Hace tiempo
vengo investigando la historia de La Llorona y por cierto esta se hace presente
en toda nuestra América, sin dudas ha sido traída a nuestro continente, de manos
del colonizador, ya que en España,
también circula una historia de características similares. Claro que
cada llorona, según su lugar de
entronización adquiere rasgos típicos del espacio que la cobija.
Un
investigador de apellido Gagini, en su diccionario de costarriqueñismos relata
que según la superstición popular de su país, Costa Rica, La Llorona es una
mujer desgreñada que vaga de noche por las zonas ribereñas dando alaridos y gemidos lastimosos. Encontrársela alguna
noche por allí, sería fatal.
Según me
cuenta mi querido amigo Jael, peruano de nacimiento, que allí este personaje se
mimetiza con la figura de La Viuda, pero
debemos aclarar que, si bien se trata de dos almas en pena, nada tiene que ver
la una con la otra.
Otro de mis
amigos, colombiano él, André, me cuenta
que en Antioquía se la conoce como La María Pardo. Esta es la historia de
María, sus amores no correspondidos y las drásticas determinaciones a mano de
la despechada, madre de tres hijos a los que ahoga, para luego suicidarse.
En México,
está muy arraigada esta leyenda de la que suelen reconocerse dos versiones, una
que según parece difunden los aborígenes del lugar, haciendo mención al
espíritu de La Malinche, la amante de Cortés, la cual vendió al opresor su
propio pueblo, y la segunda versión es
muy similar a la colombiana.
Pero que tal
si ahora nos referimos a una a una
historia local.
Habían
terminado las clases y el verano se hacía notar, Guillermina jugaba en su
casita del árbol y esperaba que su amiga Milena la visitara y se quedase unos
días para compartir con ella. Milena traería consigo una muñeca que le habían
obsequiado por su empeño en el año escolar. Guille estaba ansiosa, quería ver
esa hermosa muñeca que según le habían contado se parecía mucho a un bebé verdadero,
si hasta el llanto y el tamaño eran reales
y ni que hablar de la textura, además al tocarla, la temperatura
corporal semejaba el calor humano.
La pequeña
chacra de los abuelos paternos de Guillermina estaba rodeada de verdes pinos,
perfumados jazmines y coloridos rosales
entre otras muchas especies florales y frutales. Al frente se visualizaba un
amplio campo dorado que llegaba más allá de la vista y hacia un lado corría
lento el cursillo de un riacho lento y apacible.
Guillermina
solía pasar allí, los fines de semana durante el año escolar, pero al llegar las vacaciones, ella disfrutaba de sus
abuelos, del aire y del sol de ese lugar, al que ella amaba profundamente.
Con Mili se
conocían desde siempre y se llevaban muy bien.
Ese día en la
quinta caía la tarde veraniega con canto de chicharras, cuando se oyó la bocina
de un auto, eran Milena, su mamá y la bella muñeca.
Las pequeñas
se saludaron con alborozo, la abuela, Elsa, y la mamá de Mili, Paula, se dieron
un abrazo interminable, luego se dispusieron a compartir unos ricos mates, las
niñas acomodaron a la muñeca dentro de un carrito de bebé y allá se fueron, la
casita del árbol era acogedora. Pronto cayó la noche y Paula la mamá de Milena
se dispuso a partir no sin antes recomendarle a la pequeña que hiciera caso y
se comportara bien.
En un rato,
la cena estuvo lista y las chicas decidieron llevar la comida a la casita, la
abuela consintió. Mientras cenaban, las pequeñas charlaban, algo les llamo
poderosamente la atención, el viento traía un llanto desconsolado que por
momentos parecía estar muy cerca y en otros alejarse y hacerse apenas audible.
Guillermina
y Milena juntaron las cosas y trataron de visualizar que no hubiese nadie cerca y pegaron una corridita hasta la
casa grande, se las veía angustiadas y miedosas, llevaban consigo la muñeca que
al alzarla con movimientos bruscos se quejaba y llorisqueaba.
La abuela al
verlas, rió para sus adentros, pronto se enteró de lo sucedido pero no dijo
nada y las muchachas se prepararon para dormir. Por la mañana, después del
desayuno jugaron sin que nada las perturbase.
La muñeca
era el centro de la diversión y que decir de la casita. La muñeca por momentos
lloraba, en ocasiones reía y hasta podía dar el provechito una vez que
terminaba su mamadera. Todo era juego y diversión, la abuela las controlaba de
lejos.
Sin embargo,
por la noche, volvieron a escuchar los tristes y lastimeros lamentos.
La
abuela, criada en el campo, conocía
muchas historias y decidió alertar a las chicas sobre viejas creencias que los
lugareños de la llanura pampeana relataban en rueda de amigos, a la luz del
fuego, sobre luces malas y aparecidos.
