En la extensa pampa bonaerense abundan
relatos de fuegos fatuos, historias de aparecidos, figuras fantasmales, de
conjuros y pactos con mandinga.
De esas almas que viven penando, hay una que
se ha reproducido una y otra vez en la boca de los paisanos, y en cada lugar
suelen darle un sabor propio.
Nos referimos a la viuda, claro que esta
viuda que hoy nos ocupa no ha de ser cualquier viuda.
Esta, ha de ser una viuda muerta de amores
por la infidelidad de su esposo, la traición es lo que hace a esta mujer firmar
un pacto con el coludo y la venganza ha de comenzar con el marido al que
persigue y espanta, volviéndolo loco y enfermizo hasta su muerte. Si ya ha ido
a vivir con su amante, hace que la abandone y se le sigue presentando hasta que
su consorte, aterrorizado, enferma y muere sin causa aparente.
Una vez cumplida su venganza marital, la
viudita no conforme, se dedicará a cumplir su feroz ataque a los demás infieles
del lugar, porque en su contrato con el maligno, así estaba escrito.
Dicen
que dicen… que era una tarde gris de domingo y que la Rosaura había
recorrido el pueblo por tres días buscando al Jacinto, pero el mozo no había
dado señales de vida.
La joven esposa había visitado a cuanto
vecino conocía, pero nada.
Ella bien sabía las dotes de Don Juan del
marido y otras veces había llegado tarde, cuando el sol estaba alto, pero tres
días eran demasiados…
Rosaura, tiempo atrás fue una de las más bonitas
mujeres del poblado, pero últimamente
había bajado tanto de peso que estaba irreconocible, su cara tenía ahora un
gesto adusto y sus ojos ya no brillaban como años atrás para conquistar al
Jacinto, sin dudas, él era el culpable
debido a los sinsabores a los que acometía a la muchacha.
Jacinto era un vago, timador y muy mujeriego
y Rosaura estaba cansada de las peleas, los desplantes y las noches en vela.
Ella, carcomida por los celos, la
desesperanza y el desconsuelo iba a tomar el toro por las astas.
En la mañana del lunes el pueblo era un
corrillo, cuando Jacinto apareció le dieron la noticia, su mujer en un acto de
locura, se había quitado la vida.
Como es de suponer, pueblo chico infierno
grande, la novedad corrió como reguero de pólvora y no había paisano que no
comentara la desgracia. El lugar elegido era el boliche de Anselmo, donde entre
caña y agua ardiente daban rienda suelta a la lengua…
Con el transcurrir de los meses, Jacinto
parecía haberse olvidado del infortunio y pronto andaba como si nada, azuzando a cuanta chinita se le cruzaba por el camino.
No tardó mucho tiempo en unirse en pareja con una muchacha a la que apodaban la
gringa por tener el cabello color oro y los ojos azules como el mar.
Los chismes iban y venían.
Entre los amigos de juerga, ambos asiduos concurrentes al boliche de Anselmo, estaban
Nazareno y Tobías.
Esa noche entre copa y copa comentaban y no faltaban las chanzas subidas de tono,
como que la gringuita lo estaba chupando al Jacinto y lo desmejorado que
andaba.
Otros opinaban que debía ser su conciencia,
pero lo cierto es que un buen día al Jacinto lo encontraron sin vida y lo más
extraño era la mueca de espanto que mostraba su cara.
Aquel día, el boliche estaba concurrido, ya
nadie podía dejar de comentar, pero Anselmo sabía y entre copa y copa les
advirtió:
-¡ha sido la viuda!, es que la Rosaura se ha cobrado su cuenta-.
Desde un rincón el Nazareno pidió otra caña
y se rascó la barba: -vamos amigo, yo no creo en esas cosas, no sea supersticioso,
los muertos, muertos son-.
