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Te cuento leyendas
NGUENECHÉN Y LA MALDICIÓN DE LOS CABALLOS BLANCOS

por Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración)




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Esta es una leyenda araucana recogida en el oeste de la Patagonia.

Dicen que dicen... que cuando Nguenechén, el Dios bondadoso y hacedor de las tierras del Arauco hizo el mundo con todos los seres vivos, humanos, animales y plantas, pensó que muchas verdades le deberán ser vedadas al hombre, ya que el conocimiento de los mismos, los pondría terriblemente tristes.
   Luego de analizar la situación, decidió que todos los animales creados, sólo dos poseerían el don del habla.
   Ellos serían el caballo blanco y Trewa, el perro negro. Sí, sólo ellos conocerían los secretos designios de la creación. Les daría a ellos otro lenguaje y el secreto de la vida y de la muerte, quedaría bien protegido.
   A partir de entonces, tanto caballos blancos como perros negros, estarían enterados de los secretos designios del Hacedor y verían muchas cosas tristes, en especial, cuando la noche llegase.
   Tanto caballos, como perros lloraban mucho, de sus ojos brotaban muchas lágrimas, lo que les acarreaba grandes problemas oculares, pues sus ojos amanecían semipegados y llenos de legañas.
   Vivía allí un hombre anciano y sabio cuyo nombre era Leuque- Leuque.
   Hacía mucho tiempo que el sabio anciano venía observando tanto a los caballos blancos, como a los perros negros, ya que poseía muchos animales y era un minucioso testigo de los hechos.
   Muy íntimamente, él presentía que ellos eran capaces de hablar y si eso sucediera, podrían revelarle la gran verdad.
   Cierta noche, que la luna clara iluminaba la campiña, el anciano buscó entre su tropilla un caballo blanco y se hizo acompañar por un perro negro.
   Después de cabalgar un rato, Leuque-Leuque le preguntó al perro: - ¿Hace tiempo que los vengo observando y he notado la inflamación y las legañas que los afectan y quiero saber si es cierto, que durante las noches ustedes ven el alma de los difuntos?   Los he observado durante mucho tiempo, se con certeza que no son haraganes, y les aseguro que me pondría muy contento el ver a mis antepasados y que ellos me pudieran responder muchas preguntas que he querido saber toda la vida.
   -¡Vamos Trewa! , ¡habla pués!-
   Como no obtuvo respuesta , se dirigió al equino de la misma forma y agregó: - Jamás contaré a nadie lo que tú me confíes, prometo que jamás develaré vuestro secreto-.
   Pero no obtuvo ninguna respuesta, ya fuera de sí, lo increpó:- Dí la verdad, ¡habla!, si no lo haces, te mataré, bien sabes que soy tu amo-.
   El caballo blanco se asustó sobremanera, él había visto a otros amos descargar su ira con los animales y triste confesó.
   -Nosotros, los Trewa negros y los caballos blancos tenemos el don del habla, esa merced nos fue concedida por Nguenechén, que confió en nosotros, pués él pensaba que los humanos no serían capaces de guardar el secreto, es más seguramente se aterrorizarían y vuestros enemigos, tal vez, se verían muertos de miedo, si les anunciaran o vieran su propia muerte -.

  - Quiero que sepas que nuestras legañas no son producidas por la holgazanería, sino que la produce la irritación por el llanto que derramamos, por ver las almas en pena de muchos seres queridos vagando enredador nuestro - .