Después de
cenar, la abuela les convidó mazamorra, luego mientras saboreaban el rico
postre, la abuela pasó a relatarles una historia, mientras tanto, se desató una
fuerte tormenta que pronto se transformó en vendaval, las chicas se quejaban por no poder volver a la casita, si hasta la
muñeca había quedado allá.
Pronto el
relato de la abuela comenzó a interesarles...
-Dicen que dicen-
, dijo la abuela, que en tiempos de la conquista, la mita y el yaconazgo dividió
a muchas familias de aborígenes. Algunos eran llevados a trabajar en las minas,
otros se encargaban de las cosechas y los más jóvenes muchas veces eran empleados en la servidumbre, al igual que los
negros esclavos.
Se cuenta
que una bella niña había sido traída como cebadora de mate a la finca de un
mitayo. Con el correr del tiempo, la niña se convirtió en doncella y su belleza
y altivez descollaba entre las demás muchachas lugareñas. Tan hermosa era que
los hijos del hacendado hacía tiempo habían puesto los ojos en ella, pero la
jovencita los despreciaba.
Manuel, el
más joven de los hermanos, había prometido vengarse de sus desplantes,
haciéndola suya.
Cierto día,
mientras la joven juntaba leña para encender el fuego, Manuel apareció de la
nada y después de reducirla por la fuerza, la hizo suya.
Los meses
venideros fueron tremendos para la joven, como ocultar su estado, si cada mes
que pasaba su vientre crecía más, por suerte era temporada invernal, y con su
ponchito podía esconder su vergüenza.
Durante el
relato, Guille y Mili, interrumpieron varias veces a la abuela preocupadas por la terrible tormenta que ni
siquiera les había permitido rescatar a la muñeca de la casita.
Elsa
prosiguió el relato, - así fue como llegó la hora de alumbrar, ella recordó
como parían sus ancestros y llegado el momento fue a orillas del río, pero el
tiempo no la ayudaba, venía tormenta.
Ella buscó
un sauce de los tantos que crecían a la vera del río, se acuclilló y tomada de
las ramas del árbol pujó y pujó.
Los
relámpagos iluminaban el río y los truenos eran ensordecedores, ahora la lluvia
arreciaba.
-Igual que
ahora-, dijo la abuela.
Luego
prosiguió con el relato,- El cauce estaba cada vez más alto, ella estaba
empapada, muerta de miedo, y casi sin fuerzas, pero dio un fuerte grito que se
confundió con el trueno y sintió como su cuerpo expulsaba al bebé.
Luego todo
fue confusión, desesperada quiso agarrar a la criatura, era una niña, seguía
unida a ella por el cordón, pero la fuerte corriente la alejaba de su alcance,
la fuerza del agua era imposible de superar, ella quería alcanzarla, se arrojó
al agua y trato de nadar ya sin fuerzas, el esfuerzo del alumbramiento la había
debilitado sobremanera, ella no pudo y se dejo llevar.......
Muchos días
después los dos cuerpos, aún unidos entre sí, fueron encontrados muchos
kilómetros río abajo.
-¡AYYYYYY
abuelita!, ¡qué historia tan triste!-,
dijo .Guillermina.
-¿Y qué
tiene que ver con los lamentos que escuchamos por las noches?- , agregó Milena.
-Bueno, dijo
la abuela, los lugareños dicen que aquella muchacha, a pesar de haber
transcurrido tanto tiempo, aún busca a su bebé y por las noches vaga por los
campos, al no hallarlo gime y llora desbastada de dolor , es así, que en su búsqueda, al cruzarse con algún
mortal, este se espanta ante su fantasmal presencia.
-¡Pobrecita!,
¡qué sufrimiento interminable!-, dijo
Guille.
¡Ayyyyyyy
sí!, ¡tanto tiempo buscando a su bebé!, ¡qué tristeza!, con razón da semejantes
gritos, está quebrada de dolor- dijo Mili.
-Bueno
chicas es hora de ir a dormir-, ordenó la abuela.
La lluvia
parecía no tener fin, ahora diluviaba, los truenos hacían temblar los vidrios y
el centelleo de los relámpagos iluminaba por momentos la casita del árbol.
-Vamos
chicas, vamos a la cama, mañana será otro día y si tenemos suerte la tormenta
habrá terminado-, dijo la abuela.
A
regañadientes las niñas se pusieron los camisones y se lavaron los dientes, en
eso estaban cuando un trueno infernal
les hizo pegar un grito de terror, ambas fueron hacia la ventana, seguramente
había caído muy cerca, tanto que con el estampido se oyó el llanto de la
muñeca, algo la había activado. Entonces la vieron, era ella, su cabello largo,
desgreñado y muy negro flameaba al viento, un ponchito deshilachado le cubría
el cuerpo y llevaba algo que abrazaba amorosamente entre sus brazos. Luego se perdió en la oscuridad de la noche
tormentosa.
Por la
mañana, ambas niñas corrieron a la casita en busca de la muñeca, pero ya no
estaba......