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EL GAUCHITO GIL

por Susana C. Otero (adaptaciones)




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   Allá por 1840 en Argentina  la situación política del país se había puesto difícil y los desacuerdos entre los federales y las amenazas de los unitarios habían logrado que la sociedad se dividiera.

   A los unitarios se los conocía como celestes y a los federales como rojos.

   En estos enfrentamientos surge la historia del gauchito Gil, una historia en la cual la envidia, el abuso, el odio y por sobre todo la violencia, hacen de este personaje un ser de leyenda, leyenda que hasta hoy se mantiene y por la que aún a la vera de los caminos se levantan altares y aún se les rinde culto.

   El personaje que hoy nos ocupa era oriundo de la provincia de Corrientes y su nombre era Antonio Gil.

   Cuentan que el joven Antonio se enamoró de una muchacha, y ese ha sido su peor pecado.


   Dicen que dicen... que el comisario de ideas unitarias había puesto los ojos en la misma muchacha que el joven Antonio, y también dicen que ella, como era de esperar, sólo tenía ojos para el Antonio, razón por la cual el comisario lo tenía entre ojos y comenzó a perseguirlo, lógicamente haciendo abuso de autoridad, hasta que al fin lo encontró.


   Dicen también, que se toparon en una pulpería, y allí lo increpó, facón en mano.

   El joven Antonio, que no era lerdo, se trabó en lucha con el comisario y logró quitarle el facón, si bien habría podido librarse de su enemigo en justa contienda ya que había testigos de que así había sido, le perdonó la vida.

   Lo cierto es que el comisario seguía siendo el comisario, ¡la autoridad!, y el joven Antonio lo había desafiado y lo que era peor, vencido, había derrotado a la mismísima autoridad, eso le valió su mala fama, y los futuros problemas con la ley, lo que le costó ser perseguido de por vida.

   Por aquellos tiempos nuestro país entró en guerra con el hermano país del Paraguay y Antonio Gil, en pos de defender la patria y obtener algo de dinero se alistó en el ejército, durante cinco largos años, fue partícipe de esta guerra, y sólo volvió cuando la contienda llegó a su fin. Fue aquí, ya en su tierra que se encontró con un nuevo conflicto, el de los celestes y colorados y Antonio era rojo, rojito, y lo quisieron reclutar por la fuerza, pero él que tenía firmes las convicciones, y no estaba dispuesto a derramar sangre de hermanos, se unió a otros que comulgaban con sus ideas y fueron declarados desertores.

   Muchos reconocen que, para esa época es cuando comenzó su verdadero vía crucis, porque ser desertor por aquellos tiempos se pagaba con la vida, así que nuestro gauchito anduvo huyendo, escondiéndose por los montes, siempre escapando, siempre perseguido….

   La gente siempre echa a rodar historias y algunos lo tildaban de ladrón y bandolero, otros le atribuían que le robaba a los ricos y repartía el botín con los más necesitados, lo cierto es que Antonio Gil andaba en boca de todos, para algunos era un simple ladrón, pero para otros un verdadero ídolo. Había quienes decían que él tenía ciertos poderes y que había curado a tal o cual persona con sólo imponerles las manos, tal como el mismo Jesús había hecho, pero otros le atribuían una especial mirada, una mirada especial, una mirada cuyo magnetismo podía curar a quien se cruzase en su camino , si, le atribuían la capacidad, el don de sanar el cuerpo de los enfermos.

   Antonio Gil tenía inserto en su pecho un curundú, este payé que incorpora la protección de San La Muerte lo cuidaba, el gauchito había recurrido a él por que siempre había rozado la muerte. Además llevaba alrededor de su cuello, el pañuelo rojo.

   Estos hechos fueron los que le hicieron ganar el respeto de algunos y el temor de otros.
Pero todo llega a su fin y, cierta tarde una patrulla lo reconoció y nada le valió para zafar de la autoridad, ni sus dones, ni su amuleto, ni su mirada……..

   Antonio se encomendó a Ñandeyara, las autoridades después de apresarlo decidieron enviarlo a la ciudad de Goya para su juzgamiento.

   Mientras tanto, quienes lo apoyaban juntaban firmas para que el gobernador lo indultara, muchos entendían que este hombre, que ponía tan nervioso a las autoridades, había sido solo un juguete del destino , un juguete de la autoridad abusiva, y no era como muchos lo hacían ver.

   Estaban llegando a la ciudad de Mercedes y el sargento que comandaba la operación, enterado de las peticiones al gobernador se puso más que nervioso y decidió ejecutar al prófugo, al desertor, allí mismo. 

   Taparon los ojos de Antonio con su propio pañuelo, no fuera cosa que los hechizara
con aquellos ojos, tan negros y peculiares y lo sujetaron de brazos y piernas, lo izaron cabeza abajo de un frondoso algarrobo, cerca de la orilla del camino. 

