Suele decirse que la redota define, más que ningún otro episodio histórico del proceso emancipador, la matriz de esta nación. El pueblo se identifica en torno a la adversidad, se siente una unidad en la diáspora, acechados por dos imperios y por las intrigas de Buenos Aires. La redota no se olvida, y los obliga a reinventar el mundo, porque el otro estaba equivocado.
Es en ese episodio, cuando el pueblo acampa en el Ayuí, en el "éxodo quieto", donde se centra la película Artigas - La Redota. Las intrigas de Buenos Aires desean terminar con un hombre díscolo, que hará todo por impedir que Buenos Aires suplante a España como cabeza de un nuevo Virreinato del Río de la Plata. Y contrata a un sicario, para que mate al renegado, que aparentemente obedece pero no acata lo que Buenos Aires le ordena. Y, en forma paralela, la película narra la historia del pintor Juan Manuel Blanes, cuando, 72 años después, Máximo Santos le encarga que haga el retrato de Artigas, para convertirlo en un referente para una sociedad partida. El desafío de Blanes de pintar a un hombre sin rostro, que es realidad y leyenda, dialoga con el desafío del pueblo de la redota, que puede terminar libre o aniquilado. Del mismo modo que dialoga con el dilema del sicario, que si mata a su víctima puede terminar matando a su propia sombra. Un desafío que funciona como un espejo para los uruguayos, que nos permite entender mejor quiénes somos, quiénes fuimos, por qué forjamos la democracia más sólida de América Latina y por qué, a diferencia de todos los países del continente, en Uruguay nadie le baja la mirada a nadie
Pablo Vierci