de un viaje que hice
por Latinoamérica, las últimas monedas las gasté en Madrid y volví como me
había ido, sin un peso. Llegué, me ocupé de conseguir trabajo y surge esta
temática bastante autobiográfica, muy relacionada con el barrio de San Isidro,
al lado de casa teníamos un terreno muy grande donde papá tenía una huerta y
había espantapájaros, cuando era chiquito me daban mucho miedo.
-¿Qué le aporta la TV al chico?
-La televisión no le aporta nada.
Socava la imaginación, los embrutece, los masifica. No les da tiempo para
pensar, ni para enhebrar historias.
-Les agudiza la soledad.
-Los aplana en una chatura que si fuera
por la TV los convierte en imbéciles. El medio es interesante para decir vamos
a juntarnos y ver tal película, tal programa, este noticiero, pero no. Se apaga
la tele y no se saca ninguna conclusión. Por eso la experiencia del teatro es
tan rica porque queda picando en el alma de los chicos bastante tiempo y les
sugiere preguntas, con la televisión no se preguntan nada. Es un rol pasivo.
-¿Le gusta su tarea como docente?
-Me encanta, es una tarea que me
mantiene muy activo con la creación. Todos los días dar clases, imaginar cosas
junto con otros. Con los chicos me llama la atención el hecho de poder crear
una ficción y que tenga tanta realidad. Esas cosas que a los adultos nos cuesta
tanto y por eso vamos a las escuelas de teatro para aprender a actuar. En los
chicos es natural esa lógica fantástica de la que habla Rodari. Ellos animan
objetos, distorsionan, se sabe que un perchero no habla pero dentro de esa
lógica el perchero tiene carácter. Los chicos tienen conciencia de eso y no
funciona en ellos como una distorsión sino que está dentro de sus códigos.
-Su padre era capataz de obra. ¿Lo
suyo, sus oficios, se le parecen un poco?
-Puede ser. Soy medio capataz de obra,
sí. Mi padre era capataz de obras públicas y mi madre era modista,
confeccionaba algo que estaba en el papel y que después tomaba cuerpo.
-¿El artista siempre trabaja con
desechos, siempre tiene pajaritos en la cabeza y siempre está vivito y
coleando?
-Es la estética de la pobreza. De
arreglarse con lo que uno tiene, de tratar de hacer mucho con poco, que es la
estética que yo aprendí en mi casa con mi mamá que con poco hacía mucho.
Transformaba las cosas, las camisas de manga larga en manga corta. Después se
le daba vuelta el cuello, después esas camisas eran repasadores y luego
terminaban siendo patines para que el piso brille.
-¿Como se le ocurren los títulos de sus
obras?
-Vivitos y Coleando salió
de una canción. No es raro que en mi lenguaje aparezcan frases hechas, esas
cosas que decía mi mamá como "el blanco es sucio", refranes que eran todo un
vocabulario. Hay mucha poesía en eso, en las frases cortas como por ejemplo
"apretá fuerte el vuelto". Una vez hicimos una recopilación de cosas que decían
las mamás y ahí surgió "si tomás un taxi, fijate que el chofer sea un hombre
mayor"; "cualquier cosa metete en un negocio".
-¿Quién dijo que las gitanas son monjas
de colores?
-Mi hija a los tres años explicándole a
una prima que vivía en Suecia qué eran las gitanas. Esa cosa de decir "cantar
las cuarenta" o los "los ojos son el espejo del alma". El artista es memoria
activa. Tiene locos recuerdos en el sentido de que crear una obra implica estar
muy cuerdo.