La tarde del domingo no es de descanso para los libreros, vendedores y promotoras que trabajan en la Feria del Libro. Miles de visitantes recorren los stands o hacen eternas filas para lograr las preciadas dedicatorias de los escritores de moda. En el pequeño y cálido espacio de la colectividad boliviana, las obras de varios autores esperan ansiosas el encuentro silencioso con sus futuros lectores. Un hombre de gruesos anteojos caoba y algunas arrugas tatuadas en su rostro charla con un lector sobre la actualidad política de Bolivia. Ese hombre es un referente de la literatura del país andino-amazónico. Ese hombre recibió elogios de críticos y lectores, pero también sufrió el duro exilio durante los años setenta. Ese hombre dice que ama el fascinante oficio de escribir. Ese hombre se llama Néstor Taboada Terán.
-¿Cómo nació su vocación de escritor?
-Siempre se ha dicho que el escritor nace o se hace. En mi caso pienso que nací escritor. Vengo de una familia muy pobre: mi padre murió en la Guerra del Chaco y mi madre luchó mucho para que yo tuviera una buena educación, para que leyera desde muy chico. Yo ensayé varios oficios antes de llegar al de escritor. De muy chico soñaba con ser artista plástico, hasta que ingresé muy joven a trabajar en un periódico.
-¿Cómo fue ese cambio?
-Fue raro. Un día salía de la casa de mi amigo Harmodio Tamayo, hijo del recordado escritor Franz Tamayo, y me sorprendió ver en una esquina, en un puesto de periódicos, un semanario con un titular gigante que decía: "Bolivia se va a pique". Quedé espantado y fui inmediatamente al periódico a reclamar por qué decían eso. Ante las caras de asombro de los periodistas, les dije que me ofrecía para salvarla. Estaba yo cumpliendo los 14 años, y entonces me recibieron en el periódico, me tomaron fotos y salió un reportaje muy bonito, en el que resaltaban mi iniciativa como algo muy curioso y divertido, hasta me bautizaron como "Pichón de Tigre". A partir de ese momento, empecé a frecuentar el periódico, pero no recibía sueldo alguno. Ayudaba en la recepción y en la redacción
-¿Cómo era el oficio de escritor en aquella Bolivia?
-Por lo general, el escritor boliviano venía de las clases acomodadas. Era, y lo sigue siendo, muy difícil ser escritor viniendo de las clases bajas o de los sectores rurales. Yo trabajaba de día y estudiaba y escribía de noche. También tuve algo de suerte y el apoyo incondicional de muchos profesores y del Partido de la Izquierda Revolucionaria, que me ayudaron en la edición de mi primer libro de cuentos. Las críticas no fueron muy buenas, sobre todo en los medios de la oligarquía, y me llamé a un silencio voluntario que duró diez años, hasta que en 1960, y luego de leer cientos de libros y de perfeccionar mi escritura, salió a la luz El precio del estaño. Y ahí todo cambió. Un libro que denunciaba las matanzas de mineros en mi país y que ganó el Premio Nacional de Literatura.
-El libro sale poco después de la Revolución del `52. ¿Qué recuerda de esos años?
-En Bolivia la oligarquía vive cambiando de cara, en esos años se maquillaba para aparentar que estaba con los intereses del pueblo, pero no era así. El presidente Paz Estenssoro tenía su asesor norteamericano, los "compañeros" norteamericanos venían a Bolivia en esos años y marcaban el ritmo de la política económica y la represión a los sectores mineros. La revolución actuaba con dos caras: por un lado hablaban maravillas de los mineros y por el otro servían a los intereses históricos de la oligarquía.
-¿Cómo analiza la llegada a la presidencia de Evo Morales?
-Es algo inconcebible para buena parte de los sectores de poder del país. Bolivia es básicamente un país anti-indio, su historia lo dice. Fue insólita, pero hubo factores especiales que ayudaron a ese triunfo: un novedoso sector concientizado, revolucionario, con profundos antecedentes de lucha. Creo que Bolivia es un cúmulo de experiencias, siempre ha sido el gran laboratorio de las políticas de América.
-¿Y qué opina en relación a las políticas culturales del actual gobierno y los precios de los libros en Bolivia?
-En Bolivia se debe construir una verdadera revolución cultural. Una política cultural que tenga en cuenta a todos, y con precios de libros accesibles. Me acuerdo que cuando se publicó El precio del estaño, yo personalmente salía a vender los libros en los pueblos mineros. Si hasta me gané una tirada de orejas de la editorial cuando se enteraron que los vendía a menos de la mitad del valor al que se los conseguía en las librerías. Pero a mí me interesaba que los trabajadores pudieran leer esa historia, la otra historia.