Dicen que
dicen...
que era un
verano caluroso, y como todos sabemos durante enero, aquí en Argentina es época
de festivales a lo largo y a lo ancho del país.
Toda ocasión es buena para reunirnos,
cantar, bailar y comer nuestras más preciadas exquisiteces, locro, asado,
empanadas, bueno, todas cosas ricas y sabrosas.
El sapo que era buen bailarín, practicaba
todas nuestras danzas típicas, zambas, chacareras, gatos, malambo y el dulce
chamamé, entre otras no tan conocidas.
Realmente el sapo era sabedor de nuestras
costumbres, amaba las tortas fritas, el asado con cuero y las empanadas.
El sapo era un fiel exponente de la cultura
criolla, vestía bombacha, botas y pañuelo al cuello, por las tardecitas solía
tomarse unos ricos amargos bajo el alero del rancho, pero lo que más disfrutaba
era el pucherito los días de invierno, comida que la servía para calentarse la
panza.
Cierto día, bastante caluroso por cierto,
llegó por el camino de la bajada vieja un guanaco que traía noticias del otro
lado de la cuesta, más allá de la montaña.
Don Guanaco, cansado y polvoriento por el
trajinar entre el pedregullo y el sortear los escollos del camino, buscó un
lugar donde beberse una cañita y aclararse el garguero.
En eso estaba el guanaco, cuando don Sapo
llegó al boliche.
Allí, entre trago y trago, don Guanaco se
despachó con la novedad.
La semana venidera, del otro lado de la montaña habrá un concurso de
baile y canto y
a eso me
han mandao, a que los invite a todos - dijo el guanaco.
El sapo preocupado por la noticia se retiró a su rancho, pensando como
podría asistir
al encuentro.
Mientras tanto, en el boliche doña Vicuña empezó a practicar su quena y
don Cuervo
sacó la
guitarra del estuche, se la colgó al cuello y deleitó a los presentes con unas
lindas zambitas carperas.
Como dice el dicho, pueblo chico infierno grande, la noticia corrió como
reguero de
pólvora por
todos los rincones del pueblo, muchos se disponían a ir.
Pero el más interesado de todos era el sapo, que deseaba demostrar sus
dotes de
músico y
buen bailarín delante del público.
Sentado bajo el alero del rancho, mientras tomaba unos matecitos,
pensaba como
hacer para
llegar más allá de las montañas.
En eso estaba el batracio, cuando vio al cuervo que volvía del boliche
con la guitarra
al hombro.
El sapo pensó que esa era su oportunidad y lo invitó al cuervo con unos
amargos y
unos
pastelitos de membrillo que había hecho temprano.
Luego, como quien no quiere la cosa, disimulando su consternación le
preguntó si
estaba
enterado de las noticias del concurso y si él iba a concurrir,
El cuervo se lo confirmó, entonces el sapo suspiró y agregó: - ¡si Dios
me hubiese
dado alas,
podría asistir y no me sentiría tan infeliz, porque podría demostrar todo lo
que sé, bien sabe usted que soy diestro para el canto y el baile! -.
El cuervo, entre mates y pastelitos, pensaba como ayudar a su amigo,
entonces tuvo
una brillante idea y así le habló al sapo.
Bien amigo, yo puedo ayudarlo si usted acepta mi idea, eso sí, lo
llevaré dentro de mi
guitarra.
El sapo daba saltitos de alegría y casi casi se quema con el mate, luego
sin perder mas
tiempo,
preparó sus pilchas, lustró sus botas y juntó algo para comer en el viaje, y
sin mas pérdida de tiempo se introdujo dentro de la guitarra.
Al rato nomás, cuervo, guitarra y sapo volaban al otro lado de la montaña. Al
amanecer,
cuando el sol apareció, ya habían llegado felices y sin problemas.
Había muchos animales concursantes que cantaban, algunos payaban o
recitaban y
otros
bailaban.
Cuando llegó la madrugada y todos habían demostrado sus habilidades, el
locutor
anunció los
ganadores, el intendente del lugar, fue el encargado de entregar los premios,
al sapo, en reconocimiento a sus destrezas le dieron una medalla de oro por
danza y dos de plata por payar y cantar, él no cabía en sí de la alegría, el
intendente lo felicitó y lo invitó para asistir al año siguiente.
Todos lo aplaudían a rabiar. Entre los que aplaudían y victoreaban al
sapo, estaba el
cuervo. -
¡Bravísimo!, ¡bravo! - vociferaba desde un árbol cercano, bastante picadito con
una botella de tinto en sus manos, tan borracho estaba el pobre, que apenas
podía sostenerse en pie.
Cuando el sapo bajó del escenario con sus trofeos, no podía creer lo que
veía.
-No le da vergüenza estar en ese estado, como diablo vamos a volver a
casa - lo
increpó y
luego con amistosa preocupación llevó al cuervo a tomarse un cafecito y que se
mojara un poco la cabeza, pero el estado del cuervo seguía siendo calamitoso.
Hay que volver, no nos queda otra opción, entonces, como pudo se armó de
coraje y
se ubicó en
la guitarra, quedando a merced del loco vuelo del cuervo.
El pajarraco levantó vuelo, pero subía y bajaba haciendo eses, se
desplazaba con vuelo
inseguro
hacia un lado y otro, varias veces estuvieron por estrellarse con un risco,
mientras el sapo con los ojos desorbitados, trataba de guiarlo hacia derecha e
izquierda, arriba y abajo, cuidado, peligro por aquí y por allá, pero ni el
aire fresco lograba despabilarlo y que venciera las dificultades del ebrio
vuelo. En eso estaban, cuando de pronto, apareció algo inesperado y el cuervo
debió frenar de golpe, el sapo que iba asido a la boca de la guitarra, salió
despedido, volando en picada descendente y fue a dar sobre el terreno
pedregoso, donde cayó de cúbito dorsal y sin paracaídas.
El pobre sapo quedó ahí tendido, lleno de magullones, es más, su
restablecimiento
duró
semanas y semanas.
Es así como el sapo adquirió las manchas, como recuerdo de la caída y
para que nunca
mas confíe
en un cuervo pasado de copas, por mas que sea su amigo.