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LA LLORONA

por Susana C. Otero (Texto e ilustración)




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   Hace tiempo vengo investigando la historia de La Llorona y por cierto esta se hace presente en toda nuestra  América, sin dudas  ha sido traída a nuestro continente, de manos del colonizador, ya que en España,  también circula una historia de características similares. Claro que cada llorona, según  su lugar de entronización adquiere rasgos típicos del espacio que la cobija.

   Un investigador de apellido Gagini, en su diccionario de costarriqueñismos relata que según la superstición popular de su país, Costa Rica, La Llorona es una mujer desgreñada que vaga de noche por las zonas ribereñas dando  alaridos y gemidos lastimosos. Encontrársela alguna noche por allí, sería fatal.

   Según me cuenta mi querido amigo Jael, peruano de nacimiento, que allí este personaje se mimetiza con la figura de La  Viuda, pero debemos aclarar que, si bien se trata de dos almas en pena, nada tiene que ver la una con la otra.

   Otro de mis amigos, colombiano él, André,  me cuenta que en Antioquía se la conoce como La María Pardo. Esta es la historia de María, sus amores no correspondidos y las drásticas determinaciones a mano de la despechada, madre de tres hijos a los que ahoga, para luego suicidarse.

   En México, está muy arraigada esta leyenda de la que suelen reconocerse dos versiones, una que según parece difunden los aborígenes del lugar, haciendo mención al espíritu de La Malinche, la amante de Cortés, la cual vendió al opresor su propio pueblo, y la segunda versión  es muy similar a la colombiana.

   Pero que tal si ahora nos referimos a una  a una historia local.

   Habían terminado las clases y el verano se hacía notar, Guillermina jugaba en su casita del árbol y esperaba que su amiga Milena la visitara y se quedase unos días para compartir con ella. Milena traería consigo una muñeca que le habían obsequiado por su empeño en el año escolar. Guille estaba ansiosa, quería ver esa hermosa muñeca que según le habían contado se parecía mucho a un bebé verdadero, si hasta el llanto y el tamaño eran reales  y ni que hablar de la textura, además al tocarla, la temperatura corporal semejaba el calor humano.

   La pequeña chacra de los abuelos paternos de Guillermina estaba rodeada de verdes pinos, perfumados jazmines y  coloridos rosales entre otras muchas especies florales y frutales. Al frente se visualizaba un amplio campo dorado que llegaba más allá de la vista y hacia un lado corría lento el cursillo de un riacho lento y apacible.

   Guillermina solía pasar allí, los fines de semana durante el año escolar, pero al  llegar las vacaciones, ella disfrutaba de sus abuelos, del aire y del sol de ese lugar, al que ella  amaba profundamente.

   Con Mili se conocían desde siempre y se llevaban muy bien.

   Ese día en la quinta caía la tarde veraniega con canto de chicharras, cuando se oyó la bocina de un auto, eran Milena, su mamá y la bella muñeca.

   Las pequeñas se saludaron con alborozo, la abuela, Elsa, y la mamá de Mili, Paula, se dieron un abrazo interminable, luego se dispusieron a compartir unos ricos mates, las niñas acomodaron a la muñeca dentro de un carrito de bebé y allá se fueron, la casita del árbol era acogedora. Pronto cayó la noche y Paula la mamá de Milena se dispuso a partir no sin antes recomendarle a la pequeña que hiciera caso y se comportara bien.

   En un rato, la cena estuvo lista y las chicas decidieron llevar la comida a la casita, la abuela consintió. Mientras cenaban, las pequeñas charlaban, algo les llamo poderosamente la atención, el viento traía un llanto desconsolado que por momentos parecía estar muy cerca y en otros alejarse y hacerse apenas audible.

   Guillermina y Milena juntaron las cosas y trataron de visualizar que no hubiese  nadie cerca y pegaron una corridita hasta la casa grande, se las veía angustiadas y miedosas, llevaban consigo la muñeca que al alzarla con movimientos bruscos se quejaba y llorisqueaba.

   La abuela al verlas, rió para sus adentros, pronto se enteró de lo sucedido pero no dijo nada y las muchachas se prepararon para dormir. Por la mañana, después del desayuno jugaron sin que nada las perturbase.

   La muñeca era el centro de la diversión y que  decir de la casita. La muñeca por momentos lloraba, en ocasiones reía y hasta podía dar el provechito una vez que terminaba su mamadera. Todo era juego y diversión, la abuela las controlaba de lejos.

   Sin embargo, por la noche, volvieron a escuchar los tristes y  lastimeros lamentos.

   La abuela,  criada en el campo, conocía muchas historias y decidió alertar a las chicas sobre viejas creencias que los lugareños de la llanura pampeana relataban en rueda de amigos, a la luz del fuego, sobre luces malas y aparecidos.