El bolichero siguió sirviendo a los
parroquianos cuando Tobías sentado frente al Nazareno inquirió:
-vamos
Anselmo, ¿qué sabes vos de viudas y aparecidos, no me digas que has visto
alguna?-.
Anselmo parsimonioso volvió detrás del mostrador, se sirvió una
caña doble, miró a los presentes y volviendo la mirada hacia la mesa donde se
encontraba Nazareno y Tobías, la bebió de un trago, apoyó la copa produciendo
un fuerte ruido sobre el mostrador, caminó sigiloso pensando cómo iba a
introducir su relato, tomó una silla, se sentó a horcajadas frente a la
concurrencia y dijo:
-la historia que les voy a relatar jamás
pensé contarla, pero creo que lo sucedido lo amerita.
Era yo un muchachito y mientras no tenía
conciencia el amor y los mimos de mi madre hacían que mi felicidad fuera
inconmensurable.
Pero, cuando tomé conciencia y advertí el
sufrimiento de mi mama, ahí, cambió mi historia.
Mis padres, viéndoles a la distancia,
conformaban una bella pareja, la estampa de mi Tata era la de un personaje
guapo y pintoresco, de rasgos varoniles y al parecer con mucha aceptación entre
las mozas del lugar, mi madre, supo hacer suspirar a más de uno, pero ella no
tenía ojos más que para su hombre.
Claro que mi padre era un personaje donjuanesco,
que siempre estaba de conquista y al que
no le importaban si las chinitas eran casadas, viudas o solteras.
Como podrán imaginar el comportamiento de mi
Tata era motivo de grandes peleas que mi
madre afrontaba a diario, pero por más que él prometía una y otra vez que no sucedería
más, a los pocos días nuevamente estaba en boca del pueblo. Esas andanzas las festejaban los hombres y señalaban con
dedo acusador las mujeres, algunas por despecho y otras porque veían el silente
sufrimiento de mi madre.
Cuando tomé conciencia del tormento que
atravesaba mi viejita, contaba yo seis, siete u ocho años.
Por ese tiempo, mi padre solía desaparecer
por días, ella debía asumir el trabajo de ambos para sostener la casa, la mala
sangre, las reyertas y las tareas rudas comenzaron a deteriorarla física y
mentalmente.
Muchas veces la sorprendía hablando sola, solía
gritar a viva vos: -"Quedate tranquilo, pronto voy a cumplir mi promesa"-.
Su cuerpo, antes lozano y juvenil se tornó
enjuto y desgarbado, pero lo que más la desdibujaban eran sus facciones, ya no
diría triste, sino más bien macilentas y siniestras, claro que eso, nunca mermó
su amor de madre.
Su calvario no duró mucho más, se suicidó
entrando el invierno.
Mi Tata por esos días, parecía desorientado
pero ciertamente no se alejó de sus correrías, solo que ahora, por las noches,
solía dormir en casa.
Su nueva conquista era una maestrita que al
verlo viudo lo consolaba.
Recuerdo mi tristeza y soledad. Por las
noches solía despertarme sobresaltado y angustiado…fue allí donde la vi, la
figura etérea de mi amada madre a los pies de la cama algo le reprochaba a mi
padre…
Ese suceso se repitió por noches y noches,
después su inolvidable perfume quedaba impreso en la casa, yo solía verla a
hurtadillas por la rendija de la puerta que no sé porque, mi padre no atinaba a
cerrar…
En fin, tiempos tristes, mi padre siguió el
camino de mi madre, no sin antes en un ataque de locura arrebatarle la vida a
la maestrita…
Con el tiempo, muchos dijeron haber visto el
espectro de mi viejita y lo más curioso fue que muchos de los amigos que
festejaban y acompañaban las andanzas de mi padre fueron dejando esta vida sin
causa aparente-.
Terminado el relato, el silencio en el boliche
era espectral, Nazareno y Tobías sin mediar palabras, con sus caras alteradas
salieron del lugar y nunca más los volvimos a ver.