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Te cuento cuentos
LAS MANCHAS DEL SAPO

por Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración)




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Dicen que dicen... que era un verano caluroso, y como todos sabemos durante enero, aquí en Argentina es época de festivales a lo largo y a lo ancho del país.

   Toda ocasión es buena para reunirnos, cantar, bailar y comer nuestras más preciadas exquisiteces, locro, asado, empanadas, bueno, todas cosas ricas y sabrosas.

   El sapo que era buen bailarín, practicaba todas nuestras danzas típicas, zambas, chacareras, gatos, malambo y el dulce chamamé, entre otras no tan conocidas.

   Realmente el sapo era sabedor de nuestras costumbres, amaba las tortas fritas, el asado con cuero y las empanadas.

   El sapo era un fiel exponente de la cultura criolla, vestía bombacha, botas y pañuelo al cuello, por las tardecitas solía tomarse unos ricos amargos bajo el alero del rancho, pero lo que más disfrutaba era el pucherito los días de invierno, comida que la servía para calentarse la panza.

   Cierto día, bastante caluroso por cierto, llegó por el camino de la bajada vieja un guanaco que traía noticias del otro lado de la cuesta, más allá de la montaña.

   Don Guanaco, cansado y polvoriento por el trajinar entre el pedregullo y el sortear los escollos del camino, buscó un lugar donde beberse una cañita y aclararse el garguero.

   En eso estaba el guanaco, cuando don Sapo llegó al boliche.

   Allí, entre trago y trago, don Guanaco se despachó con la novedad.

La semana venidera, del otro lado de la montaña habrá un concurso de baile y canto y

a eso me han mandao, a que los invite a todos - dijo el guanaco.

El sapo preocupado por la noticia se retiró a su rancho, pensando como podría asistir

al encuentro.

Mientras tanto, en el boliche doña Vicuña empezó a practicar su quena y don Cuervo

sacó la guitarra del estuche, se la colgó al cuello y deleitó a los presentes con unas lindas zambitas carperas.

Como dice el dicho, pueblo chico infierno grande, la noticia corrió como reguero de

pólvora por todos los rincones del pueblo, muchos se disponían a ir.

Pero el más interesado de todos era el sapo, que deseaba demostrar sus dotes de

músico y buen bailarín delante del público.

Sentado bajo el alero del rancho, mientras tomaba unos matecitos, pensaba como

hacer para llegar más allá de las montañas.

En eso estaba el batracio, cuando vio al cuervo que volvía del boliche con la guitarra

al hombro.

El sapo pensó que esa era su oportunidad y lo invitó al cuervo con unos amargos y

unos pastelitos de membrillo que había hecho temprano.

Luego, como quien no quiere la cosa, disimulando su consternación le preguntó si

estaba enterado de las noticias del concurso y si él iba a concurrir,

El cuervo se lo confirmó, entonces el sapo suspiró y agregó: - ¡si Dios me hubiese

dado alas, podría asistir y no me sentiría tan infeliz, porque podría demostrar todo lo que sé, bien sabe usted que soy diestro para el canto y el baile! -.

El cuervo, entre mates y pastelitos, pensaba como ayudar a su amigo, entonces tuvo

una  brillante idea y así le habló al sapo.

Bien amigo, yo puedo ayudarlo si usted acepta mi idea, eso sí, lo llevaré dentro de mi

guitarra.

El sapo daba saltitos de alegría y casi casi se quema con el mate, luego sin perder mas

tiempo, preparó sus pilchas, lustró sus botas y juntó algo para comer en el viaje, y sin mas pérdida de tiempo se introdujo dentro de la guitarra.

Al rato nomás, cuervo, guitarra y sapo volaban  al otro lado de la montaña. Al

amanecer, cuando el sol apareció, ya habían llegado felices y sin problemas.

Había muchos animales concursantes que cantaban, algunos payaban o recitaban y

otros bailaban.

Cuando llegó la madrugada y todos habían demostrado sus habilidades, el locutor

anunció los ganadores, el intendente del lugar, fue el encargado de entregar los premios, al sapo, en reconocimiento a sus destrezas le dieron una medalla de oro por danza y dos de plata por payar y cantar, él no cabía en sí de la alegría, el intendente lo felicitó y lo invitó para asistir al año siguiente.

Todos lo aplaudían a rabiar. Entre los que aplaudían y victoreaban al sapo, estaba el

cuervo. - ¡Bravísimo!, ¡bravo! - vociferaba desde un árbol cercano, bastante picadito con una botella de tinto en sus manos, tan borracho estaba el pobre, que apenas podía sostenerse en pie.

Cuando el sapo bajó del escenario con sus trofeos, no podía creer lo que veía.

-No le da vergüenza estar en ese estado, como diablo vamos a volver a casa - lo

increpó y luego con amistosa preocupación llevó al cuervo a tomarse un cafecito y que se mojara un poco la cabeza, pero el estado del cuervo seguía siendo calamitoso.

Hay que volver, no nos queda otra opción, entonces, como pudo se armó de coraje y

se ubicó en la guitarra, quedando a merced del loco vuelo del cuervo.

El pajarraco levantó vuelo, pero subía y bajaba haciendo eses, se desplazaba con vuelo

inseguro hacia un lado y otro, varias veces estuvieron por estrellarse con un risco, mientras el sapo con los ojos desorbitados, trataba de guiarlo hacia derecha e izquierda, arriba y abajo, cuidado, peligro por aquí y por allá, pero ni el aire fresco lograba despabilarlo y que venciera las dificultades del ebrio vuelo. En eso estaban, cuando de pronto, apareció algo inesperado y el cuervo debió frenar de golpe, el sapo que iba asido a la boca de la guitarra, salió despedido, volando en picada descendente y fue a dar sobre el terreno pedregoso, donde cayó de cúbito dorsal y sin paracaídas.

El pobre sapo quedó ahí tendido, lleno de magullones, es más, su restablecimiento 

duró semanas y semanas.

Es así como el sapo adquirió las manchas, como recuerdo de la caída y para que nunca

mas confíe en un cuervo pasado de copas, por mas que sea su amigo.         

           



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