OPINIONES
Humberto Ríos
y el montaje del cine militante
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10
noviembre, 2014
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Se fue
Humberto Ríos.
Cineasta
boliviano, radicado en la Argentina desde 1960, documentalista, camarógrafo
de
Raymundo Gleyzer
y autor de
numerosos cortometrajes pero también del largo de ficción "
Eloy
", que participó en el Festival de Berlín en 1969 y "
Al grito de este pueblo
", acerca de la lucha de los mineros
bolivianos en 1972 falleció el último sábado 8 de noviembre en Buenos Aires.
OPINIONES DE
HUMBERTO RIOS ACERCA DEL CINE DOCUMENTAL
E
ntiendo al cine documental como aquel que permite
captar realidades complejas, analizarlas y develar el rostro de situaciones
siempre ocultas tras de la maraña de informaciones tergiversantes proporcionadas por los grandes centros de
comunicación alineados con los intereses de las grandes potencias
imperialistas.
De modo dominante, la necesidad de saber y de
conocer de nuestros pueblos y de los pueblos de muchos otros países, ha sido
satisfecha -salvo escasas excepciones- por grandes medios de incomunicación
(que no de comunicación) dedicados a enmascarar las verdaderas causas de los
problemas sociales; el carácter reiterativo de estas imágenes provoca una
suerte de acostumbramiento ante el horror, que pasa a convertirse en algo
cotidiano que provoca indiferencia y que -luego del primer interés y de
traducirse en un mero rating computable en la escala de los avisos comerciales-
ocupa el sitio del lugar común de los noticieros.
Pero este dominio de la imagen no es absoluto.
Existen posibilidades para que, muy lentamente, los elementos subyacentes en un
documento emerjan hasta alcanzar la luz, ayudados por la contradicción
implícita (el vehículo ideológico) y la imagen (supuestamente objetiva), y, en
particular, por el esfuerzo de periodistas y cineastas honestos dedicados
intensamente a realizar una tarea de contrainformación. Información dominante y
contrainformación desencadenan una "guerra de las imágenes" en la que todos -
los que buscan y registran, y los que son espectadores- están inmersos, jugando
día a día sus conciencias.
El cine documental permite examinar la realidad,
para informarse -en el pleno sentido de la palabra-, desde una óptica
solidaria, sobre acontecimientos de los que sólo tenemos conocimiento
fragmentario, casi siempre parcial, que por eso mismo limita nuestra capacidad
de comprender esa realidad y de actuar en ella, transformándola.
El cine documental desencadena debate social,
promueve el diálogo agitado que inaugura una nueva forma de ver los problemas,
al descorrer el velo con el que se oculta el rostro de la pobreza, por ejemplo,
y al testimoniar -mediante la imagen y las voces auténticas de los
protagonistas, los dramas cotidianos que de cotidianos tienen ya muchos años.
Este cine desenmascara una triple situación:
- denuncia -por su sola presencia- la existencia
del otro cine, vergonzante y claudicante,
- documenta las llagas y problemas de un país y
de las personas,
- golpea el rostro a grupos sociales
autosatisfechos con su visión inmutable de la realidad.
Básicamente, es un cine testigo de las
injusticias. Y, más aún, es un cine que se constituye en instrumento de
incidencia política directa: plantea procesos sociales que ocurrieron o que
ocurren ahora y presenta personajes que tiene existencia independiente del
filme.
Supera el cine de efectos para encarar el cine
de causas, de explicaciones, de profundización, de vínculos, de conexión entre
las personas, la infraestructura -material- y la superestructura -ideológica-.
Viene a mi memoria una frase que leí por algún
lado y que no sé ahora a quién atribuir: "En este tiempo de la imagen, la
muerte ya no es tan definitiva." Las imágenes del cine documental hacen a la
muerte menos muerte.
Considero que el documental que no analiza la
geografía humana no es un documental; su sentido siempre es referir a la
conducta del hombre, estableciendo un vínculo entre la realidad y el
pensamiento del realizador.
Por supuesto, siempre es necesario tener en
claro que el cine documental no muestra la realidad sino que construye un texto
acerca de la realidad. Suponer que está exento de componentes emotivos y
valorativos, y que su contenido no tiene intermediaciones, es equivocarnos;
siempre se trabaja dramáticamente una idea que, por supuesto, también puede ser
muy profunda y concreta.
Considero que el documental es una de las formas
más eficaces con las que un realizador puede manejar una realidad.
¿De qué se ocupa un documental" Desde el
encuadre que sostengo, los temas del cine documental son aquellos imposibles de
perdérselos. Son aquellos temas en los que es imposible no pensar. Para mí, era
imposible pensar que podía estar alejado de Brukman7; tenía que estar ahí, no
podía no estar. Nuestra esencia de documentalistas es estar ahí; después,
veíamos qué podíamos hacer, qué podíamos aportar, qué podíamos construir. No
podemos estar lejos; sería como darle la espalda a la propia historia. Y esto
es imposible. Cuando un equipo sale, es porque hay una idea; y tenemos que
tener ese momento histórico sí o sí; es nuestro deber. Es nuestra esencia misma
de cineastas la que nos obliga a estar ahí.