   Después de cenar, la abuela les convidó mazamorra, luego mientras saboreaban el rico postre, la abuela pasó a relatarles una historia, mientras tanto, se desató una fuerte tormenta que pronto se transformó en vendaval, las chicas se quejaban   por no poder volver a la casita, si hasta la muñeca había quedado allá.

   Pronto el relato de la abuela comenzó a interesarles...

   -Dicen que dicen- , dijo la  abuela, que en tiempos  de la conquista, la mita y el yaconazgo dividió a muchas familias de aborígenes. Algunos eran llevados a trabajar en las minas, otros se encargaban de las cosechas y los más jóvenes muchas veces eran  empleados en la servidumbre, al igual que los negros esclavos.

   Se cuenta que una bella niña había sido traída como cebadora de mate a la finca de un mitayo. Con el correr del tiempo, la niña se convirtió en doncella y su belleza y altivez descollaba entre las demás muchachas lugareñas. Tan hermosa era que los hijos del hacendado hacía tiempo habían puesto los ojos en ella, pero la jovencita los despreciaba.

   Manuel, el más joven de los hermanos, había prometido vengarse de sus desplantes, haciéndola suya.

   Cierto día, mientras la joven juntaba leña para encender el fuego, Manuel apareció de la nada y después de reducirla por la fuerza, la hizo suya.

   Los meses venideros fueron tremendos para la joven, como ocultar su estado, si cada mes que pasaba su vientre crecía más, por suerte era temporada invernal, y con su ponchito podía  esconder su vergüenza.

   Durante el relato, Guille y Mili, interrumpieron varias veces a la abuela  preocupadas por la terrible tormenta que ni siquiera les había permitido rescatar a la muñeca de la casita.

   Elsa prosiguió el relato, - así fue como llegó la hora de alumbrar, ella recordó como parían sus ancestros y llegado el momento fue a orillas del río, pero el tiempo no la ayudaba, venía tormenta.

   Ella buscó un sauce de los tantos que crecían a la vera del río, se acuclilló y tomada de las ramas del árbol pujó y pujó.

   Los relámpagos iluminaban el río y los truenos eran ensordecedores, ahora la lluvia arreciaba.

   -Igual que ahora-, dijo la abuela.

   Luego prosiguió con el relato,- El cauce estaba cada vez más alto, ella estaba empapada, muerta de miedo, y casi sin fuerzas, pero dio un fuerte grito que se confundió con el trueno y sintió como su cuerpo expulsaba al bebé.

   Luego todo fue confusión, desesperada quiso agarrar a la criatura, era una niña, seguía unida a ella por el cordón, pero la fuerte corriente la alejaba de su alcance, la fuerza del agua era imposible de superar, ella quería alcanzarla, se arrojó al agua y trato de nadar ya sin fuerzas, el esfuerzo del alumbramiento la había debilitado sobremanera, ella no pudo y se dejo llevar.......

   Muchos días después los dos cuerpos, aún unidos entre sí, fueron encontrados muchos kilómetros río abajo.

   -¡AYYYYYY abuelita!, ¡qué historia tan triste!-,  dijo .Guillermina.

   -¿Y qué tiene que ver con los lamentos que escuchamos por las  noches?- , agregó Milena.

   -Bueno, dijo la abuela, los lugareños dicen que aquella muchacha, a pesar de haber transcurrido tanto tiempo, aún busca a su bebé y por las noches vaga por los campos, al no hallarlo gime y llora desbastada de dolor , es así,  que en su búsqueda, al cruzarse con algún mortal, este se espanta ante su fantasmal presencia.

   -¡Pobrecita!, ¡qué  sufrimiento interminable!-, dijo Guille.

   ¡Ayyyyyyy sí!, ¡tanto tiempo buscando a su bebé!, ¡qué tristeza!, con razón da semejantes gritos, está quebrada de dolor- dijo Mili.

   -Bueno chicas es hora de ir a dormir-, ordenó la abuela.

   La lluvia parecía no tener fin, ahora diluviaba, los truenos hacían temblar los vidrios y el centelleo de los relámpagos iluminaba por momentos la casita del árbol.

   -Vamos chicas, vamos a la cama, mañana será otro día y si tenemos suerte la tormenta habrá terminado-, dijo  la abuela.

   A regañadientes las niñas se pusieron los camisones y se lavaron los dientes, en eso estaban  cuando un trueno infernal les hizo pegar un grito de terror, ambas fueron hacia la ventana, seguramente había caído muy cerca, tanto que con el estampido se oyó el llanto de la muñeca, algo la había activado. Entonces la vieron, era ella, su cabello largo, desgreñado y muy negro flameaba al viento, un ponchito deshilachado le cubría el cuerpo y llevaba algo que abrazaba amorosamente entre sus brazos. Luego  se perdió en la oscuridad de la noche tormentosa.

   Por la mañana, ambas niñas corrieron a la casita en busca de la muñeca, pero ya no estaba......



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