   -Quiero que sepas, que en el mundo de abajo, reinan las tinieblas y la desmesurada tristeza -.
   - Esos seres deben buscar su alimento en medio de oscuras humaredas, producidas en ese mundo infernal, por quemar leños verdes -.
   - Me entristece saber que debo acompañarte a ese mundo y de reconocer, debido a tu edad, que mi fin no está muy lejano-.
Leuque -Leuque se asustó mucho al conocer las verdades que le confió el caballo blanco, entonces le dijo: -Debes revelarme cuanto tiempo me queda de vida y yo, para darte las gracias, buscaré a otro para que me acompañe, pienso que de esta manera, teniendo otro caballo, tú podrás vivir más tiempo- , y luego agregó:- Sólo resta que me confíes el secreto para poder conocer esos sagrados acontecimientos-
   El caballo luego de meditar un rato en silencio, decidió revelarle su misterio.
   -Para conocer los hechos sagrados, sólo deberás untar tus ojos con mis legañas o las de Trewa y podrás, entonces, distinguir a todos aquellos que viven aún estando muertos-
   Luego con voz cansada le confesó que él había visto demasiado y le confería, a él el don que Nguenechén le había otorgado.
   El anciano limpió las legañas del caballo blanco cuidadosamente y con ellas se frotó sus ojos.
   Al instante, Leuque-Leuque obtuvo el don de la videncia y pudo reconocer a sus seres queridos, aquellos que ya lo habían abandonado, sólo que ya no lucían de forma humana, tenían aspecto de animales, en su gran mayoría eran aves, otros habían adoptado la forma de animales feroces. El sabio se horrorizó cuando se le presentó el mundo de abajo y el penar de sus habitantes. Como él tenía buen corazón, sufría por ver a aquellos que habían partido antes que él, sobre todo, el padecer de los caballos blancos y los Trewa negros. En aquel mundo, los caballos tenían todos su color, menos uno que ostenta siete y era el Dios. Los caballos, quejosos y sufrientes, deseaban regresar al mundo de los humanos o aunque mas no fuese como los guerreros y nobles, poder luchar y combatir.  

   Este hombre, originario del Arauco, estaba tan impresionado con los hechos que veía, que no podía dormir. Allí donde los demás reconocían las bellezas naturales del lugar, el reconocía almas en pena, siempre tristes, siempre doloridos, llorosos, apesadumbrados, buscando a sus seres queridos, para hacerse notar y con el afán de recibir un poco de amor. Lenque Lenque sufría tanto, que el corazón se le estrujaba, hacia donde fuera los veía y ellos se acercaban para recibir el cariño que les faltaba. El viejo, al verlos, no podía dejar de lagrimear, lo que sumado a la perdida de sueño formaba en sus ojos pegajosas lagañas, al igual que el caballo blanco y Trewa.
   Los miembros de su tribu se lo atribuían a la vejez.
   No duro mucho tiempo aquella tortura, cierto día, al no verlo por allí, sus parientes fueron a buscarlo y .lo hallaron muerto. Entonces buscaron el caballo que el anciano había elegido para su viaje al mas allá y otro perro negro para que fuera guía en su paso a la eternidad. El perro debería defenderlo cuando cruzara el lago, para luego ingresar a la Isla de los Difuntos donde habitaban aves de rapiña, las que quitaban a los viajeros, los ojos.  

   Era aquel, un día siniestro, llovía copiosamente, era tal el frío, que la lluvia se convertía en nevada, sin embargo, no fue obstáculo para que desde el cielo gris surgiera un pavoroso rayo, que mató al caballo blanco como castigo por haber develado el secreto al hombre y por ende, desde ese entonces, los caballos blancos están condenados a ser muertos por un rayo.
   Sin embargo, los perros permanecieron indemnes, porque ellos supieron salvaguardar el secreto que Nguenechén, les había impuesto.
   Por lo tanto, ambos perdieron como castigo, el don del habla.
   Desde allí, cada vez que llega la noche y Kuyén, la luna, ilumina los cielos, los caballos se ponen nerviosos, dan coces, relinchan, se inquietan y lloran porque conservan el poder de ver el alma de los difuntos y presienten a la muerte, cosa que los pone tremendamente tristes.
   Los caballos blancos tienen siempre temor porque conocen los secretos de la muerte de sus amos y de sus seres queridos. Les encanta revolcarse si llega la lluvia, y le temen al sol y a la luna, porque les hace recordar que ellos fueron maldecidos por revelar su secreto.
   Si la tormenta llega corren a resguardarse bajo los árboles, cosa que los hace sentir más seguros.
   Los demás caballos, los que no son blancos, viven tranquilos disfrutan de las praderas, del aire pudo al igual que los Trewa negros.





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