El
ceibo
crece en varios países de
nuestra América y su flor ha sido adoptada como "flor nacional" de la
República Argentina y de la República Oriental del Uruguay. Abunda en la
Mesopotamia, Buenos Aires, Santa Fe, Santiago del Estero, Chaco, Formosa,
Salta, Jujuy y Tucumán. Llega a medir hasta veintiséis metros de altura.
Con la corteza de su tronco hervida en agua,
se pueden lavar lastimaduras y llagas, o bien utilizar como gargarismos.
El rojo
encarnado de su flor es utilizado como tintura, ya sea en lanas, hilos o
lienzos, usando alumbre como mordiente para fijar el color.
También su madera es aprovechada, sobre
todo, por los isleños paranaenses. Con ella fabrican boyas para sus redes
y líneas de pesca.
El
junco
o hunco es una planta de tallo
erecto y flexible, crece en casi todos los bañados y esteros de Argentina. Se
lo usa para quinchar las paredes de los ranchos.
Dicen que dicen...
Cuentan
los abuelos, que en la desembocadura del río Paraná, habitaba una tribu de
timbúes.
El
cacique, que era ya muy anciano, estaba muy preocupado a causa de que su
primogénito, próximo a asumir el mando, pues no tomaba en serio su próxima
responsabilidad. Estaba el muchacho tan preocupado por las discusiones con su
padre, que decidió contarle sus penas al ceibo, quien era su más fiel amigo y
por cierto, el más cariñoso.
El ceibo
escuchó con atención al muchacho, luego hablaron de todo y por fin lo
aconsejó: "¡Vete
ya!", le dijo. "Toma una embarcación y déjate arrastrar por la
corriente hasta encontrar tierras parecidas a las que habitaron tus mayores y
fíjate bien que las bermejas aguas arrastren limo con abundancia. Debes allí
apearte para realizar tu tarea.
El joven
cumplió lo que el ceibo le aconsejó. Al llegar comenzó a juntar el aluvión
fecundo y con la ayuda del junco amalgamó la tierra. Al tiempo de duro trabajo,
quedó formada una isla. Entonces, como lo habían convenido, fue en busca de su
entrañable amigo el Ceibo.
Entre los
dos prosiguieron con la titánica tarea y una tras otra fueron formando islas,
tantas que conformó un delta: el
Delta del Paraná,
donde la fecundidad de la tierra devuelve con creces el trabajo realizado.
No tardó
mucho tiempo en llegar la noticia a oídos del cacique.
Su padre quiso conocer la obra realizada y al verla
lo perdonó. Como estaba el padre tan admirado de la tarea que había logrado el
muchacho, llevó a todos los habitantes de la tribu, quienes se encargaron de
plantar muchos ceibos, juncos, y muchas otros plantas que crecían en la tierra
de sus ancestros y que hoy son parte de la flora autóctona del lugar.