Pero, paralelamente con esta cercanía de los
motivos -el dolor, el compromiso, están allí, al alcance de la mano-, quiero
decir que hacer un documental es muy complejo, no es nada fácil y nos obliga a
un compromiso -siempre interpretativo y reconstructivo- con la realidad, pues
se trata de un material vivo, rico y cierto; lo que nos exige ser más lúcidos
que nunca.
Para dar un ejemplo de la complejidad de
construir una narrativa documental, desearía compartir con ustedes cuál fue el
proceso de desarrollo del documental Al grito de este pueblo9, que da idea de
este dominio que siempre debe ejercer la realidad respecto de la obra:
En el caso del documental nuestro en Bolivia,
ocurrió un fenómeno muy concreto. Desde nuestra "altura" intelectual
organizamos el gran proyecto de lo que íbamos a hacer.
Pero, llegados a Bolivia, encontramos que muchos
de los datos con que habíamos trabajado eran ciertos pero que otros eran
producto de una emoción revolucionaria y no de la realidad. Entonces, nos vimos
obligados a romper nuestros propios esquemas y a empezar a trabajar de otra
manera: consultar, hablar, escuchar, mirar, investigar en el medio mismo de la
realidad. Y, con eso filmamos.
Hecho ya ese primer filme y confrontándolo con
un público -que, en primera instancia, fue de compañeros, colegas cineastas-,
encontramos que tenía defectos, pero no queríamos apresurarnos a cambiar el
discurso político del filme, porque desconfiábamos también de los camaradas
cineastas. Sabíamos que ellos podrían correr los mismos riesgos que nosotros en
cuanto a formación estética y política. Nos vimos obligados a confrontar el
filme con otras capas (obreros, intelectuales, estudiantes), gente informada y
no informada: Y nos dimos cuenta, después de unas veinte exhibiciones, que
quedaban puntos muy oscuros e ideas no puntualizadas.
Rehicimos la película después de una larga lucha
con nosotros mismos. Después de este trabajo, nos dimos cuenta de lo errados
que estábamos; que el discurso colectivo era lo importante.
Y aún más; que el trabajo documental no sólo
debe estar manejado por un grupo de cineastas sino hecho desde la perspectiva
de un grupo de trabajo colectivo con la gente que puede ser el futuro público o
el actor de ese filme.
Porque el cine documental se continúa cuando la
pantalla se pone negra y termina la película. A partir de ese momento es cuando
comienza otra etapa del filme; es cuando empieza el diálogo y la discusión
política mediatizados por el documental; no es ésta una obra acabada -sin que
esta afirmación tienda a justificar la no elaboración estética del filme-.
UNO DE LOS GRANDES HA MUERTO
Negro, mi negro, nuestro negro, NEGRO
MARAVILLOSO; sobre todo negro orgulloso de su raza, tinto de color aymara,
ilustre de milenaria estirpe, quechua, superlativo y amado por su casta y por
su piel, y de infinitos conocimientos en alemán, francés, lo que venga si era
necesario para hablar el lenguaje del pueblo, donde fuera y donde quiera.
Políglota, universalmente culto, como se dice.
Humilde. ¡Un negro universal!
Honor a la más alta dignidad del
cabecita negra, al noroestino, al boliviano, al hombre de la patria vieja, al
del rostro oscuro y ajado, al descendiente del soldado de la independencia.
Mi negro. Negro nuestro. Negro de la
patria. Negro de todos. Negro de la existencia y la sustancia. Negro del
talento y la enseñanza.
Compartirlo es una suerte que la vida
nos regaló. Sí. Valió la pena vivir para conocerlo, para apreciarlo, para
repartirlo. Un tesoro. Una gema de la existencia. Irrepetible ejemplar de
hombre, de creador, de maestro.
Un justipreciado del cine argentino, un
jugado, un boliviano-argentino-latinoamericano-universal eterno y hermano,
amigo, cuate, camarada, compañero, popular, peronista, sangre de nuestra
sangre, humores, sabores, aromas, voces, ruidos, canciones y retratos de
nuestra Patria Grande, dolores del ser revolucionario, alegría de ser uno más
en esta conquista de la igualdad, del amor, de la justicia social, de la
infinita creatividad del hombre libre: en todo estarás vos, negro querido, por
eso de que los que mueren por la vida nunca estará muertos.
¡Maestro de vida! ¡Larga vida!
¡Qué tristeza me da saber que el negro
ya no estará! ¡Qué dolor pensar la existencia sin él! Allá lejos, estará
plantado como un faro de limpieza, de imaginación, de utopia. Querido. Un
jugado, un imprudente, un atrevido, sí, ¡un valiente!, silencioso, sencillo,
modesto y bondadoso.
¡Tanto tenemos que aprender del Negro¡
Siempre hacia adelante; nunca pa`atrás.
Mis respetos Humberto Ríos.
ERNESTO JAURETCHE