Dicen que dicen ...
que los Tobas o frentones no sólo comían pescado,
encontraban muy duras las raíces y otro tanto las carnes crudas.
Todos se quejaban y muy pocos llegaban a la adultez con dientes, la
dureza de los alimentos, que al no poderlos digerir les hacía doler la panza y
además todos perdían las piezas dentarias. El cacique que escuchaba atento las
quejas de su comunidad decidió buscar una solución, se dijo a sí mismo que la
solución debía ser el fuego.
Él
había observado como el rayo prendía y quemaba los pastos y los convertía en
cenizas, pero su problema era como transportarlo.
En sus planteos pensó hablar con el zorro, pero no tenía alas...
Entonces, que tal si se lo proponía al carancho, estaba buscándolo,
cuando lo oyó quejarse por su fuerte dolor de dientes y muelas... era el momento
adecuado.
Hacía rato que el carancho y su familia sufría por la situación, por
consecuencia decidió ayudar. El pajarraco decidió hacer un vuelo de
observación, desde el aire dio una vuelta rasante sobre la isla, el viborón con
sus crestas mojadas y su larguísimo cuerpo se divertía alrededor de la isla.
Las quejas de los Tobas le hacían gracia.
Desde lejos, al ver al carancho, el viborón se preparaba para dar
enormes saltos acompañados de tremendos y mojados coletazos.
El carancho se posó sobre un tronco seco. Los Tobas observaban la
situación desde la isla y por más que el cacique les daba confianza, dudaban de
la astucia del carancho para transportar el fuego desde la montaña que humeaba
hasta allí. Por más que lo habían visto extender las alas al máximo y practicar
el planeo, inclinándose hacia uno y otro costado, se preguntaban cómo podría
ocultar en su pico la humeante brasa encendida el carancho.
El agua que coleteaba y zigzagueaba estremeciéndose y salpicando alto y
con fuerza, desde allí le advirtió al carancho: -¡Ni se te ocurra entrar con
fuego a la isla!- El carancho volvió a dar otro vuelo alrededor de la isla y
casi rozó el agua inquieta, luego se posó el pajarraco sobre una rama, y el
Viborón volvió a advertirle: -¡Nadie puede entrar con fuego a la isla, oíste
bien Pajarraco!-.
El agua se acercaba cada vez más al vuelo del Carancho, los frentones
miraban desde la isla como el agua insistía mojar al pájaro. -Nadie puede
entrar con fuego al territorio de los Tobas!- , gritaba desde abajo el agua.
-Voy camino a la isla de los Tobas y no llevo ni brasa ni rama encendida- , le
contestó el carancho.
Los Tobas estaban ya, dándose por vencidos, tal vez debiesen dándose por
vencidos, tal vez debiesen conformarse con perder los dientes, si hasta el
cacique ya estaba pensando localizar al astuto zorro.
El carancho cansado de tanta prepotencia aleteó fuerte y llegó con mucho
esfuerzo a aterrizar sobre un pajonal en tierra firme.
Ya en tierra, sin mucho que explicar, solicitó un madero chato y una
rama en punta, después del esfuerzo, nadie se atrevió a contradecirlo.
Ante el asombro generalizado, tomo la madera chata, la sostuvo en el
suelo e hizo un agujero, dentro del hueco apoyo la vara en punta y juntando las
palmas, las frotó haciéndolas girar cada vez con más fuerza la vara, más y más,
frotó tanto que de ambas maderas comenzó a salir humito, entonces pidió hojas,
ramas y pasto seco.
Luego, con sumo cuidado, acercó las hojas secas, luego el resto, cuando
se calentaron y a arder, la fogata era ya un hecho. Ahora, sólo era preciso
cocinar. Todos, siempre con la supervisión del carancho, practicaban encender
el fuego como él les había enseñado. Luego hicieron una gran fiesta, comieron
carne de jabalí asada y mandioca cocida, bailaron mucho, al fin el pueblo
estaba feliz.
Mientras tanto, el carancho se fabricó una lanza de metal y luego la
calentó en el fuego hasta que se volvió rojo encendida.
Entonces corrió hasta el agua que rodeaba la isla y en ella hundió su
lanza al rojo vivo una y otra vez, hasta que el líquido comenzó a evaporarse
levantando un fuerte vapor caliente. Cuando el agua se evaporó, todo el pueblo
pudo entrar y salir de la isla en total libertad. El carancho los había
liberado.