   Antonio Gil sabiendo que la petición venía en camino, le habló al sargento diciéndole: -
Se que me vas a ejecutar, y también se que mi libertad viene en camino, vos no me crees e igualmente vas a terminar con mi vida, pero escucha bien lo que te digo, una vez yo muerto, cuando llegues a Mercedes has de saber de mi inocencia pero otra noticia te ha de sacudir aún más, tu hijo, tu primogénito se debate entre la vida y la muerte, a mi no vas a poder revivirme pero al menos salva hijo, recuerda bien mi nombre, Antonio Gil, invócalo, la sangre de un inocente siempre salva la vida de quien está sentenciado, no lo olvides, invoca mi nombre -. 

   Nada creyó el sargento y haciendo caso omiso dio la orden de ejecución, pero las balas no acertaban, o vaya uno a saber, tal vez los soldados no lo quisieron matar o San la Muerte lo protegía, por que debió eliminarlo con su propio sable.

   El cuerpo de Antonio Gil cayó al suelo, bajo el algarrobo, manchando la tierra con sangre inocente.

   Luego, el sargento y su tropa regresaron al pueblo, allí recibió la noticia de la inocencia del gauchito y de la agonía de su hijo.

   Desesperado, con lágrimas de arrepentimiento tardías, sin siquiera desmontar de su flete, retornó al lugar donde yacía a la intemperie el cuerpo yermo de Antonio, ahí lo encontró tal como lo había dejado, el sargento se arrodilló, llorando, suplicando, con el peso de su conciencia invocó su nombre y suplicó el perdón, luego desprendió el pañuelo rojo que aún cubrían sus ojos, cavó una fosa y dio sepultura al cuerpo, busco unas ramas de ñandubay y marco el sepulcro con una cruz a la que le ató el pañuelo rojo que siempre lo había acompañado.

   Pero no termina allí la historia, dicen que dicen que al volver al pueblo el hijo del sargento fue a recibirlo y que inexplicablemente gozaba de muy buena salud.

   También se sabe que, donde había sido enterrado Antonio Gil era propiedad privada perteneciente a una acaudalada familia, que rehusó tener la sepultura de un desheredado en sus tierras y con orden judicial en mano, ordenaron enviar los restos del gauchito al cementerio local de Mercedes, siempre amparados en sus influencias con el gobierno de turno, pero cuentan que al remover el cuerpo esta familia cayó en la desdicha, los amenazaban las enfermedades, con premura perdieron sus influencias y la fortuna comenzó a mermar rápidamente. 

   También dicen que los lugareños gritaban a viva voz que esa era la venganza del gauchito.        Entonces los propietarios del campo hicieron construir un altarcito y se volvieron a poner los restos debajo del algarrobo donde Gil había sido ejecutado. Cuentan que como por arte de magia la familia se recuperó, aumentando la fama de milagroso de Antonio Gil, convirtiendolo en un verdadero mito.

 Desde entonces, el pueblerío comenzó a venerar al gauchito correntino, a visitar su tumba y a dejarle cintas, pañuelos, velas, flores, siempre rojas, eternamente rojas, en memoria de quien nunca quiso derramar sangre de sus hermanos, sangre de pueblo. Miles de placas de metal rodean su santuario, así lo recuerdan, le piden, le agradecen, si hasta hay quien le canta y le baila un generoso chamamé, hecha al aire un sentido Sapucai y él cumple, no hay viajero que pase frente a su tumba y no detenga su marcha o haga sonar sus bocinas en señal de saludo, no vaya a ser que este gauchito justiciero lo castigue y tenga un percance en el camino.

Pulpería: almacén de ramos generales, donde además se despachaban bebidas alcóholicas.

Facón: cuchillo de hoja grande que usa el gaucho a la cintura.

Ñandeyara: Dios hacedor de todas las cosas, Tupá para los guaraníes

Algarrobo: árbol típico de la zona.

Flete: caballo.

Chamamé: música típica de Corrientes.

Sapucay: grito liberador que emite el oriundo de Corrientes, tanto para expresar 

                 alegría como tristeza.

Curundú:   El curundú es un muñequito que se incorpora bajo la piel para protegerse de las balas de armas de fuego. Normalmente se hace con madera o con huesos humanos y la incorporación al cuerpo del protegido se hace con un rito que hace que ese curundú incorpore la protección de San La Muerte. San La Muerte es una creación popular que tiene su origen en "Nuestro Señor de la Buena Muerte" (Jesucristo), incorporado a nuestros antiguos por los misioneros jesuitas y que por lo tanto no tiene nada que ver con ningún rito egipcio y mucho menos con magia negra o ningún tipo de culto a la muerte. Es Luz, no Oscuridad.

Payé: amuleto

Audio de la nota: "Antonio Gil" (chamamé, letra y música de Julián Zini) 

                                      Intérprete: Neike Chamigo. Glosa: Paí Zini.



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